Pep Guardiola es uno de los grandes entrenadores del momento. Fue un gran jugador que estuvo a las órdenes de excelentes entrenadores, entre ellos, Cruyff, pero cuando se retiró y comenzó su vida de director de juego, también ha tenido influencias de otros entrenadores, entre ellos, Juan Manuel Lillo.
Un artículo del New York Times habla de la etapa que Guardiola pasó en México. Allí, en Culiacán, conoció a Lillo, un entrenador español poco conocido que había recorrido muchos países y al que siempre había admirado.
Lillo señala en el artículo que la historia de cómo conocí a Pep es verdad. “Había jugado contra mis equipos, pero un día de 1998, después de un partido entre Barcelona y mi Real Oviedo, mi delegado tocó a la puerta de la oficina y me dijo que Pep quería presentarse. ¿que si yo lo querría ver? ¿Cómo decirle que no a un jugador que me gustaba tanto? Dijo que quería conocer mi forma de jugar y conversamos. Desde entonces siempre hemos estado en contacto”.
Guardiola se retira, pero para seguir en forma hace las pretemporadas con los equipos de Lillo para mantener su acondicionamiento físico. Los dos se volvieron tan cercanos que Lillo ahora lo describe como “una de las personas más importantes en mi vida; es como un hijo para mí”.
“Siempre dijo que los tres entrenadores que más le gustaban éramos Bielsa, Arsène Wenger y yo”, señaló Lillo en el artículo, quien ahora vive en Sevilla. A finales de 2005, al ver que su amigo trabajaba en México, Guardiola creyó que probablemente esa sería la última oportunidad que tendría para jugar en uno de sus equipos.
No obstante, cuando Lillo le pidió a Guardiola que firmara un contrato a corto plazo, aceptó: el atractivo de jugar para su amigo era suficiente para vencer cualquier duda.
La aventura no tuvo un final feliz —Dorados descendió de división y Guardiola, acosado por las lesiones, solo jugó 10 veces. “Siempre que me veía hacerlo, decía: ‘No, Loco, si lo haces así, pierdes tres segundos’. Yo le decía que no, hasta que un día me dijo que se quedaría hasta tarde porque ‘si hice que un jugador como Romario lo hiciera, también lo lograré contigo’. Al final, le tomé la palabra”.
Lillo explica en el artículo del New York Times que “Jugaba como un ángel. Tuve mucha suerte de poder entrenarlo, aun con las lesiones. Es el mejor jugador con el que he trabajado. Pero nació para ser entrenador. El problema es que, si amas el fútbol, debes jugarlo primero”.
Lillo tiene buenos recuerdos del tiempo que pasaron juntos en Culiacán, ese crisol improbable de grandeza, pero son recuerdos entre un maestro y un pupilo.
Le basta con llamar “amigo” a Guardiola; no necesita creer que en Culiacán se convirtió en el entrenador que es hoy. Después de todo, como dijo Lillo, “un maestro no necesita de otro maestro”.