‘Si no lo hay en Cervantes, no lo busques, porque no existe’. Éste era el eslogan de la veterana librería en Salamanca que está a punto de cerrar
Entró en Cervantes siendo un mozalbete, con 16 años y se jubiló 49 años después. Toda la vida laboral de José Luis Gómez Sánchez está vinculada a la sección de papelería de Cervantes. Le ha entristecido la noticia del cierre y cree que «será difícil» que continúe como cooperativa. El siempre pensó que un grupo fuerte, «como La Casa del Libro o Fnac lo cogieran, pero no ha sido así».
El edificio donde se asienta hoy Cervantes se inauguró en 1960, pero la papelería ya estaba, compraron el edificio anexo. «Era un orgullo trabajar aquí. Todo el mundo lo denominaba el ‘Edificio del libro’. Cervantes era conocida mundialmente. Mandábamos libros a Estados Unidos, a Japón, a Latino América,… e importábamos también», explica Gómez Sánchez, quien fuera encargado de la sección de papelería hasta jubilarse.
Una curiosidad, José Luis, ¿es cierto que en Cervantes se vendía libros prohibidos en la dictadura?
Sí. Es cierto. Eran para clientes especiales. La trastienda era una habitación interior y allí pasaban los clientes.
¿No les abrían las cajas?
No. El control no era muy exhaustivo.
José Luis Gómez Sánchez estuvo trabajando a las órdenes de Jesús Sánchez Ruipérez casi medio siglo y lo define como la persona que «más sabía de libros. Es un librero de los clásicos. Lleva entre libros desde los ocho años. Es autodidacta, con una memoria prodigiosa y un lector voraz. Tenía un ordenador en la cabeza».
Las puertas de Cervantes las han atravesado Premios Nobel como José Saramago y Camilo José Cela, tan distintos en sus ideales y es que Cervantes «no se significó nunca políticamente». También estuvieron el portugués Mario Soares o el político Peces Barba, entre otros.
El lema que esgrimió Cervantes durante muchos años fue: ‘Si no lo hay en Cervantes, no lo busques, porque no existe’. Sobre este respecto, Gómez Sánchez cuenta una anécdota que le ocurrió con el ministro de Marina Manuel Prado y Colón de Carvajal. «Me llamó un cuñado que trabaja en el Ministerio porque estaban buscando un libro sobre Galeones y no lo encontraban. En Cervantes lo teníamos y al día siguiente de pedirlo, estaba en Madrid. El ministro no se lo podía creer».
Las estanterías de Cervantes acogen por igual el Corán, la Torah y la Biblia. Libros en inglés, castellano, euskera, gallego y catalán. Jesús Sánchez Ruipérez era igual de ecuánime para la selección de los libros que adquiría para su negocio, como para proporcionar aprendizaje a sus trabajadores, a los que le daba todas las facilidades para que se formaran y les daba los libros de texto para ellos y sus hijos. «También era muy generoso con los clientes que compraban los libros de texto para sus hijos, se les abría una cuenta y luego la iba pagando, pero sin intereses. El señor Jesús trataba a los empleados como si fuéramos familia».
Además de ser un empresario generoso, Sánchez Ruipérez es un romántico. Cuando tenía la imprenta, editó la historia de Salamanca, sus leyendas y costumbres. «No ganaba nada con estos libros, sólo lo hacía para que no se perdiera esa parte de la historia».
Cervantes está en liquidación y quizá marzo sea el mes donde se eche el cierre definitivamente a una librería por la que ha pasado Salamanca entera desde hace muchas generaciones.
5 comentarios en «Las anécdotas de la librería Cervantes»
Precioso reportaje!! se nota que el dueño de Cervantes es un librero de toda la vida, amante del libro mas que empresario. supongo que Salamanca echará de menos la librería!!
No se puede mentir tanto….
Recuerdo desde niño cómo me miraban los dependientes con mala cara cada vez que iba solo a comprar algo. Y como al ir creciendo seguía siendo así. Al pasar de los años todas las librerias, grandes o pequeñas han ido informatizando sus facturaciones y stocks salvo la inigualable Cervantes, donde cuando solicitabas una factura te enviaban a un departamento recondito donde sus trabajadores necesitaban ver el material a facturar porque ni ellos mismos eran capaces de descifrar un obsoleto ticket que tan solo era una tira de sumas de una calculadora. También hemos sabido todos de los desmanes con distribuidoras y editoras para monopolizar el mercado salmantino. Sería fabuloso que los empleados se convirtiesen en sus propios jefes y sacasen adelante la cooperativa, pero tendrían que emplearse a fondo para dejar atrás todo esto y que siguiese rezando su antiguo eslogan «si no lo hay en Cervantes, no lo busque, porque no existe».
Gómez, como le llamábamos todos, fue un empleado serio y trabajador. Aún recuerdo cuando me vendió en los ochenta una grapadora y un afilalápices de la prestigiosa marca guipuzcoana «El Casco». Cuarenta años después aún siguen en casa funcionando en perfecto estado. Fueron la referencia indiscutible en la ciudad y en la vida universitaria. Otro empleado, Alonso, nos vendía los libros a los estudiantes de letras en el sótano. Cuando le afeábamos lo caros que eran los manuales siempre contestaba: «¿Y qué no es caro?».
Gómez, como le llamábamos todos, fue un empleado serio y trabajador. Aún recuerdo cuando me vendió en los ochenta una grapadora y un afilalápices de la prestigiosa marca guipuzcoana «El Casco». Cuarenta años después aún siguen en casa funcionando en perfecto estado. Fueron la referencia indiscutible en la ciudad y en la vida universitaria. Otro empleado, Alonso, nos vendía los libros a los estudiantes de letras en el sótano. Cuando le afeábamos lo caros que eran los manuales siempre contestaba: «¿Y qué no es caro?».