[dropcap]E[/dropcap]l rezo del rosario. Intrínsecamente ligado a la tradición católica y, desde luego, a los actos y cultos de la Semana Santa. Aquí, en Salamanca, Miguel de Cervantes, en el siglo XVI (y según parece probado), escribía y estudiaba, pateaba sus calles… y escuchaba sus rezos mientras esta práctica devota cobraba brío y fuerza como nunca.
En su ‘Quijote’ aparece una anécdota al respecto, una anécdota de censura, que da cumplida cuenta de dos vertientes que, como ríos, fluían en España por entonces. La primera parte del ‘Ingenioso Hidalgo’ se publica en enero de 1605. Ahora, el mundo conmemorará el IV Centenario de la muerte de su autor. Pero vamos con el rosario.
Fray Luis de Granada (1504-1588), escritor, confesor de duques y reyes, influyente como pocos y el orador religioso más famoso de su tiempo en España y Portugal, hizo del rezo del rosario una bandera para «la reformacion del mundo, tan perdido por culpas y abominaciones» y al que calificó del «medio más excelente que hay para venir en conocimiento de la soberana deidad».
Estamos en los años que siguieron a 1586; Salamanca era la ciudad que más y mejor imprimirá los libros de Fray Luis de Granada y divulgará sus obras. Su pensamiento estaba oficializado, por tanto, en la capital del Tormes (desde donde era catapultado al mundo) y ahí tenía Granada un nutrido y potente grupo de discípulos.
Miguel de Cervantes se movía, entorno a 1586, por Andalucía como comisario real de abastos, encargado de requisar cereales y aceite para la Armada Invencible de Felipe II. Su producción literaria se centraba en algunas piezas teatrales que se habían representado en Madrid. Dos vidas muy dispares y algunos años todavía para que Miguel empezase con el libro más importante de todos los tiempos.
Cuando lo hizo, salió su eminente y prolífico léxico al completo, su soberbia y magnífica imaginación y, también, su modo de entender la religiosidad imperante. La contempla Cervantes en ‘El Quijote’ desde la ironía más absoluta y magistral; de ella, de su guasa y su pluma, no se escapa apenas nada, incluyendo el poderoso rosario, la devoción más emblemática por entonces del católico practicante. Sin embargo, es curiosa la anécdota al respecto cuando Miguel quiere hacer burla de él. Con el rosario no es capaz de meterse; es más, se ve obligado a rectificar lo escrito.
En la primera edición de ‘Quijote’, aparece el siguiente texto:
«…ya sé que lo que más él hizo (se refiera a Amadís de Gaula) fue rezar y encomendarse a Dios, pero ¿qué haré de rosario que no lo tengo?
En esto le vino al pensamiento cómo le haría, y fue que rasgó una gran tira de las faldas de la camisa, que andaban colgando, y diole once ñudos, el uno más gordo que los demás, y esto le sirvió de rosario el tiempo que allí estuvo, donde rezó un millón de avemarías».
Y el texto, corregido (y censurado) de la segunda contiene lo siguiente:
«… ya sé que lo más que él hizo fue rezar y así lo haré. Y sirviéndole de rosario unas agallas grandes de un alcornoque, que ensartó, de que hizo un diez…»
La Inquisición hizo de las suyas… y tal vez la mano poderosa de Granada. Lo cierto es que Miguel de Cervantes donde dijo digo acabó diciendo Diego. El poder no permitió sus frases hábilmente socarronas… pero ese mismo poder no pudo hacer nada para que esas frases llegaran hasta hoy. Y se conocieran tal cual fueron creadas.
Como siempre le pasó a don Miguel en vida, su reino no fue de ese (por entonces) su mundo.