Opinión

Clic

 

[dropcap]Y[/dropcap] sin saber ni cómo ni porqué hacemos clic. En el sentido más estricto de la onomatopeya. Clic y se enciende la luz. Clic y se apaga. Funcionamos igual excepto por un muy pequeño detalle. Encender o apagar la luz se hace de manera voluntaria a no ser que medie accidente y al cerrar la puerta no nos demos cuenta de que sigue encendida.

Un día hacemos clic y decidimos con firmeza lograr, conseguir, comenzar o en el peor de los casos intentar. Digo que en el peor de los casos porque toda idea que gire alrededor del verbo intentar es una invitación a no conseguir. Voy a intentar tocar la luna con mis propias manos. No llego. Lo he intentado ergo misión cumplida.

Vivimos un clic cuando le o la conocimos. Cómo nos gustaron esas curiosas costumbres. Eran absolutamente geniales, le o la hacían un animal distinto, único. Se conoce algún caso, rara avis, en que no hubo clic que finalmente transformara esas curiosas y absolutamente geniales características particulares personales en “inaguantables manías”.

Vivimos un clic cuando decidimos embarcarnos con entusiasmo en aquel proyecto, aquella iniciativa, aquel curso, aquella actividad que nos iba a llenar el espíritu, que nos iba a alimentar, divertir… Se conoce algún caso, rara avis, en que no hubo clic que apagara todas esas ganas.

El primer clic siempre es bueno. Empuja, anima, motiva, aporta energía, particularidad… Yo voy a hacer… Verás cuando lo tenga… Cuando haya conseguido…

Pero algo sucede. No hay bombilla que no se funda. Como nuestras ganas. Se conoce algún caso, rara avis, alguna persona, que no ceja en su empeño. Que sólo tiene un clic. El de encendido. Curiosamente, estos individuos y/o individuas parecen tener una excepcional intolerancia al desánimo.

Porque son anormales. Porque a diferencia de la norma, son más de lerele que de lirili. Estos extraños seres, con tanta perseverancia como impermeabilidad al abatimiento, a la fatiga, al aburrimiento, terminan por conseguir cosas extraordinarias. Quieren. Y en ese querer intentan. Intentan una y otra vez. Hasta que consiguen. Intentan de distintas formas. Se equivocan y vuelven a intentarlo. Estudian diferentes mecánicas, exploran distintos caminos, proponen nuevas fórmulas. Hasta que consiguen. No permiten que el verbo intentar se entrometa en sus planes. Yerran. Pero insisten. Insisten porque sacan provecho del camino, no entienden como único objetivo agitar la botella de Champagne cuando cruzan la meta en primer lugar. Porque ven oportunidades donde otros, los normales, sólo ven problemas, decepciones o frustraciones.

Art Fry era integrante de un coro de iglesia y tenía cierta tendencia a perder el separador de páginas de su libro de cánticos. Para dar solución a semejante problema recurrió a un producto defectuoso resultante de una investigación que su compañeroen 3M, Spencer Silver, había llevado a cabo años atrás tras hallar algo llamado microesferas que resultó un adhesivo acrílico que no pegaba lo suficiente.

Art Fry fue capaz de ver. Spencer Silver no tiró a la basura su “error”. Post-it lo llamaron.

Más información en: moveyourself-coaching.com

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