Los castillos de Salamanca

El alcázar de Salamanca.

[dropcap type=»1″]E[/dropcap]n lo alto de la Peña Celestina se construyó el alcázar nuevo. Permaneció en pie más de trescientos años. Fue demolido por el rey Enrique IV el 13 de septiembre de 1472, después del correspondiente permiso del Concejo salmantino.

Con la desaparición del alcázar el Concejo logró pingues beneficios. Se hizo con los derechos de castillería, los impuestos del montazgo, el del paso de ganado por cruzar el río y el del fosario de los judíos. El Concejo sacó también provecho del solar del alcázar, de los materiales de su derribo y de la explotación de las “Tabernas del Vino Blanco”, establecimientos que regentaban los alcaides de la fortaleza y que se situaban en las oquedades de la muralla, en la subida de San Juan del Alcázar desde el paseo del Desengaño.

Con el derribo del alcázar nuevo Salamanca perdió su tercera fortaleza, ya que en la Puerta del Sol, hacia el este, y en la calle de Gibraltar, entrando por la Puerta del Río, se construyeron con anterioridad las otras dos edificaciones defensivas de las que desgraciadamente no nos ha quedado vestigio alguno. Sí tenemos restos importantes de la fortaleza mandada derruir en el siglo XV, restos que aparecieron al derribarse, a finales del siglo XX, la antigua fábrica de pieles que los ocultaba.

[pull_quote_left]En las cercanías de las famosas “Tabernas del Vino Blanco”, lugar inmortalizado en la literatura española, se encontraba un caserío donde vivían personajes marginales, prostitutas y malhechores[/pull_quote_left]En las cercanías de las famosas “Tabernas del Vino Blanco”, lugar inmortalizado en la literatura española, se encontraba un caserío donde vivían personajes marginales, prostitutas y malhechores. En las casas ubicadas en la pronunciada subida, posiblemente se hallaba el habitáculo de la Celestina, alcahueta que Fernando de Rojas debió conocer y que le sirvió de inspiración para escribir su famosa obra en la que narra la tragicomedia de Calisto y Melibea. Este lugar fue el elegido por Pablo Beltrán de Heredia, alcalde de Salamanca en la década de los setenta del siglo XX, para erigir una escultura a la Celestina, obra maestra de Agustín Casillas que hoy podemos admirar en la entrada del jardín de Calisto y Melibea.

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