Este no es un blog de autoayuda al uso. Tampoco es un texto de consejos médicos. Ni siquiera es una conversación entre médico y paciente. Son, por encima de otras cosas, las reflexiones personales de una fumadora impenitente de cigarrillos, Lira Félix Baz, y de un médico, Miguel Barrueco, que trata de ayudar a los fumadores a dejar el tabaco como jefe de la Unidad de Tabaquismo del hospital Clínico de Salamanca.
Siempre hay un momento en el que un fumador quiere dejar el tabaco. Aprovéchalo, porque es como los trenes… (31º Post)
[dropcap]N[/dropcap]o podía permitirme el lujo de atacar la nevera. No quería engordar, porque sin quererlo eso resta enteros a tu voluntad y te puede hacer perder la autoestima que has ganado al dejar de fumar. Debía encontrar otra idea, otra solución que aunara, al menos, varios cometidos. Por un lado, debería invertir unos minutos en su proceso; tendría que calmar mi ansiedad; serviría para paliar mi apetito; me entretendría y lo más importe, cederían las ganas de fumar un cigarrillo, que era el origen de todo.
Pensé un momento en ello y poco a poco me fui acercando a la cocina. Bien es cierto que es la habitación maldita para los que estamos dejando de fumar. Pero si se piensa bien puede servirnos también de búnker antiaéreo para refugiarnos. Ya en la cocina abrí la puerta del armario donde guardaba las infusiones. Me paré a mirar cada una de las cajas y también los frascos donde guardaba las hojas de té, tilas, manzanillas y demás hojas secas. Medité cual de todas me iba a sentar mejor.
Al final me decidí por uno de los tarros donde guardaba hierbas a granel. En este caso una mezcla de té, manzana seca y menta, entre otros componentes. Abrí el frasco y mi nariz percibió la mezcla aromática. Lo coloqué sobre la mesa y volví al armario. Allí encontré los sobres de papel para hacerme la infusión. Cogí uno. Lo dejé junto al tarro y me acerqué al cajón de las cucharas. Extraje una con el mango muy largo. Volví a la mesa. Introduje la larga cuchara en el frasco, la colme bien de hojas secas y con mucho cuidado vertí su contenido dentro del sobre de papel. Giré 180 grados sobre mí misma y me acerque a la alacena donde guardaba las tazas de té. Elegí una con lunares rojos y negros. Di dos pasos hasta el grifo del agua y llené la taza. Me desplace lateralmente otros tres pasos hasta el microondas, donde introduje la taza y puse el contador a dos minutos a la máxima temperatura.
Me quedé mirando como mi taza daba vueltas y vueltas dentro del pequeño electrodoméstico, hasta que la campanilla me sacó de mi hipnotismo. Saqué la taza.
Metí el sobre con las hierbas en el líquido hirviendo. Tapé la taza. Me acerqué a un armario. Cogí el tarro de la miel. Lo puse sobre la mesa. Volví a desplazarme, esta vez en dirección a la nevera. Extraje la botella de leche. La abrí tranquilamente. Destapé la taza. Estrujé la bolsita de hierba. La retiré con la cuchara de mango largo. Me acerqué al cubo de la basura. La deposité en su interior. Me aproximé de nuevo a la mesa. Vertí un poquito de leche dentro de la taza. La removí lentamente con la cuchara, la misma que utilicé para sacar un poco de miel del tarro. La introduje en la infusión con leche. Moví de nuevo.
Agarré con las dos manos la taza y la apreté fuertemente entre ellas. Me llevé el borde a la comisura de los labios. Le di un sorbo pequeño. Estaba todavía muy caliente. Esperé un poco mientras seguía apretando la taza entre las palmas y lo fui bebiendo sorbo a sorbo, lentamente, muy lentamente.
Sustituí las rutinas habituales de fumar por otra donde podía ser todo lo minuciosa, parsimoniosa o ceremoniosa que quisiera. Allí estaba la solución. Como me había indicado Miguel había que sustituir las rutinas ligadas a los cigarrillos por otras rutinas.
Continuará…
Este blog está protegido por los derechos de autor. Queda prohibida la reproducción total o parcial de este texto. (SA-79-12)
La mía había sido la preparación lenta y minuciosa de la infusión. De este modo tan sencillo desactivé la bomba de hidrógeno que estuvo a punto de desestabilizar mis primeras tres semanas de ex fumadora, pero es posible que a usted no le sirva. Tiene que encontrar su propia rutina si quiere superar esos momentos difíciles.
1 comentario en «Atacar la nevera o no, esa es la cuestión»
¡Eres fascinante, querida periodista! Creo que voy a probar el método para ver si me quito otros vicios. El del tabaco no, porque no fumo; pero voy a probar…