[dropcap]E[/dropcap]xiste una máxima en el mundo del derecho que dice así “Los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras”, lo cual viene a significar que las leyes de la naturaleza, tales como las de justicia, equidad, modestia, piedad y, en suma, la de “haz a otros lo que quieras que otros hagan por ti”, son, por sí mismas, cuando no existe el temor a un determinado poder que motive su observancia, contrarias a nuestras pasiones naturales, las cuales nos inducen a la parcialidad, al orgullo, a la venganza y a cosas semejantes.
Estas palabras proceden de Thomas Hobbes (5 de abril de 1588-4 de diciembre de 1679), filósofo inglés cuya obra Leviatán influyó de manera importante en el desarrollo de la filosofía política occidental; y permítanme que las use para poner de manifiesto mi reflexión sobre la política contemporánea en esta España nuestra, o Dios sabe de quién con tanta globalización y deseo de algunos de romperla en pedazos. Me estoy refiriendo a un mal que venimos soportando todos los ciudadanos desde la instauración de la Democracia tras la Constitución de 1978, como es el hecho de tener que soportar las mentiras que los políticos cada cuatro años nos repiten para ganar las elecciones, dentro de un sistema que no sirve para garantizar los derechos y libertades que aquella Norma de normas reconoce. Promesas y más promesas, palabras y más palabras que, cuando se hacen con el poder, “si te he visto no me acuerdo”.
La cuestión es que todos nos damos cuenta de que esto es así, y la mayoría lo asume como parte de un sistema corrupto, algunos con la resignación de que las cosas nunca van a cambiar, y que entre los partidos políticos que sustentan a tanto botarate, siempre está la opción de elegir al menos malo, y esto en el mejor de los casos, porque cuando lo que mueve al voto es el fanatismo, apaga y vámonos.
Pero, también los hay quienes moviéndose en el campo de la ingenuidad piensan que esta vez las cosas van ser diferentes y que los suyos, a quienes darán su voto, van a transformar las cosas, llevándonos a la tierra prometida.
Y yo me pregunto a qué se debe tanta complacencia por parte de los ciudadanos y ciudadanas de este país, después de una experiencia tan extensa de más de cuarenta años, eso sin contar los cuarenta anteriores, de recibir palos y más palos, mentiras y más mentiras.
Será que la ciudadanía de este país padece el síndrome de Estocolmo, sino que otra explicación puede darse a un hecho como éste en el que el maltratado (el pueblo) justifique la conducta de su maltratador (los políticos). Saben ustedes que no estoy exagerando, cuando todos hemos comprobado y algunos participado como estúpido cómplice, como de forma reiterada se vota a imputados por delitos contra la administración pública, como la malversación de fondos, cohecho, prevaricación, implicados en tramas que evidencia una corrupción generalizada dentro de la política o muy cercana a ella.
Así pues, llegados a este punto no me queda más que retomar el argumento del principio, de manera que, convendrán conmigo que la única forma de que no nos tomen por idiotas es que firmen el compromiso de cumplir su programa electoral mediante la inclusión en él de una cláusula de dimisión en caso de incumplimiento, mediante un plan de actuación por fechas, convirtiendo este compromiso en la espada de la que nos habla Hobbes, en manos del pueblo soberano.
Ya no creo en los compromisos a futuro, y harían bien si ustedes tampoco creyeran, a no ser que estén bajo la influencia del síndrome al que me he referido anteriormente, porque cuarenta años de oportunidades son muchos, para sólo recibir las migajas que nos quieren dar, y no haber espabilado todavía, aunque en el mundo de los tontos todo es posible.
Sé que lo que aquí digo ningún partido lo va cumplir, pero me daría por satisfecho si dejase algún poso en alguien que piense dedicarse a la política, claro que para eso tiene que ser una persona valiente dispuesta a cumplir su palabra en beneficio de la comunidad, y no como hace la mayoría, cuyo único móvil es hacerse con el poder para sacar el máximo provecho, maltratando a los ciudadanos que le dieron el voto; al jugar con sus sentimientos, con su vida, sin ningún tipo de escrúpulos.
Me dan lo mismo los colores, rojos que azules, naranjas que morados, si realmente están dispuestos a cumplir con sus promesas que sean valientes y se comprometan públicamente a dimitir si no lo hacen, porque los mesías en política no existen por mucho que se disfracen de ciudadanos honrados. Ahora…, allá tú, pero luego no te quejes.