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Amanecer

¿Hay algo más hermoso que ver amanecer?
Por supuesto que sí!- dirán muchos.

Vale!- responderé yo. Comprendo que hay personas a las que no les gusta el campo, que ven en él un «nido de bicheríos«; que lo que les va es la ciudad, con sus cafeterías, sus locales de diversión o de lucimiento, sus…

¡Vale. Vale! ¡Pues yo prefiero el amanecer…! Me apasiona ver como la oscuridad nocturna se va atenuando suavemente en el crepúsculo matutino, como aparece la ligera tonalidad lechosa, que pasa a rosada, esos colores dulces que se despiertan; esos pajarillos que cantan, felices al nacer un nuevo día…

Y me imagino a nuestros antepasados, aquellas personas primitivas que no conocían aún el fuego, con sus noches de terror, indefensos ante los peligrosos depredadores… —¿A quién le tocará morir? ¿Cuándo amanecerá, para poder vivir?— pensarían sin descanso posible.

¡Ver salir el Sol! Creo que en el Hombre quedó este sentimiento atávico, ¿genético ya?, de alegría ante el despertar de nuevo, el resurgir, el renacer, casi resucitar cada día. Sentimiento que se simbolizó con el rayo solar girando y formando una rueda, sintetizada en la cruz esvástica en sus múltiples formas de tres o de cuatro rayos, el salamancaedro…

Supongo que esa atracción por el Sol naciente y el despertar del día me hizo degustar el dormir en tienda de campaña y en caravana.

Estuve en campamentos juveniles cuando tenía nueve y doce años, organizados por Acción Católica y por el Frente de Juventudes. Contra todo lo que se dice hoy, en los que yo viví no se adoctrinaba a nadie. Todo lo más se daban charlas sobre Historia de España y las gestas que protagonizaron los Españoles. ¡Eso sí: había una disciplina casi cuartelera, de modo que me quedó un ansia de andar por el campo con más libertad!

¡Qué bien lo pasábamos todos, en todo momento con los amigos! Lo único malo que recuerdo era el colchón, que consistía en un saco lleno de helechos bajo una aspera manta… Pero lo soportábamos alegremente.

Acampada entre Villafranca y puerto Chia.
Acampada entre Villafranca y puerto Chia.

Pasaron los años y con Pili y los niños aprovechábamos cualquier ocasión para disfrutar de una acampada, con sus ruidos nocturnos y el siempre nuevo amanecer.

Supongo que todos los que habéis gozado así tendréis vuestras propias anécdotas. Como aquella que nos pasó en cierta ocasión en la que, después de estar oyendo algo así como roces nocturnos en la lona, a la mañana siguiente, al levantar una piedra nos encontramos un alacrán. ¡Y otro, y otro más! ¡Perdimos la cuenta de tantos como había…!

Pero lo más impactante nos ocurrió cerca de Vigo. Siempre, para evitar bromas pesadas, o «no tan bromas», plantábamos las tiendas en algún apartado claro del bosque cuando ya estaba anocheciendo. Después de cenar los bocadillos o el hornazo, solíamos dar un paseo a la luz de la luna.

Corría el verano en 1984. Recuerdo que el lugar, boscoso, estaba en las proximidades de un estadio deportivo, en lo alto del monte.

Montamos la tienda, cenamos, y Pili se acostó por estar algo cansada. Pedro y yo nos fuimos a dar una vuelta. La noche era muy clara. No pensábamos alejarnos mucho y cuando nos disponíamos a dar la vuelta nos encontramos con un hombre.

Como no queríamos que supiese donde estábamos acampados le acompañamos hasta el primer cruce de caminos. Charlamos, él con marcadísimo acento gallego.

Buena estaca lleva usted! -le dije.

¡Sí! Es por si me sale el loco del bosque

¿¿¿¿ ????

Sí. En este bosque hay un paisano que anda por ahí, desnudo, pillando lo que encuentra. El otro día asaltó a una viella que marchaba a su casiña, pero ella le dio un empujón y le tiró al suelo… ¡Es un pobriño que no sabe lo que se hace! Pero como me salga a mí eu doulle unha vara que vai saber

¿Y no se le ha intentado atrapar?

Es muy listo cuando quiere. Se esconde como un espantullo

Llegados al cruce, nos despedimos, y desandamos nuestros pasos corriendo.

Pedro, no le digas nada de esto a mamá, para que pueda dormir tranquila.

Quien no pegó ojo aquella noche fui yo, pendiente de todo ruido y con un martillo en la mano. Las ardillas tiraban piñas…

Por fin amaneció, desmontamos la tienda y nos fuimos a Vigo, a desayunar algo caliente.

Pero no acaba aquí la historia. Ya en Tapia de Casariego, donde teníamos nuestra caravana, un día leí en el periódico que en aquel mismo bosque donde habíamos dormido -quien pudo-, habían organizado una batida para cazar un lobo…

¡¡¡Cielo Santo!!! ¿No sería un lobishome?

6 comentarios en «Amanecer»

  1. Hola Emiliano,
    Gracias de nuevo por tu refrescante columna del lunes.
    El amanecer llega sin ruido, paulatino…y de pronto la luz se hace presente, contundente… y trae su afán
    Un abrazo

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  2. Querido Emiliano,

    Cada lunes leo con atención tus historias y con todas ellas quedo con el deseo de seguir leyendo. Esta aventura de hoy está llena de misterio. Esta no te voy a pedir que la prolongues porque ha quedado bien rematada. No me cuentes más del lobis home que me da miedo, pero si decirte que está muy interesante esto de alternar relatos más sesudos con otros de experiencias cotidianas.
    Un abrazo de tu casitocayo que te sigue con gran afición,

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    • Si te digo la verdad, amigo casitocayo, escribo lo que se me ocurre cada día. Hoy de una cosa; mañana de otra. Muchas veces encuentro la inspiración cuando menos lo espero. De pronto. Y muchas veces me cuesta luego recordar el tema que me inspiró. Por eso hay que llevar siempre a mano un cuadernillo, como el que me regalaste el otro día…
      Un abrazo

      Responder
  3. Emiliano,hoy me has hecho volver a mis amaneceres…Yo he disfrutado de algunos,en mar y en montaña,belleza inenarrable ,los ojos ventanas de sentidos ,son los eternos enamorados de la creación..Se ve todo distinto..se sueña…se ama…Gracias por lo escrito hoy.Un abrazo.Azucena.

    Responder
    • Cuanto me alegra hacerte recordar los buenos momentos, querida Azucena. Siempre pensé en lo que se pierden aquellos a los que no les gusta madrugar. Pero… en fin: ¡tiene que haber de todo!
      Un abrazo

      Responder

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