[dropcap]C[/dropcap]intolo sabía dónde tenía que ir pero no cómo ni por dónde. De modo que en su caminar incierto llegó a una aldea –Manzanal de Pomarania– donde todo parecía prosperidad; pero la gente tenía, en su totalidad, cara de hambre. ¡Todos!
Preguntada la causa de aquellos rostros famélicos, uno le contó que era porque los manzanos, que daban su alimento e industria en forma de frutos gigantescos de más de media arroba, estaban como secos y no producían, sin que nadie supiese por qué.
Muy extrañado, Cintolo siguió su camino y al cabo de un tiempo llegó a otra aldea –Villalegre de Viniesa–, aparentemente rica, pero con los pobladores tristes y melancólicos. ¿Qué estaba pasando? Una campesina le informó que en aquella villa era famosa una fuente milagrosa, que manaba vino. ¡Sí, vino! ¡Y de gran calidad! ¡Del que no emborracha ni se sube a la cabeza! Pero esta maravilla, única en el mundo, se había secado y ya no salía de ella ni vino, ni agua. ¡Nada! ¡Cómo no quería que estuviesen todos tristes!
– ¿Y no se sabe la causa de esta pérdida?
– ¡Pues no! ¡Ni idea, por más que se ha buscado!
Cabizbajo y meditabundo, Cintolo salió de aquella aldea y así atravesó otras, en montañas y valles, andando y andando. Hasta que, ¡al fin!, presintió que estaba llegando a una boca del infierno, oscura y tenebrosa. Pero se hallaba al pie de un acantilado, al otro lado de un cenagoso río, tan ancho que parecía un lago. Temiendo que fuese el Lethes, donde olvidaría todo, o el Aqueronte, vio venir una barca que quería llegar hasta él. Con mucho esfuerzo, lo consiguió.
Sorprendido, Cintolo vio que el barquero era un hombre muy viejo y decrépito, harapiento. Después de darle la consabida moneda le preguntó que cómo es que a su edad seguía trabajando. Y el barquero le contestó que sobre él pesaba una maldición y no podía desprenderse de los remos, a los que estaba encadenado por unos grilletes invisibles. Incluso para comer sólo podía despegar una mano. Su misión era llevar a los viajeros hasta la otra orilla, donde estaba la tenebrosa entrada al Infierno de los Mentirosos.
Cumplida su misión, el barquero se retiró aguas arriba. Cintolo llamó a la puerta del infierno y la abrió una mujer de extraña apariencia.
– ¿Qué vienes a hacer aquí? ¡El Demo no está ahora, pero si viene y te ve, te comerá crudo!
A esto contestó Cintolo que no quería hacer ningún daño, que sólo venía a ver si podía conseguir tres pelos de la cabeza del Demo. Y, de paso, preguntar la causa de la ruina de las dos aldeas y como librar al barquero de su maldición.
– «¡Insensato! ¡No sabes a lo que te expones! Pero me has caído bien y te voy a ayudar a conseguirlo. Mira; entra y escóndete en aquel sitio. No metas el más mínimo ruido cuando llegue el Demo.
Le extrañó mucho a Cintolo que no hubiese nadie en aquel recinto inmenso y preguntó que qué pasaba allí.
– Es que a este Infierno sólo vienen los mentirosos y como de la mentira se suelen arrepentir todos, pasan de largo por aquí.
– Y las promesas de los políticos… ¿no son mentiras?
– No. Se las considera traiciones o ambiciones y van a otras dependencias más lúgubres del Infierno. ¡Esas sí que están llenas a rebosar!
«El caso es que como esto está tan vacío, el Demo está siempre fuera, para tratar de conseguir adeptos con engaños. Y cuando trae o viene alguno… ¡se lo come! ¡Es que pasa unas hambres! ¡Pero calla…, que ya siento que llega! ¡Silencio absoluto y no te muevas de ahí!
Efectivamente. Llegó el Demo, que resultó tener una imagen bellísima. ¡Lógico, como lo es la Mentira! Y nada más entrar comenzó a gritar:
– ¡Qué pasa aquí! ¡Huelo a carne fresca, humana! ¿Qué me estás ocultando?
– ¡Calla, grandísimo goloso! ¡Lo que olfateas es un guisado de pierna de cabrito que te estoy preparando!
El Demo se abalanzó sobre la comida, que devoró en un santiamén; mejor dicho, en un «malditamén«. Rendido, se tumbó en un catre y quedó profundamente dormido. La mujer se acercó y le arrancó un pelo
– ¿Pero, qué haces, ángel bendito? ¿A qué me despiertas?
– ¡Es que tengo una pesadilla que no me deja dormir! ¿Cómo puede volver a dar fruto el famoso manzanal de aquella aldea que está en tal sitio, en Pomerania?
– ¡Para eso me despiertas! Pues lo que pasa es que hay unos ratones subterráneos que comen las raíces de los manzanos. ¡Que pongan un ejército de gatos hambrientos y en poco tiempo se librarán de ellos!
Y volviéndose hacia el otro lado, quedó dormido en el acto. Lo que aprovechó la mujer para arrancarle otro pelo.
– ¡Pero es que te has vuelto loca! ¿Qué pasa ahora?
– ¡Es que no me deja dormir otra pesadilla! En una aldea había una fuente que manaba vino. ¿La conoces?
– ¡Yo conozco todo! ¿Y qué?
– Pues que ya no mana ni vino ni agua. ¿Por qué?
– Pues porque un sapo gigante ha quedado atrancado en el conducto. Con un palo untado en miel y lleno de moscas el sapo saldrá y el vino volverá a manar. ¡Y déjame dormir, bendita!
Pero aún faltaba por cortar otro pelo y hacer otra pregunta…