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Opinión

Un zurcido en la retina

Emiliano Jiménez, en 1985.
Emiliano Jiménez, en 1985.

[dropcap]H[/dropcap]aberme sobrepuesto a aquella crisis motivada por mi posible ceguera ha sido uno de los momentos más trascendentales de mi vida. No lo supe entonces, pero en las crisis posteriores –¿quién no las tiene?– recordé y recordaré que podían y podrán superarse.
¡Ya sabéis! Cuando veáis todo negro, cuando os apriete el zapato, pensad que os lo podéis quitar, si no al momento, sí cuando lleguéis a casa. Quiero decir con esto que tengáis paciencia, calma…, que ya veréis como se despejan las nubes; que si ponéis voluntad vais a encontrar un respiro… Que lo que no debéis hacer es encerraros mentalmente con vuestro problema. ¡Suerte y a luchar, compañero!

Muchos me estáis preguntando qué hice en aquellas circunstancias. Se me ocurrió ponerme en contacto con la Organización de Ciegos (ONCE). Resultaron de inmensa ayuda moral. ¡Qué gente más estupenda! Uno pensaba –como todos– que me iban a poner a vender cupones. ¡Gran error! Lo que hacen es AYUDAR al que lo necesita, dándoles todo su apoyo, como me lo dieron a mí. ¡Benditos sean!

Me enseñaron a leer en Braille (luego lo olvide). Tienen una gran biblioteca en la que quien no ha visto nunca puede aprender incluso arte. Un proyecto que tuve entonces, y que no llevé a la práctica, fue hacer un programa radiofónico explicándoles cosas de geología. ¡Pasaba mis noches pensando como decirles lo que era un volcán, o una ola, o un fósil…!

En la inauguración de la Sala de las Tortugas (31 de mayo, 1988) yo llevaba unas lentillas especiales.
En la inauguración de la Sala de las Tortugas (31 de mayo, 1988) yo llevaba unas lentillas especiales.

No dejé de dar mis clases ni mis investigaciones. Y creo que con más energía que antes. No tenía ojos, ni manos…, pero tuve a Santiago Martín, Eugenia Mulas, Santiago Gil, Elisa Pérez, Santiago Jiménez, Francisco Javier Ortega, y más…, muchos más, que FUERON MIS OJOS Y MIS MANOS en aquellos fascinantes, maravillosos e intensos años.

Mi esposa tuvo que aprender a conducir, ¡y lo hizo! ¿Sabéis lo que es ir en el asiento derecho, habiendo ido siempre conduciendo? ¡Es horrible! ¡En mi vida pasé más miedo!

Un día me enteré que José María Barahona daba una conferencia en el teatro Juan del Encina. Como quería encontrarme con él, allá me fui. Creo que se había organizado para médicos y estudiantes y me sentía un poco fuera de lugar. Cuando empezó a poner una película que había grabado él, y vi como cortaba con el bisturí, me entró una desazón en el estómago que me dieron ganas de huir. ¡Pero aguanté, por no hacer el ridículo! Me fui aficionando y al final estaba deseando que me hiciesen a mí aquellas perrerías. Después de los aplausos le busqué y quedamos en que me vería.

¡Fue el comienzo de un largo proceso de consultas, además de una amistad sincera! Me dio esperanzas, fortaleció mi autoestima, mi energía. Hubo una temporada en que me recetó unas lentillas especiales, que tuvieron que fabricar para mí. Los que me acompañaron en la inauguración de la Sala de las Tortugas me recordarán sin gafas. Me defendí bastante bien. Luego… ni con eso.

Un día me llamó por teléfono:

– Emiliano ¿Te atreves a ir a la clínica tal, en Madrid, para que te «cosan» la retina con láser?
– ¡Hombre, José Mari, que sólo soy un pobre profesor de Universidad!
– Tú de eso no te preocupes, Emiliano. ¡Ya encontraremos la solución!

A los pocos días, Jesús Seco me hizo llorar de emoción. Al ver mi gesto de preocupación por los pasillos de la Facultad, y enterarse de mi problema, me dijo que alegrase la cara que él lo diría a los Profesores Adjuntos y que entre todos me pagarían los gastos- ¡Mi gran amigo! ¡Cuánto sentí su marcha a la otra orilla!

—————–

Otro día:

– Emiliano, ¿te atreves a ponerte en manos de un discípulo mío, que está empezando a trabajar con láser?
– José Mari, ¡yo haré siempre lo que tú digas!

Fue así como conocí a Maximiliano Escudero. El día anterior había dado yo una charla en Benavente, dormí allí y llegué a Salamanca directamente a verle. ¡Mira por donde él es benaventano y fue motivo de conversación para congeniar de inmediato!

Maximiliano, mi gran amigo, es la persona más meticulosa que he conocido. Y como oftalmólogo… ¡no tengo palabras para describirle!

Lo que me hizo consistió en «parchear» los agujeros de mi retina. Es como cuando sueldan placas en el casco de los barcos. En mi caso se producen unas microquemaduras en los huecos. Pero, ¿cómo veía donde, si estaba la catarata delante? Años después se lo pregunté y me dijo sencillamente que lo intuía y que no se atrevía a hacer muchos «disparos» por no herirme más de lo que lo hacía.

Porque aquellas sesiones eran dolorosas. Sobre todo la última, que Maximiliano había dejado para el final por estar rozando el nervio óptico. Yo aguantaba «a pie firme» y, de pronto, sentía la bendita mano de Inmaculada, la enfermera, en mi nuca. ¡Ella sabía mi sufrimiento y aplicaba su ternura femenina, maternal, en un sencillo contacto! ¡Nunca lo olvidaré, Inmaculada!

Lo que hizo Maximiliano en mis ojos fue magistral. Quedaron preparados para otras operaciones futuras, que aún tardaron dos años en llegar…

Os habréis dado cuenta de que en este relato todos los personajes son buena gente. ¿Es que no conocí a malas personas? ¡Pues de eso no me acuerdo!

6 comentarios en «Un zurcido en la retina»

  1. Querido Emiliano,

    Gracias por contarnos tus experiencias. Es un acierto que tus comentarios salgan los lunes. Es el día en que la semana se pone cuesta arriba y a poco que uno tenga de carga o de preocupación nos parece que le resultará muy difícil superarla. Con tu ejemplo la carga se hace más liviana y llevadera.

    Respecto de tu noticia de hoy me gustaría añadir dos apostillas y una pregunta.
    Primero que no estabas tan feo con las gafas. Que realmente te daban un aire interesante e intelectual.
    Y luego que se te ve contento el día de la inauguración de la Sala de las Tortugas. Estaría bien que nos dijeses quienes son los que salen en la foto contigo en la inauguración de la Sala de las Tortugas. ¿Es Santiago Jiménez el de la derecha?

    Un abrazo y quedo en espera de más noticias.

    Hasta pronto,

    Emilio

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    • Querido amigo Emilio: los que salen en la foto son: Alejandro Esteller (Vicerrector), Antonio Garrido (Director de Iberduero), María Teresa Alberdi (Subdirectora del Museo Nacional de Ciencias Naturales), Françe de Broin y Roger Bour (del Muséum National d´Histoire Naturelle de París), Jorge Civis (Catedrático de Paleontología, Director del Departamento de Geología), Ignacio Elorza y Santiago Jiménez (de Iberduero). A mi derecha (no sale en la foto) estaba José Antonio Pascual (Vicerrector). He puesto los cargos que ocupaban estos amigos en aquel momento. También faltan en la foto el Alcalde de Salamanca, que era Trocóniz, miembros del Museo de Madrid, de Lisboa, todo mi fabuloso equipo, familia y muchísimos amigos y compañeros de la Universidad.

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  2. Emiliano,conmovedora y humana naración ,¡qué gente más encantadora y buena.!…La vida es bella,y cuando nos sentimos queridos, valoramos mucho ,muchísimo nuestros días y sus albas…..Estás interesante y guapo también con aquellas gafas..¡juventud,divino tesoro!… Todo mí afecto y un abrazo.La moraleja es extraordinaria…Azucena..

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  3. Gracias de nuevo Emiliano por regalarnos este relato, ya imprescindible, de los lunes.
    Das bendiciones a otros…bendito tú!
    Un fuerte abrazo

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    • Gracias a ti, querido David. ¡La verdad es que he tenido mucha suerte con todos mis amigos a lo largo de mi vida.! ¡Y la sigo teniendo…!

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