Manolas… ¿quiénes son? Las ves cada Semana Santa acompañando a los pasos en las procesiones pero, tal vez, desconocías que ése era su nombre. Son la elegantes señoras vestidas de negro de pies a cabeza, con mantilla y peineta, que caminan junto a las imágenes del Cristo. Manolas avanzando con donaire siguiendo el compás de los cofrades. ¿Es religioso el origen de este término? Ni mucho menos; las ‘Manolas’ tienen mucho que ver con nuestro origen, con Madrid y, especialmente, con las mujeres de bandera de las que la capital ha dado al mundo tantas muestras. Vamos allá. Te cuento ahora algo sobre el ‘manolismo’.
Principios del siglo XVIII. Madrid. Estamos en la corte, justo con la llegada a ella de la dinastía de los borbones. En la capital comienzan a imponerse las costumbres francesas y una es especialmente curiosa y significativa: las damas (siempre con la aquiescencia de su marido) podían contar con un acompañante que, desde primera hora de la mañana, tomaba con la señora de postín un chocolate, le aconsejaba sobre la indumentaria a ponerse, comentaba las últimas noticias de la moda parisina y, después, del brazo, la llevaba de paseo por Madrid a aquellos lugares donde era necesario ‘dejarse ver’. Hoy a esto lo llamaríamos un ‘personal shopper’ en toda regla.. En fin.
Bueno, pues mientras esta figura mascu/femenina se imponía en las altas esferas madrileñas (y era bautizada con el término ‘petimetre’, derivado del francés ‘petit maitre’), las clases populares reaccionaban ante lo francés con ardor y casticismo. Y donde los pudientes cultivaban el amaneramiento, las batas de flores, los estampados y los peinados grandilocuentes, el pueblo llano madrileño se decantaba por los majos (primero) y los ‘manolos’ y ‘manolas’ después. ¿Quiénes eran? Panderetas, castañuelas, descaro, guitarras, toros, corpiños, abanicos y -sobre todo- mantillas. Esas majas van desapareciendo con los años… y son las ‘manolas’ las que toman el relevo. Para las crónicas de la historia, se trata de mujeres «madrileñas, desenfadadas y arrogantes, de mirada provocativa y risa burlona, que reunían a la vez gracia y entereza, donarie y altivez, nobleza y malicia». Estamos a comienzos del siglo XIX… y de ahí no sé si se fue al cielo pero sí a las procesiones semanasanteras.
De entre lo más tradicional de lo más tradicional bebió este madrileñismo y vistió a sus señoras penitentes de negro, falda por debajo de la rodilla, zapatos sin demasiado tacón, maquillaje discreto, mantilla y joyería elegante, contundente y eficaz. Y las sacó a las procesiones como exponente del sentir de un país, de una tradición, de un carácter, de un pueblo, de una identidad. De España misma.
Por cierto, los ‘manolos’ y ‘manolas’ vienen, para ser más exactos, del muy madrileño barrio de Lavapiés, la cuna de la judería y de los conversos. A los bautizados, sobre todo en las parroquias de San Lorenzo y San Ildefonso, se les ponía el nombre cristiano de Manuel y Manuela. El más puro casticismo… envuelto en el mestizaje hispano. Y en el donaire de la mujer de bandera, por supuesto.