[dropcap]E[/dropcap]n pos de evitar la obsolescencia institucional, en algunos países ha surgido el debate acerca de la permanencia y la pérdida de relevancia de la Cámara Alta. La suerte de cada una ha variado según el contexto; el Senado de Irlanda ha sobrevivido por el apoyo de sus ciudadanos en el 2013, mientras que el de Venezuela ha sucumbido en 1999.
Los que propugnan la eliminación del Senado aducen la duplicación del Congreso de los Diputados y se amparan en el ejemplo de sistemas políticos que han prescindido ya de su Cámara Alta, en donde parlamentos unicamerales cumplen las funciones legislativas ahorrando tiempo y dinero. Suecia, que abolió su Första kammaren en 1970, se erige como principal referencia.
La alternativa a la desaparición se centra en diferentes opciones con respecto a las competencias, éstas son: al mismo nivel de la Cámara Baja en un bicameralismo perfecto a la italiana, la de representación territorial como el Bundesrat (Consejo Federal Alemán), la exclusividad de determinados poderes o la mayor naturaleza deliberativa de la «segunda lectura» para revisión de los proyectos del Congreso.
La contradicción entre prestigio y declive ha encallado a muchas Cámaras Altas en una posición ensombrecida por otras instituciones del Estado. Sin embargo, esta paradoja se puede aprovechar, ya que diseñar desde lo clásico puede ser muy fructífero.
El trabajo legislativo exige todos los mecanismos que posibiliten resultados beneficiosos en forma de leyes inteligentes, por eso se genera la oportunidad de innovar en las funciones de la Cámara Alta; haciendo hincapié en fortalecer el análisis y la búsqueda de consenso adoptando un papel intermedio entre lo político y lo burocrático, es decir, equidistante de la inclusión política de intereses sociales y de los detalles técnicos de los procedimientos administrativos, con el objetivo de desarrollar tareas de demostración y refutación con respecto al sentido material de las leyes desde un punto de vista más abstracto.
Podría ser el momento de avanzar hacia un carácter más científico de la sede de la soberanía, aunque evitando su mecánica faceta tecnocrática, lo que se logrará mediante representantes dispuestos a utilizar su raciocinio con humildad y paciencia para observar el mundo como los astrónomos lo hacen con el universo.
La solidificación de este nivel es imprescindible para armonizar la relación de mutua supervisión e impulso entre política y ciencia que se muestra cada vez más inexorablemente estrecha, la cual se debería expresar a través de la progresiva similitud entre norma jurídica y ley científica; sin caer en el absoluto positivismo jurídico de la Teoría pura del Derecho que promovía Hans Kelsen, sino que en ese esperado punto superador de la dicotomía entre iusnaturalismo y iuspositivismo.
Políticos de diversas procedencias describen al Senado como un “cementerio de elefantes”, lo cierto es que en la naturaleza este fenómeno se da porque los paquidermos cuando tienen algún tipo de desnutrición buscan zonas con fuentes de agua con la esperanza de que el líquido les permita mejorar sus condiciones. Si los senadores buscan restablecerse políticamente tendrán que beber de la fuente de la reforma y de la originalidad para renovar la idea inmemorial del consejo de ancianos o sabios, teniendo en cuenta que hoy la sabiduría requiere experiencia pero también experimentación.
Augusto Manzanal Ciancaglini (Politólogo)