Mantillas: el santa sanctorum de la elegancia. La prenda de vestir imprescindible en una mujer que acompaña a un paso de Semana Santa. Hoy reconocido como símbolo de distinción, feminidad, clase y tradición cultural, este encajado engalanamiento saltó de división en un momento vital en la historia de España. Tuvo que ponerla de moda una princesa rusa y darle lustre una revuelta callejera singular en apoyo a una reina castiza… Pero vamos con esta historia de la Historia.
Lo que está claro es que los primeros usos de la mantilla se dieron entre el pueblo. No fue en su origen, ni mucho menos, una prenda de adorno pensada para lucir en cuerpos de mujeres aristócratas o nobles. Las mantillas eran utilizadas para atemperar el frío y se elaboraban con paño; en el siglo XVII, el encaje comienza a cobrar fuerza y la mantilla se abre paso como ornamento femenino popular y lo hace, sobre todo, en los usos y costumbres del castizo madrileño. ¿Pero, cómo salta a la fama y se vuelve noble?
Estamos en el año 1871 y en fechas muy muy semanasanteras: 20, 21 y 22 de marzo. Un grupo de mujeres de la aristocracia madrileña lideradas por la influyente princesa Sofía Troubetzkoy (de origen ruso, considerada una de las damas más bellas y elegantes de su tiempo y, como curiosidad, introductora de la costumbre del árbol de Navidad en España) irrumpe en el Paseo del Prado de Madrid; el Paseo del Prado era, como su propio nombre indica, lugar de paseo de tarde de la alta sociedad y ámbito de idas y venidas de carruajes.
Pues a esas damas encabezadas por la Troubetzkoy, y duquesa de Sesto, no se les ocurre otra cosa que vestir con mantilla como forma de apoyar a la Casa de Borbón, al príncipe exiliado Alfonso y a su madre, Isabel II (por cierto, la reina que hizo de esta prenda una de sus señas de identidad) frente a Amadeo de Saboya y su esposa, María Victoria del Pozzo.
El día 19 de marzo, cuando Madrid recibía, precisamente, a María Victoria del Pozzo como nueva reina, en los salones del hogar de Sofía se preparaba la revolución mantillera. Y las revolucionarias fueron, en esta ocasión, nobles de cuna: la condesa de Tilly y de Heredia-Spínola, la marquesa de Bedmar, la condesa de Castellar, la condesa de Serrallo y la marquesa de Torrecilla. Todas acordaron acudir al día siguiente, 20 de marzo, al Paseo del Prado ataviadas con mantillas.
¿Qué pasó? La historia es bonita. 20 de marzo de 1871. La princesa Sofía se vistió de negro con mantilla blanca sujeta con el alfiler de la Flor de Lis (símbolo de los borbones y adorno que también popularizó esta contundente mujer de sangre rusa). Hizo enganchar a su carruaje sus mejores caballos y se acompañó muy de cerca por sus sobrinas, entre ellas la esposa del marqués de Valmediano.
El mal tiempo consiguió que ese primer día de revuelta quedase francamente deslucido, sin mucho público, sin muchas damas, con pocos carruajes… Pero, oh sorpresa, la mecha estaba prendida y bien prendida; al día siguiente, 21 de marzo, entre multitud de carruajes, berlinas y coches, fueron muchas las mujeres que optaron por la mantilla en lugar del habitual sombrero. El tercer día, las que secundaron a Sofía eran ya un aluvión y arropando a las ‘mantilleras’ apareció también algún traje goyesco de terciopelo confeccionado para la ocasión.
La reina Victoria, recién llegada, confundió este paseo con una tradición y decidió secundarlo, sumarse al sentir de sus gentes; al enterarse del motivo de tanta concurrencia se sintió profundamente humillada por la corte de Madrid.
Los ministros, con objeto de minimizar tales daños de mantilla y alta cuna, acudieron al teatro y contrataron una farsa. El empresario encargado de llevarla a efecto fue Felipe Ducazcal y Lasheras; él mismo junto a varios más hizo de cochero y subió a un puñado de prostitutas con mantilla a varios carruajes a fin de ridiculizar la idea de la princesa rusa montando una sonora ‘performance’ de la época… pero, queridos, nada pudo hacer el gobierno ya.
Cuando una mujer con fuerza se pone, impone. Y la mantilla, de mano de Sofía, se alzó a terrenos nobles, eclesiásticos y de realeza… como acabaron haciéndolo los mismísimos Borbones.