[dropcap]N[/dropcap]o hay que irse muy lejos de la capital charra para revivir momentos muy potentes en nuestra historia. Ledesma, un municipio a menos de 40 kilómetros, guarda historias de gloria, traiciones, riquezas y reyes que la Semana Santa revive a su modo tomando un templo como epicentro. Cuna del poder religioso y de los señores de amplios terrenos, hoy los cofrades pasan junto a las tumbas de envidiados nobles de mucho peso.
Sancho ‘el de la Paz’ fue señor de Ledesma y de mucho más a finales del siglo XIII (murió en 1312 sin dejar descendencia). Hijo del infante Pedro de Castilla y nieto del rey Alfonso X, disfrutó del honor de ser muy querido en la corte de Sancho IV y la reina María de Molina. Sus tiempos se convirtieron en tiempos de prosperidad… pero también de envidias. Envidias hacia lo extenso de sus posesiones (los señoríos de Ledesma, Montemayor, Salvatierra, Granadilla, Galisteo, Miranda del Castañar, la ribera del Río Coca y las villas lusas de Sabugal, Alfaiates y Castelo Rodrigo), terrenos codiciados «desde antiguo» -tal y como coinciden todos los historiadores- tanto por castellanos como por portugueses.
Apoyado por Sancho IV y defendido sólo por Margarita de Narbona (su madre), Sancho ‘el de la Paz’ hubo de obrar verdaderas virguerías para que su carácter de ‘ricohombre’ privilegiado no se volviera en su contra. Lo curioso de esta historia ledesmina es que Sancho era un niño cuando se ‘coció’ todo… y que fue su madre la que metió la pata hasta el fondo por razón de un matrimonio que, finalmente, no llegó a celebrarse. El cuento acaba bien y con perdón… Vamos con él ya.
Engatusada hasta la saciedad por el señor de Vizcaya, Lope Díaz III de Haro, la madre de Sancho ‘el de la Paz’, Margarita, viuda y asaeteada por unos y otros, decide firmar un acuerdo de matrimonio con él. Lope había perdido todo privilegio en la corte y ansiaba, directamente, arrebatarle al rey Sancho lo que más podía dolerle: Ledesma y sus territorios circundantes. Se ligó a la dueña de las tierras, vaya. ¿Por qué tanto amor por Ledesma? Desde 1161, en plena reconquista, recibió fuero propio como villa por parte del rey leonés Fernando II, que la convirtió en señorío real, la dotó de un gran poder religioso (con siete iglesias principales) y colocó allí a los caballeros templarios y a las monjas benedictinas.
Con el paso de los años, su prosperidad fue en aumento como eje de un reino en expansión, con ubicación perfecta y alejada de los grandes núcleos de poder (y de trifulca). Económicamente creció mucho y se llenó de artesanos, nobles y artistas (de pintores a escultores y plateros): zona de paz, de privilegios, bien comunicada… y querida.
Pero volvamos con Margarita. El infante Juan, su cuñado, logró de ella el sí al matrimonio. Y sin que éste se hubiera celebrado (sólo con los acuerdos previos), el señor de Vizcaya y el infante Juan comenzaron el ataque a las posesiones de Sancho IV desde las tierras del bueno de Sancho niño, que no decía ni mu (claro). Su madre andaba enamorada… como se enamoraban las nobles de la época: por papeles, reinos y territorio.
La cosa es que Margarita no llegó a casarse nunca porque su futuro esposo, metido de lleno en guerras (su verdadera intención) pagó con su vida tanta sed de poder y fue asesinado en presencia del rey al que quería arrebatarle todo… desde Ledesma en adelante.
Sancho IV, tal vez pensando en Sancho niño, perdonó a su madre y devolvió al pequeño todos sus bienes y sus señoríos. A Margarita de Narbona le quedó un mal y lógico recuerdo y pérdidas económicas. Lo que no sabemos es qué le pasó a la dama en el corazón.
Hoy, en Ledesma, una iglesia, Santa María la Mayor, es el foco de las celebraciones de Semana Santa. El hilo conductor, el epicentro. Y justo ahí se encuentra el sepulcro de Sancho ‘el de la Paz’; realizado en piedra y ubicado junto a la capilla mayor, luce la siguiente inscripción: «AQVI YACE EL CVERPO DEL SERENISSIMO INFANTE DON SANCHO, HIJO DEL INFANTE DON PEDRO Y NIETO DEL REY DON ALONSO EL SABIO, SEÑOR QVE FVE DESTA VILLA Y DE OTROS MVCHOS PVEBLOS. FALLECIO AÑO M.CCC.X.» Una serena presencia durmiente de tiempos antiguos de gloria y guerra.