Opinión

Wanted: Dead or Alive

 

[dropcap]P[/dropcap]odrás darte de bruces con personas que responden de manera pasivo agresiva a estímulos absolutamente neutros. Que por defecto se sienten atacadas cuando se les pone sobre la mesa simples ideas cuyo letal veneno radica en que no coinciden con su patrón funcional.

¿Por qué? Habría que preguntar a cada una pero aquí va una idea: Vivimos en el Far West. Todos somos un poco cazadores de recompensas, lo que sucede es que en lugar de tratar de llevar ante la justicia al temible forajido “Billy Trespistolas”, aspiramos a recibir ese como tú no hay dos y es tanto lo que vales que con tu sola presencia se ilumina mi espíritu cómo molas por favor.

Acéptame el término caricia como acto que implica el reconocimiento de la presencia de otro. Un estímulo cualquiera con el que un ser vivo reconoce la existencia de otro. Vale por supuesto una caricia tal cual, un beso, un guiño de ojo, una sonrisa, un saludo en la lejanía, un WhatsApp por tu cumpleaños o un aumento de sueldo o de responsabilidad en tu trabajo. Es la mecánica con la que consciente o inconscientemente venimos a decir ¡Eh! Te veo y te estimo.

Ciertos especímenes representativos del cazador de caricias gustan de actuar a la defensiva. No porque sean atacados, sino porque así lo consideran. Trabajan mucho más eficientemente de lo que imaginan sus habilidades emocionales con su entorno. Y pueden no darse ni cuenta. ¿Ves ese niño que no para de reclamar atención hasta que le haces caso / te veo y te estimo? Utilizan la risa o el llanto para dirigir el foco de atención hacia sí mismos. A gritos si hace falta.

Una figura que se sitúa en las antípodas del ejemplo anterior sería el de aquellas personas que no se mueven por caricias, gratificaciones o recompensa sin mediatas. Las disfrutan cuando vienen y las mejoran en contacto con el tiempo. Resultan ser imbatibles. Cuando vienen duras saben tener paciencia para comerlas maduras, cuando caen se levantan sacudiéndose el polvo y con el camino despejado avanzan sin tregua. Hostigan a Bill.

Ejemplo. Un estudiante universitario quedó impactado viendo como Mark Spitz conseguía 7 medallas de oro en los Juegos Olímpicos. Él también nadaba y decidió que en los siguientes, él sería el protagonista. No se le daba mal aquello de nadar pero en ese momento, la diferencia de sus tiempos con los de referencia era de 5 segundos, distancia sideral en los 200 metros espalda. Siguió un sencillo plan. Con cuatro años por delante debería bajar el tiempo equivalente a la quinta parte de un pestañeo por cada hora de entrenamiento. Esa era la caricia que le importaba.

Montreal, 1976. John Naber se colgó 4 oros. En su prueba, los 200 espalda, bajando por primera vez en la historia de los dos minutos, en los 100 y dos más en relevos, con sus correspondientes récords del mundo.

John atrapó a Bill y se llevó el oro de la recompensa.

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