[dropcap type=»1″]P[/dropcap]ara la asistencia religiosa, el colegio de Anaya contaba con dos capellanes. Recogió, como ya hemos indicado, en los estatutos de su fundación los principios y el espíritu del colegio mayor de San Clemente de Bolonia, estatutos que estuvieron vigentes hasta las reformas emprendidas por Carlos III. Fueron sus colegiales los más reconocidos de los colegios mayores españoles, hasta el punto que se llegó a acuñar el dicho de que todo el mundo estaba lleno de bartolomeos, bartolominos o bartolomicos.
Su hábito, obligatorio para los colegiales, era manto y beca de color tabaco. El orgullo de sus colegiales llegó a tal extremo que ninguno de ellos optaba a ejercer de párroco, por considerar el citado puesto degradante para sus conocimientos y procedencia. Era tanto el poder que emanaba del colegio de San Bartolomé que Francisco Ruiz de Vergara llegó a escribir, en 1661, dos volúmenes sobre los cargos y dignidades que llegaron a ocupar sus alumnos. En el libro se citan como colegiales bartolominos nada menos que 7 cardenales, 18 arzobispos y 70 obispos, todos ellos dentro de la jerarquía de la Iglesia española, americana y europea. A esta lista de dignidades religiosas hay que sumar cientos de altos cargos de la administración del Estado.
[pull_quote_left]La fachada este de la iglesia se decoró con adornos y esculturas churriguerescos, entre los que destaca la imagen de San Juan de Sahagún.[/pull_quote_left]El edificio antiguo del colegio de Anaya desapareció, y en su lugar se edificó en el siglo XVIII, en 1760, una monumental construcción de estilo neoclásico. Unos años antes, a ambos lados del Colegio, se construyeron la hospedería y la iglesia de San Sebastián, hoy parroquia de la catedral. Estas edificaciones fueron realizadas por afamados arquitectos, iniciadores de un nuevo estilo arquitectónico que lleva su apellido: los hermanos Churriguera. La fachada este de la iglesia se decoró con adornos y esculturas churriguerescos, entre los que destaca la imagen de San Juan de Sahagún.
El colegio actual fue debido a los diseños del ingeniero Hermosilla y a la dirección de otro arquitecto que dejó su impronta también en la Catedral Nueva, Sagarvinaga. Bajo la batuta de ambos se levantó el edificio en tan sólo ocho años, con un coste cercano a los dos millones de reales.
La fachada está presidida por un escudo del arzobispo. En el interior del edificio se encuentra un gran patio de doble galería y en el zaguán cuatro lápidas romanas halladas al remover el solar. En la parte inferior se erigen dieciséis columnas dóricas, y en la superior otras tantas jónicas. Las escaleras de acceso a la parte superior, después del primer tramo, se dividen en dos ramales. En el descansillo se encuentra una magnífica escultura de Unamuno tallada por Victorio Macho. Se cuenta que Unamuno, una vez colocada, no volvió a subir por las escaleras, le daba aprensión verse esculpido con las órbitas vacías.
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