[dropcap]I[/dropcap]nanes e imberbes, los ciudadanos adultos de nuestro país, hasta cuando peinan canas están sujetos al dictamen y permiso de los padres de la patria, tal que -por ejemplo- un incombustible e insaciable Felipe González.
Cualquiera comprende que con esta especie de eterna adolescencia, una democracia nunca pueda alcanzar la mayoría de edad, ni ingresar por mérito propio en la edad adulta.
Al menos a mí, siempre me sorprendió que tras prolongadas décadas de corrupción y cotarro, nuestra democracia siguiera recibiendo, impertérrita, el calificativo de «joven», que es como si a un varón talludito al que se le ha pasado el arroz, y que ha conocido mil y una miserias, le siguieran llamando «Pepito». Sobre todo las tías-abuelas.
Y lo más penoso de este caso es que a ese «Pepito» se le paseaba -cual monstruo de feria- por medio mundo, como botón y muestra de la más preclara y excelsa madurez.
Y el motivo debía ser este: debido a oscuras genealogías y viejas taras congénitas, nunca se considerará a nuestra democracia capaz de valerse por sí misma. Siempre necesitará de una libertad vigilada bajo el tutelaje de los dueños de la patria. O sea, de los padres patrones.
Sostiene ahora el Padre que el hijo le ha defraudado, porque no ha seguido el guion (o las órdenes).
¿Y cuál era el guion?
Pues prolongar y estirar la farsa para hacerla creíble.
Una forma como otra cualquiera de tomar el pelo al personal, y de paso hacerle perder el tiempo, que para eso le sobra, estando la mitad en paro.
Que los votantes, o incluso los militantes, se sientan engañados y estafados, no importa. Eso importaría en una democracia. Lo que importa aquí es que el patrón se siente defraudado en el cumplimiento de sus órdenes. Y lo hace saber con un ordeno y mando, y agitando la vara en la derecha mano.
Se queja el Padre también de que el hijo «dijo que iba a hacer una cosa y luego fue otra», cosa que a él nunca le ha ocurrido (ya era perro viejo cuando joven), ni siquiera con el ambiguo asunto de la OTAN.
Experto en farsas de varios actos, con entremeses y postre, domina el escenario como ninguno, y sabe de lo que habla cuando dice ¡Ya!
Siervo de sus dueños y patrón de sus esclavos, su sentencia va a misa.
Donde hay patrón no mandan militantes, y donde hay padres de la patria no mandan ciudadanos.
¡Qué país!
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