Casillas, te has ido, pero como artista que eres, en presente, siempre quedará un poco de ti en nosotros y en la ciudad que amabas.
Recuerdo tu sutil ironía cuando nos encontrábamos por esa Plaza Mayor, esa calle del Prior o de San Justo. Te decía: ¡Qué bien te veo Casillas! Y tú, con tu cabeza medio ladeada y mirándome detrás de las gruesa gafas de pasta me decía: «Es que soy mayor, no viejo. Viejo, nunca».
Y es verdad. Nunca fuiste viejo. Siempre tuviste ese espíritu joven que sólo posee el que siente curiosidad por lo que acontece a su alrededor.
Tu mirada inquieta buscaba constantemente inspiración para seguir creando, para ir a tu taller de la calle de La Paloma con una idea nueva que dibujar y luego esculpir.
Tus manos activas han sabido captar como nadie lo que debe de ser el hambre, ese agujero infinito que se puede ver en el Ciego y en el Lazarillo, que desde la entrada del Puente Romano miran sin ver para ser admirados. Plasmaste la mirada interrogante de Unamuno, en el busto de la Plaza Mayor y la ocultación de la alcahueta Celestina que custodia a los amantes desdichados Calisto y Melibea en su huerto y así, podría seguir, porque tus obras embellecen más aún esta ciudad y hoy ella dice, tomando prestado un verso de Unamuno, di tú que he sido.
Adiós, Casillas. Adiós.