Manzano y Enríquez, los Montesco y Capuleto de Salamanca

La casa de María la Brava, en la plaza de Los Bandos.

 

[dropcap]S[/dropcap]alamanca también tuvo a ‘su’ Romeo y Julieta. ¿Quién fueron?

Verona, siglo XV. Shakespeare inventa a Romeo y Julieta… ¿o no? Hoy todavía se conserva en la ciudad italiana la llamada ‘Casa de Julieta’, un edificio renacentista con sus literarias balconadas, vivienda señorial que aún luce, sobre el arco de entrada al patio, un escudo de armas de la familia Capuleto, originariamente conocida como ‘Cappelletti’.

La insignia es del siglo XII. Y por eso de comprobar que para algunos la casualidad no existe, en Salamanca, donde se rodará dentro de unas semanas una particular versión del clásico shakespiriano, también tuvimos bandos enfrentados a espada y sangre; no se llamaron Montesco y Capuleto, pero sí Manzano y Enríquez. Y la casa que representa un tiempo de guerras sin cuartel aún se levanta en la capital charra en honor a una mujer. Nuestra Julieta fue conocida como ‘María la Brava’. Volamos otra vez en el tiempo.

Casa de Julieta, en Verona.
Casa de Julieta, en Verona.

En la Piazza delle Erbe de Verona, según cuentan, hay un bonito palacio que debió escuchar los suspiros de una joven enamorada de nombre Julieta. El edificio, visitado hasta la saciedad y donde los turistas dejan por miles sus cartas de amor, ha sido reformado y reformado hasta convertirse incluso en una posada que frecuentó Dickens (por eso de inspirarse, suponemos) y a quien le sentó fatal la poca calidad del alojamiento… y tal vez el sonado romanticismo de sus salas. El eco de los amantes anda por ahí dando vueltas y, también, la sangre que corrió entre dos familias enfrentadas: la Capuleto y la Montesco.

La casa de Romeo, en Verona.
La casa de Romeo, en Verona.

Por cierto, a tiro de piedra de la vivienda ‘julietil’, concretamente en la Vía Arche de Verona, se alza la solariega y medieval residencia atribuida a Romeo que, a diferencia de la de su amada, es propiedad privada no abierta ni a curiosos ni a turistas. Y por ahí, por esos callejones oscuros, divisorios entre ambos palacios veroneses, dicen la literatura y la leyenda que se saldaron cuentas, se llevaron a cabo duelos y todo continuamente acababa en fiasco tras fiasco. Cappelletti y Montecchi dale que le das al odio armado sin ver la luz de la tregua.

Lo que son las cosas… En una ciudad del saber, unos cuántos miles de kilómetros al oeste, dos familias se emperraban en adelantarse al quehacer italiano. Estamos también en el siglo XV y en la Salamanca de entonces, ciudad de los Enríquez y los Manzano. Todo empezó con un juego de pelota entre los vástagos de ambas familias… y todo acabó como el rosario de la aurora. María Rodríguez de Monroy, viuda en ese 1464 o 65 de Enrique Enríquez de Sevilla, vio como los Manzano mataban a su hijo después de una pelea; y, ni corta ni perezosa, decidió vengar en persona la afrenta.
Comprando todas las papeletas para hacer honor a su nombre, doña María ‘la Brava’ persiguió a los asesinos hasta encontrarles en una posada cerca de la ciudad portuguesa de Viseu y allí ¡chas! les dejó sin cabeza. A partir de ese momento, Salamanca quedó dividida en dos parroquias que fueron los dos bandos sanguinaria y férreamente enfrentados: Santo Tomé (los Enríquez) y San Benito (los Manzano). Y en la todavía conocida hoy como Plaza de los Bandos salmantina se alza la residencia de esa María que hizo intervenir hasta a un santo (San Juan de Sahagún) para firmar una paz de lo más sonado… pero esa es otra historia.

Lo que sí es cierto es que María no tuvo, como Julieta, a un Shakespeare que con tanto ardor engalanara sus cuitas; hubo de conformarse con un Eduardo Marquina, reconocido periodista, poeta y dramaturgo catalán, que escribió en su honor una obra de teatro estrenada el 27 de noviembre de 1909 en el Princesa de Madrid con el título Doña María la Brava (obra que tuvo una discreta versión cinematográfica en 1948, dirigida por el propio Marquina).

María Guerrero, como María La Brava.
María Guerrero, como María La Brava.

Otra María, de apellido Guerrero, gran señora de la escena y con un escenario (por cierto) a su nombre, dio vida sobre las tablas a la salmantina en una historia donde se la describía enamorada en secreto de Don Álvaro de Luna, caballero español poderoso y guerreador (al nivel de ‘la Brava‘), nacido en 1390 y valido del rey Juan II de Castilla. Digamos que, según Marquina, fue su particular Romeo a una edad más adulta.

Romeo/Álvaro que terminó vivito y coleando en lo que respecta al mal de amores… pero a quien sus intrigas cortesanas, su afán de mando y -también- sus ires y venires de bando en bando acabaron pasando factura. La madre de Isabel la Católica, Isabel de Portugal, esposa de Juan II, maniobró hasta que su rey y marido ordenó la decapitación de quien otrora fuera su hombre de confianza.

Mientras doña María cortaba cabezas, al cuello de su enamorado en versión Marquina le aguardaba el cadalso en Valladolid.

Dios los cría y ellos… ya se sabe.

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