[dropcap]A[/dropcap]va Gardner. La actriz bellísima, bebedora, vividora… y enamorada de España y de los españoles. Sus sonadas fiestas y constantes líos de pantalones la hicieron tan conocida en los locales de la capital que los madrileños acuñaron un exagerado dicho: «No hay en Madrid un bar en el que no haya bebido Hemingway ni un hombre que no se haya acostado con Ava Gardner».
Estuvo, cuentan, alojada en el Gran Hotel de Salamanca, pero lo que resulta aún más curioso es su, al parecer, más que amistad con un salmantino mundialmente conocido, hijo de Peñaranda de Bracamonte y bautizado allí como Wenceslao Moreno. Sí, el ventrílocuo Señor Wences.
Wenceslao Moreno, hijo de Antonio Moreno y Josefa Centeno, nació en Peñaranda de Bracamonte un 20 de abril de 1896, hace hoy exactamente 120 años. Tuvo 19 hermanos, pero sólo siete sobrevivieron. La vena artística le llegó heredada del padre: Antonio Moreno era músico, pintor y decorador; publicaba artículos en los periódicos de la época, tocaba el violín en el Liceo y escribía poesía.
Wences quiso ser torero… pero se quedó en el intento. Le esperaba algo bastante mejor. Él y su hermano Felipe aprendieron de los ventrílocuos callejeros de paso por Salamanca el arte de hacer hablar a los muñecos sin mover la boca y así fue como empezaron a actuar por los pueblos «a cambio de un chorizo o unos huevos como entrada». Antonio Moreno fabricó el primer muñeco de su hijo Wenceslao; lo llamó Pedro. El artista salmantino lo conservó durante toda su vida… y lo hizo famoso.
Wences era bueno, muy bueno. Y su carrera comenzó a ser meteórica. Empezó a trabajar con las grandes estrellas españolas de la época, con Celia Gámez e Imperio Argentina. En 1934 cruza el charco y se planta en Buenos Aires. Un año después estaba ya actuando por primera vez en Nueva York.
Nos quedamos ahí, en la ciudad de los rascacielos. En 1939, el peñarandino Wences comparte camerino con Frank Sinatra y poco después conoce a Ava Gardner, años antes que Sinatra y la actriz iniciaran su tormentoso romance allá por la década de los 50. En un artículo firmado por Jorge San Román, Wences confiesa lo siguiente:
«Conocí a Ava Gardner en una tertulia y me pareció bellísima. Intercambiamos nuestras direcciones y por aquel entonces, ni siquiera sabía que se trataba de una conocida actriz. Después vino el lío y todo eso pero pronto decidimos dejar nuestra relación y continuar siendo amigos. Es estupenda»
El cine se coló así, con romance y todo, en la vida del ya muy renombrado ventrilocuo, que también contó entre sus amistades con la de Walt Disney. Y entre sus admiradores, con el creador de ‘Barrio Sésamo’ y ‘El Show de los Teleñecos’, el mítico Jim Henson; Henson fue quien pidió formalmente y por carta a Wences Moreno asistir como artista invitado en uno de sus programas. Tal cual apareció, rodeado de entrañables peludos y una calva Rana Gustavo.
Decía el peñarandino -y con conocimiento de causa, codeándose con el star system como se codeó- que un ventrilocuo es, por encima de todo, un actor: «Hay que cautivar al público, conmoverle, ilusionarle; hay que espolear su fantasía; hay, en resumen, que situarle en trance. Y eso sólo puede hacerlo un actor».
De esa fuente de sabiduría bebió su sobrino. ¿Se imaginan quién puede ser? Pues José Luis Moreno. El creador de Monchito y Macario aprendió de uno de los más grandes, su tío el salmantino, ese hombre siempre con un frac a medida confeccionado en Londres, que fue ovacionado por los mejores y más importantes teatros de Estados Unidos.
Vivió Wences una vida a la altura de su genio y murió cargado de anécdotas a la edad de 103 años, anécdotas como haber actuado en la Casa Blanca para Truman o Eisenhower. Bueno… y conocer bien, muy bien, a un bello y cinematográfico animal salvaje llamado Ava Gardner. La mujer que se rendía al genio.