[dropcap]U[/dropcap]no de los principados más grandes y ricos de la Europa medieval fue la Rus de Kiev, gracias a su capacidad de comerciar con Europa y con Asia. Sin embargo, la disgregación interna, las invasiones y las nuevas rutas con oriente causadas por las cruzadas, desencadenaron su decadencia.
Kiev, aunque ya no volvería a ser la gran capital eslava, fue el origen de la historia de Rusia y de Ucrania, base de una imbricación asimétrica en favor de la primera, destinada a ciclos de mayor o menor adyacencia que han pasado por el amparo, la absorción y la influencia.
La pasividad de una Ucrania en el medio de la marea rusificadora justificada por el paneslavismo, se tradujo en un camino tortuoso marcado por feudalismo, colectivización, hambrunas, represión, guerra, corrupción y hasta por un accidente nuclear, pero en todo esto, Kiev ha sido en muchos casos corresponsable, lo que expresa el origen ucraniano de personajes relevantes como Iván Paskévich o Teófanes Prokopóvich en la época zarista y Leonid Brézhnev o Nikita Jrushchov en la soviética.
Con el desmoronamiento de la Unión Soviética, la Ucrania soberana se fue desatando inicialmente a través del fracaso de la Comunidad de Estados Independientes, posteriormente con la revolución naranja y por medio de la disputa de gas comenzó el acercamiento con el bloque europeo, raíz de las protestas de Euromaidán que desembocaron en una guerra civil que ya le costó la anexión rusa de Crimea y el auge separatista en Lugansk y Donetsk.
El actual presidente, Petró Poroshenko, y su primer ministro,Volodymyr Groysman, pragmáticos, desean la integración ucraniana a la Unión Europea, al mismo tiempo que intentan fortalecer las relaciones económicas con Moscú. Decisión que refleja que Ucrania debería afrontar y aprovechar su destino pendular de estar atascada entre lo ruso y lo europeo. Como el compositor ruso con raíces ucranianas, Piotr Ilich Chaikovski, abriendo Europa a la música rusa y viceversa, Ucrania puede desempeñar el papel de una versión activa de Estado tapón en lo que respecta a su capacidad de interconexión. Aspirar solo a una neutralidad inerte no le impedirá devenir, en el mejor de los casos, en un Estado satélite.
Asimismo, Moscú se tendrá que dar cuenta que su ambición de liderar esa mezcolanza entre estados postsoviéticos, dictaduras islamistas y países latinoamericanos, mientras se pretende socavar Occidente atizando a la ultraizquierda y a la ultraderecha para que funcionen como quinta columna, se desvanece al ritmo que se desploma el precio del petróleo. Paralelamente, Europa y Estados Unidos deberán reducir sus explícitos y contraproducentes intentos de acorralar a Rusia.
Si la capital de Rusia hubiera sido Kiev, tal vez esa ubicación geográfica podría haber engendrado una Rusia más ucraniana, por ende, más europea y occidental, o todo lo contrario. Aunque estas especulaciones contrafácticas llevan más a una ucronía (género literario que especula sobre realidades alternativas ficticias) que a Ucrania, el material histórico que sustenta esas suposiciones puede nutrir la idea de que Kiev vuelva a ser el germen de algo más grande.