[dropcap type=»1″]H[/dropcap]ace tiempo que he caído en la cuenta de que hay personajes que salen a colación con cierta frecuencia, en cada uno de los recorridos turísticos que emprendo por la ciudad del Tormes. Parece que están ligados a la historia de Salamanca y que sin ellos esta población sería otra completamente distinta. Los Churriguera, los García de Quiñones, la familia Gil de Hontañón y los Unamuno, son, entre otros muchos nombres, los que han hecho posible la maravillosa configuración externa e interna de Salamanca.
No soy un experto en Miguel de Unamuno, como muchos de los que leerán este artículo, pero al recorrer Salamanca hago con frecuencia referencia a él al explicar algunos de los edificios emblemáticos de la ciudad o al relatar los episodios de su historia. He elegido una veintena de lugares para recordar a don Miguel, a lo largo de varias semanas iremos desgranado estos espacios. Estoy seguro de que ustedes habrían escogido algunos otros, pero puedo afirmar, sin error a equivocarme, que en la mayoría de ellos coincidiremos.
[pull_quote_left]Durante los años de destierro y exilio allí permaneció su familia. Tengo referencias de la vida de don Miguel en esta casa a través de una buena amiga, Elena Murelo, vecina puerta con puerta de la familia Unamuno, secretaria de los rectores de la Universidad Pontificia y desaparecida desgraciadamente hace ya unos años[/pull_quote_left]Comienzo nuestro recorrido en su casa de Bordadores, en la preciosa vivienda barroca del corregidor Ovalle. Vivió en ella desde 1900, cuando fue destituido como rector, hasta su fallecimiento. Durante los años de destierro y exilio allí permaneció su familia. Tengo referencias de la vida de don Miguel en esta casa a través de una buena amiga, Elena Murelo, vecina puerta con puerta de la familia Unamuno, secretaria de los rectores de la Universidad Pontificia y desaparecida desgraciadamente hace ya unos años. Por ella sé que la familia de don Miguel se comportaba como una más del barrio, caserío significativo en el que vivieron durante muchos años la familia de mi amigo Alfonso Cabezas. La mía, mi familia, habitaba una casa antigua de arquitectura serrana, hoy desaparecida, situada en la calle del Prado, enfrente del convento de franciscanas de la Madre de Dios, antigua casa palacio del comunero Pedro Maldonado. En los bajos de nuestra vivienda se encontraba la Gran Tasca, no la actual, y tenía su taller el pintor Guerra, que hacía grandes carteles murales anunciando las películas más taquilleras de la posguerra; recuerdo de él el impresionante cartel de Los Diez Mandamientos y el de Marcelino pan y vino. Resultan para mí familiares cuantas fotografías se conocen de don Miguel asomado al balcón de su casa contemplando el Campo de San Francisco, las Úrsulas, la iglesia de Santa María de los Caballeros y la capillita de los toreros, hoy abandonada. Era mi barrio, donde jugué de niño y en el que tengo mis primeras experiencias infantiles.
En esta casa de Bordadores pasó don Miguel sus últimos días y de ella salió el cortejo fúnebre con su féretro portado a hombros de falangistas uniformados que quisieron enmendar así la reprimenda del rector el 12 de octubre, al que denominaron Día de la Raza, en el Paraninfo de la Universidad. Terminaba el año fatídico, 1936, el que dio comienzo a la cruenta Guerra Civil Española.
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