[dropcap]H[/dropcap]ace unas semanas, en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, hubo un acto público de conmemoración de la persona de Torcuato Fernández-Miranda, cuya trayectoria en el momento más álgido de la Transición, es generalmente bien conocida por los que se interesan en esa fase política de la vida española.
En la referida sesión de trabajo, en la Sala de Plenos de la Real Academia, en el edificio civil más antiguo de Madrid (con su Torre de los Lujanes anexa), intervinimos los académicos Rodolfo Martín-Villa, Fernando Suárez y yo mismo. Y a mí me pareció interesante plantear el tema como un reconocimiento del notable papel que tuvo el Prof. Fernández-Miranda en la fase de la reforma política en que generalmente se atribuye todo el protagonismo a Adolfo Suárez, que lo tuvo, y muy mucho. Pero en lo que concierne a la gestión de esa reforma en las Cortes Españolas, donde se hizo el célebre harakiri, Fernández-Miranda tuvo mucho que decir y actuar.
A continuación, y en dos entregas sucesivas, incluimos el texto de mi referida intervención, en la expectativa de que para muchos de los lectores pueda ser una evocación interesante de esa Transición que hoy está tan denostada por algunos, e ignorada por tantos otros. Y aquí empieza el relato académico.
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Sres. Académicos, queridos amigos, señoras y señores:
La sesión de hoy en esta Real Academia, seguro que tendrá para muchos un profundo sentido de verdadera memoria histórica. Por ser una buena ocasión para revivir facetas de nuestra vida política, ni tan lejanas en el tiempo ni tan recientes, y apreciarlas con mayor nitidez que en el pasado.
Al respecto, no cabe duda de que, 35 años después de su muerte, la figura de Torcuato Fernández-Miranda, se sitúa a un alto nivel en la historia reciente de España, por su decisiva contribución a la transición a la democracia. Una vasta operación política que hoy se estudia en los libros de medio mundo.
Don Torcuato y yo no nos conocíamos personalmente, pero creo que coincidimos en proximidad física en no pocos momentos históricos: el más importante, la apertura de las Cortes democráticas, el 22 julio de 1977, cuando echó a andar el proceso que nos llevaría a la Constitución por la que hoy nos regimos. La que nos dio una estabilidad nunca antes conseguida en el país, y la misma que ha sido calificada en estos días, desde la ignorancia y la malevolencia como “el candado de 1978”. Sin olvidar las invectivas contra los Pactos de La Moncloa, que fueron decisivos para prefigurar el propio espíritu de la Ley de Leyes.
En cualquier caso, la democracia que actualmente vivimos, con todos sus avatares y complicaciones -como siempre sucede, podría decirse, en el devenir político de las naciones-, es resultado de una labor que se realizó en su tiempo desde las dos orillas de la divisoria que hasta entonces separó a las dos Españas. Fue el momento crucial del encuentro de quienes se hallaban en posiciones de poder dentro del Régimen de Franco, con los que nos oponíamos al mismo; en muy buena parte, con la común aspiración de superar prejuicios que tanto daño supusieron para tanta gente durante tanto tiempo.
[pull_quote_left]La democracia que actualmente vivimos, con todos sus avatares y complicaciones es resultado de una labor que se realizó en su tiempo desde las dos orillas de la divisoria que hasta entonces separó a las dos Españas. [/pull_quote_left]En sentido apuntado, y para fijar mi posición personal, diré que mi crítica a la dictadura de casi cuatro décadas, me llevó a participar en la rebelión estudiantil por la democracia, en 1956; un hecho que ya está recogido en multitud de registros históricos. Y por entonces, la inculpación principal que a mí se me hizo en la prensa oficialista, me enorgullece hoy: “Ramón Tamames quiere una Constitución democrática para España”. Cosa que sólo conseguimos veintidós años después, al aproximarse las dos orillas. Y desde la mía propia, quiero destacar aquí los muchos sufrimientos de multitud de personas que en la oposición activa pasaron por depuraciones y otras exclusiones, discriminaciones, cárceles, y trances aún más dolorosos.
Ya en la transición, entre 1974 y 1976, escribí varios ensayos sobre la democracia necesaria, que se publicaron por la editorial de Cuadernos para el Diálogo. Después vendría un pequeño libro sobre las mismas cuestiones, también editado por Cuadernos. Y finalmente Adónde vas España, en Planeta; donde expuse con una cierta extensión mis ideas sobre la reconciliación, la democracia y la Constitución que ya vislumbrábamos en un horizonte muy próximo.
En ese sentido, recuerdo como el Presidente Suárez, en el primer encuentro que tuvimos en julio de 1977, me agradeció el citado libro, que le había enviado nada más publicarse, comentándome: “Has trazado, Ramón, una buena vía distinta a la del Gobierno, y tus propuestas nos están ayudando mucho”. Palabras que para mí tuvieron una significación muy especial, cuando ya habíamos iniciado el definitivo proceso de conseguir para España una Ley de Leyes, por consenso, que pusiera fin al tortuoso proceso iniciado con el texto fundacional de 1812 (sin olvidar la Carta otorgada de Bayona de 1808), preludio que fue de seis especímenes ulteriores (Estatuto Real de 1834, Constituciones de 1837, 45, 69, 76 y 1931); amén de los proyectos nonnatos de 1873 y 1882, además de las Leyes Fundamentales del Franquismo.
Desde la otra orilla en que estaba Torcuato Fernández-Miranda antes de la transición, me siento, pues, partícipe de análogos afanes, para que España dejara de ser un país sin libertades públicas ni verdadero sufragio. Algo ya incompatible con su propia estructura económica, que históricamente traté de analizar en mi Ópera Prima, Estructura Económica de España, y también en “La República. La Era de Franco”, volumen 7 de la Historia dirigida por Miguel Artola. Donde ya aprecié como el gran cambio venía impulsado por toda una serie de fuerzas sociales y tendencias: elevación del nivel de renta, expansión de las clases medias, nuevos hábitos y actitudes de la inmensa mayoría de los ciudadanos. Y junto a todo eso, la experiencia europea de una integración económica de países, a cuya puerta, ya desde las Cortes democráticas del 77 llamamos de manera unánime.
[pull_quote_left]Desde la otra orilla en que estaba Torcuato Fernández-Miranda antes de la transición, me siento, pues, partícipe de análogos afanes, para que España dejara de ser un país sin libertades públicas ni verdadero sufragio.[/pull_quote_left]Con ese recuerdo de la convergencia de personas, grupos, proyectos y acuerdos que fueron produciéndose -en una muestra de racionalidad y patriotismo de muy diferentes matices-, acepté con gusto la petición que se me hizo para participar en este acto en nuestra Real Academia. Junto a dos compañeros, Fernando Suárez -que fue el ponente de la Comisión de Cortes que en 1976 tramitó la Reforma Política-, y Rodolfo Martín Villa, que a la sazón era ministro de la Gobernación del primer Gobierno de Adolfo Suárez. Por ello mismo, quiero agradecer que se me convocara aquí y hoy, pues en los últimos días he podido reflexionar, otra vez, sobre el significado de la transición que hicimos al empezar a soldarse las dos orillas. Y en ese recuerdo, saludo con todo el afecto, a los miembros de la familia Fernández-Miranda/Lozana presentes en este acto de homenaje a quien fue Catedrático de las Universidades de Oviedo primero y de Madrid después, y que tendría que haber sido miembro de esta Docta Casa.
En ese contexto, me atrevo a evocar los tiempos en que Don Torcuato pasó a ser preceptor de Juan Carlos, el actual Rey emérito, que rigió España como Jefe de Estado durante 39 años. Pudiendo decir que desde el momento en que le saludé por primera vez (1968), tuve la percepción de que el joven Príncipe, todavía in pectore, estaba preparándose para lo que después sería Monarquía parlamentaria de una nueva España. Cuando la mayor parte de la oposición apoyaba ya el principio de la reconciliación nacional, que desde 1956 asumimos los que participamos en los ya citados episodios políticos universitarios de ese año. Un principio que andando el tiempo, en 1974, se convirtió en el primer punto programático de la Junta Democrática de España, a la que pertenecí desde su primer momento.
En relación con ese proceso político que nos ocupa, debo subrayar que cuando en diciembre de 1976 se puso a referéndum la Ley de Reforma Política -de la que Torcuato Fernández-Miranda redactó su primera versión-, la mencionada Junta Democrática reflexionó sobre su posible voto en positivo; que lo merecía, por abrir una senda de entendimiento entre los españoles, dejando atrás la dicotomía de rojos y azules. Pero en la oposición, otras fuerzas se mostraron partidarias de la abstención, que prevaleció finalmente desde esos posicionamientos.
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