El drama de los refugiados: de la vergÜEnza al olvido

Miembros salmantinos de la asamblea contaron su experiencia este miercoles.
El día 15 de julio partía una Caravana a Grecia con un objetivo: denunciar la situación que viven miles de refugiados abandonados de la mano de los gobiernos europeos y dar visibilidad a este problema para buscar una solución. En este viaje se embarcaron personas procedentes de toda España, también de Salamanca, que abrían sus corazones para vencer la inacción de los gobiernos y de la sociedad. Néstor, Asun y Fernando han sido algunos de los miembros que han formado parte de esta experiencia.

 

La Caravana ha realizado varias acciones de protesta y denuncia en Grecia. Entre ellas, la reunión con el cónsul de España en Atenas –tras ser plantados por el embajador, que se encontraba de vacaciones pese a haber solicitado cita con él-. El cónsul les atendió durante escasos 10 minutos a las puertas de la embajada, negándoles el acceso a la misma, donde hicieron constar su indignación y le entregaron la petición que llevaban, demandando el realojo de los cupos aceptados por España y manifestando su preocupación por la lentitud de los trámites. El cónsul responsabilizó a las autoridades griegas y atribuyó la lentitud a la falta de identificaciones de los migrantes, además de afirmar que los refugiados no querían venir a España, algo que chocó a los miembros de la Caravana tras haber hablado con personas que pedían su reubicación en España.

Oreokastro

Si estos momentos fueron duros, mucho más impactante fue lo que vieron en los campos de refugiados. Asun narra lo que vivió en el campo de Oreokastro, cerca de Tesalónica, un campo abierto y no militarizado –aunque con militares a la puerta-. Es un lugar que muchos consideran “afortunado” porque su situación no es de las peores. En él hay unas 250 tiendas, la mayoría bajo techado, que reposan sobre un terreno liso no embarrado. Cuenta con una pequeña escuela a la que pueden acudir los niños, que corretean de un lado a otro del campo con unas condiciones mínimas de higiene. Una de las niñas más mayores se encarga de llevar y traer a los más pequeños a esta escuela. Hay un camión donde las mujeres pueden coger agua mineral para beber y pequeñas tiendecitas donde poder comprar.

En este campo las familias ya están esperando los papeles para poder salir de él y comenzar de nuevo su vida en otros lugares de Europa. “Una de las mujeres con las que hablé me contó que su marido ya estaba en Alemania y que el resto de la familia estaba a la espera del dinero y los papeles para poder salir”. Sin embargo, en ese campamento hay familias que han huido de Idomeni y pudieron relatar lo que vivieron allí, una experiencia mucho peor. “Duchar a los bebés era horrible porque solo había agua fría. Los niños no crecen lo suficiente porque no tienen una alimentación adecuada. La situación que han vivido hasta llegar allí ha sido dura, pero ahora están viviendo una experiencia aún peor”. Asun también pudo hablar con una chica muy joven que tenía un bebé de tres o cuatro meses que, según recuerda, parecía recién nacido. “Había nacido en el campamento por medio de una cesárea. Imagina una cesárea en esas condiciones”.

“Doblemente maltratada”

Asun recalca conmocionada el papel y la posición de las mujeres en estos campos. Si bien la situación es crítica para todos, son ellas las que llevan la peor parte, recayendo sobre sus hombros el cuidado familiar. “Yo solo cuento lo que vi”, reconoce Asun, “y en las tiendas los hombres estaban sentados a lo suyo mientras las mujeres trabajaban y llevaban los carritos cargados de botellas de agua y rodeadas de los chiquillos”. Uno de los eslóganes que se escuchaban en las protestas era “mujer y refugiada, doblemente maltratada”. Las mujeres y las niñas pueden sufrir violaciones, y “algunas desaparecen”, afirma Asun.

Esta es la aterradora realidad que se vive a diario en la puerta de Europa, donde ya han desaparecido más de 10.000 niños tras pisar suelo comunitario o al llegar a sus países de acogida. Una vez son recibidos, a menudo se encuentran solos porque sus familias no tienen suficiente dinero para viajar juntos y deciden enviar a los niños para que estén a salvo lo antes posible. Cuando llegan a sus destinos tienen que pasar meses en centros de acogida, de donde huyen a menudo debido al shock que supone para ellos esta situación. Algunos son captados por las mafias, que aprovechan su desesperación para ofrecerles una alternativa detrás de la cuál se esconden redes de trata de seres humanos que les explotan.

Un boli y una libreta

La desesperanza y la impotencia reinan en estos campos. Fernando cuenta que estuvo en uno de ellos, donde malvivían 100 personas, y tuvo la oportunidad de hablar con un profesor de Alepo que pedía que los sacaran de allí para venir a España. “Me miró con unos ojos negros profundos, con mucha dignidad, y le pedí que si podía aceptarme un regalo: le entregué tres bolígrafos y un par de libretas”. El profesor le dio las gracias: “seguramente esto es lo único que vamos a poder dejar; nuestra memoria”.

Esta experiencia ha marcado a los miembros de la Caravana. Néstor quedó impactado por la impotencia que sintieron al intentar denunciar la situación de los refugiados en el muro de la vergüenza que aísla Idomeni. Las autoridades griegas les impidieron llegar a la zona pese a que el campo ya está desalojado. Fernando, por su parte, nunca olvidará la mirada de aquel profesor sirio. Asun afirma contundente que no volverá a un campo de refugiados “si no es para ir arremangada y a trabajar”.

Texto y foto: Ana Marcos

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