[dropcap]M[/dropcap]arta se levanta otra mañana sin ilusión. Sabe que el día tendrá más momentos malos que buenos.
Abre la nevera y, de nuevo, tiene que recurrir a su imaginación para idear una nueva combinación con los pocos ingredientes que le quedan y, con ellos, sirve el desayuno a su hijo. «Jo, mamá, ¿otro día que no hay Cola-Cao?» Marta hace de tripas corazón y, con una sonrisa con la que pretende conquistar al pequeño, afirma decidida: «¡Pero Juan, si esto es mucho mejor que el Cola-Cao! ¡Es lo que desayunan los astronautas!» Y así, día tras día Marta consigue que Juan desayune lo que el paso del mes ha ido conservando en la nevera de su casa.
Después, su madre le lleva al colegio y se despide de él con un gran abrazo que, últimamente, hace que se le escapen las lágrimas. De vuelta a casa, Marta lleva tiempo fijándose en el mismo lugar, al que nunca se ha atrevido a entrar. Pero hoy, las cosas han cambiado; no puede seguir ideando combinaciones galácticas para que Juan desayune, y decide pedir ayuda. Con un nudo en la garganta llama a la puerta de un lugar con un cartel en el que se lee “Comedor de los Pobres”. Con una sonrisa, alguien le abre la puerta, le da la bienvenida y le pregunta qué necesita.
Esta historia no es real o quizá sí. Marta y Juan no existen, o sí, porque cientos de personas en Salamanca viven una situación similar.
La mayoría de usuarios del Comedor de los Pobres son familias que han vivido con sus necesidades cubiertas durante toda la vida hasta que se han visto sorprendidas por alguna situación sobrevenida como la pérdida de uno o los dos trabajos en el núcleo familiar, lo que ha desencadenado una difícil situación económica. Esto hace que les sea mucho más difícil pedir ayuda debido a la vergüenza que sienten, lo que hace que, en muchos casos, traten de ocultarlo a quien les rodea.
Este motivo hace que la ayuda, en ocasiones, llegue más tarde de lo que debería, ya que solo cuando se ven en una situación critica o cuando alguien de su entorno percibe lo que sucede es cuando recurren al Comedor. “A veces se descubre en el colegio que los niños no tienen el chándal, y ¿por qué no lo tienen si siempre lo han tenido? Y hasta que no le queda pequeño después de un par de años no se dan cuenta de que esa familia está mal, porque ellos no se atreven a decirlo”, afirma Rocío Ledesma, coordinadora y educadora social del centro.
Pedir ayuda
Tomar la decisión de pedir ayuda es uno de los pasos más difíciles de dar en este camino, pero hacerlo a tiempo facilita el abordaje del problema para los trabajadores del Comedor. “Muchas veces las personas llegan muy tarde, porque si vienen con la sentencia de un embargo ya no lo puedes salvar; solo tratar de que no queden endeudados con el banco o ayudarles a buscar un trabajo”, lamenta Ledesma.
La coordinadora social del centro destaca el hecho de que “cuando pides comida es porque tienes todo muy mal”, por lo que El Comedor de los Pobres no solo suple la necesidad alimenticia de quienes acuden a él, sino que proporciona una atención integral: de entrada, todo el que llega recibe la comida diaria, pero cuando esa situación se estabiliza –mediante la solicitud de una ayuda económica o un trabajo a media jornada- dan paso a otros que necesitan más esa comida y ellos reciben un lote mensual de alimentos básicos como leche, arroz, tomate o pasta para poder mantenerse.
En esta labor los voluntarios realizan un papel fundamental, dado que –a diferencia de otras organizaciones- son ellos mismos quienes desempeñan el trabajo a realizar en lugar de ser un apoyo para trabajadores contratados.
Equipo multidisciplinar
Pero además de cubrir las necesidades alimenticias, El Comedor dispone de un equipo multidisciplinar formado por un psicólogo, médicos, abogados y una educadora-trabajadora social.
Estos profesionales tratan de ofrecer una atención integral que mejore la situación de las familias que llegan allí, ayudándoles a aumentar su autoestima, a sentirse capaces de afrontar los nuevos retos, a asesorarles en cuestiones jurídicas o a incluso ayudarles con el pago de alquileres, hipotecas o recibos. Pero lo más importante de esta labor de asesoramiento no es resolver sus problemas, sino ayudarles a buscar recursos para que puedan solucionarlos ellos mismos cuando surjan.
El Comedor en cifras
Actualmente el Comedor da una media de 100 comidas diarias, pero quieren realizar una ampliación de la cocina para poder atender al doble de personas. “Tenemos presupuestos que nos superan”, afirma Rocío. “Hablamos de unos 5.000 euros, por lo que hacemos un llamamiento a empresas e ingenieros que nos ayuden y a cualquier persona que venga con un donativo, sea del dinero que sea”.
El Comedor de los Pobres atiende a unas 800 personas al mes, lo que le supone un gasto de 10.000 euros mensuales. Es una cantidad de dinero que les cuesta mucho reunir, pero reconocen que asisten a diario a milagros. “El día del reparto el 1 de julio no teníamos Cola-Cao; faltaban 300 kg. Yo dije que si al día siguiente no había, lo comprábamos. Por la mañana estaba el Cola-Cao aquí. Un llamamiento de 3 o 4 días y la gente va trayéndolo y las cosas llegan”. Aún así, estos milagros no se producirían sin todo el trabajo que hay detrás: conseguir los recursos necesarios es una labor fundamental en El Comedor, algo que suelen hacer mediante cuestaciones, campañas o actos solidarios.
Además, reciben financiación del Ayuntamiento, de la Fundación Rodríguez Fabrés y de Ecotisa; pero su mayor fuente de ingresos son las donaciones particulares, de ahí la importancia de la labor de concienciación.
El verano
La época estival hace aún más necesario el trabajo de estos centros, que además de realizar su función habitual tienen que suplir la de los comedores escolares. Por otra parte, “la forma de comprar en verano es distinta”, afirma Ledesma. “En verano los niños se pasan todo el día en casa y abren muchas veces el frigorífico, y los productos que buscan, como el jamón york, un yogur o un helado, pueden parecernos normales pero para esas familias son un lujo”.
Sin embargo, lo más importante que reciben los usuarios de El Comedor no son alimentos ni recursos económicos. “Aquí encuentran a personas como ellos, crean un grupo de amigos. Era gente que a lo mejor antes salía de cañas y ahora no porque no puede pagarlas, pero encuentran a otras personas con la que poder salir a un parque sin gastar dinero, y eso crea cierta dignidad”.
El Comedor de los Pobres es un lugar que atiende a todo el mundo, sin excepción. Nadie sabe por qué motivo cruza su puerta quien decide entrar en él. Se trata de una gran familia en la que quien puede aporta, y quien no, recoge. Tal y como afirma Rocío Ledesma, “es una puerta con un timbre y el que llama, entra”.
Por: Ana Marcos
2 comentarios en ««Jo, mamá, ¿otro día que no hay Cola-Cao?»»
Éste sí que es un maravilloso reportaje. Muy bien escrito. Llega al alma desde su mismo comienzo. ¡Enhorabuena, Ana! ¡Enhorabuena, Crónica!
Será muy bueno pero lo estropea al hacerle esa propaganda gratuita al dueño de esa marca que la regenta un separatista catalán. Separatista porque él lo dijo. Hay otras marcas incluso de catalanes que además se consideran españoles. Que le venda ese mal sucedáneo a los del africa tropical.