[dropcap type=»1″]J[/dropcap]unto a la vivienda de Unamuno en la calle Bordadores se erige una magnífica escultura del artista aragonés Pablo Serrano. Presenta a un Unamuno pensativo, con la cabeza agachada y las manos enlazadas atrás. Tuve la suerte de asistir a su inauguración el frío 31 de enero de 1968 y de ser uno de los primeros en admirar la obra. De aquella buena impresión nació el encargo de la Corporación municipal que presidí a Pablo Serrano de las esculturas Pan y Cultura de la plaza del Liceo y la de Elio Antonio de Nebrija. La primera fue expuesta en el museo del Ermitage como una de las piezas más valoradas de Serrano, y la segunda fue creada para ser contemplada desde la calle de Zamora, trasladada después al paseo de la Merced.
Junto a esta escultura de don Miguel iniciamos el 31 de diciembre de 1979, aniversario de su muerte, el primero de los homenajes que realiza cada año el Ayuntamiento democrático nacido de la Constitución de 1978, efeméride que se ha conservado hasta nuestros días. La Corporación bajo mazas junto a las autoridades educativas, culturales, civiles y militares acompañadas por un nutrido grupo de salmantinos nos reunimos con la familia Unamuno para recordarle. Una sencilla ofrenda floral que ha sido realizada por escritores, poetas, rectores, gobernadores, e incluso, para cerrar de una vez las heridas del pasado, por el general gobernador militar de Salamanca, el recordado y querido Jesús Salvador.
[pull_quote_left]Comprendo que Unamuno gustase tanto de visitar su jardín, para los vecinos del barrio antiguo era también nuestro jardín.[/pull_quote_left]A un paso de su casa tenía don Miguel su lugar de recreo, de paseo cotidiano, el Campo de San Francisco. Este viejo parque, el más antiguo de Salamanca, es una magnífica obra de Jerónimo García de Quiñones, para mí, sin duda, su mejor trabajo. En este pequeño parque pasé mi infancia y fue mi lugar de diversión, ya que el colegio El Ateneo Salamantino, en el que cursé mis estudios hasta cuarto de bachillerato, no tenía espacio para que jugáramos los que allí estudiábamos y usábamos el Campo de San Francisco como patio para las pausas entre clases. En él jugábamos al escondite, las bolas, los platillos, el tirable y a tirar la peonza, juegos que a buen seguro conoció don Miguel en sus vueltas por el pequeño parque.
Comprendo que Unamuno gustase tanto de visitar su jardín, para los vecinos del barrio antiguo era también nuestro jardín. No teníamos zonas verdes de uso público, las que había estaban dentro de los claustros de los conventos y el Campo de San Francisco nos parecía un oasis entre tanta piedra. Hoy Salamanca mantiene una veintena de parques y jardines, pero me sigue pareciendo una delicia pasear por entre sus parterres y cobijarme a la sombra de su viejo arbolado. Me imagino el parque antes de ser mutilado para construir la plaza de toros. El coso taurino ocupó el espacio hoy cerrado, que después fue jardín de las Adoratrices. En ese solar estuvo la fuente del Caño Mamarón, trasladada a la plaza de la Fuente al construirse la citada plaza de toros. Unamuno conoció su derribo, el de la plaza taurina, y la construcción de la actual de la Glorieta, y seguro que sufrió por el abandono durante mucho tiempo de la piedra resultante de la demolición, amontonada en los entornos del palacio de Monterrey y de la iglesia de Santa María de los Caballeros.
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