[dropcap type=»1″]P[/dropcap]or fin llegamos a los espacios propios de don Miguel, al barrio universitario. La calle de Libreros desemboca en el Patio de Escuelas, el ágora más singular del urbanismo español. Allí le esperaba cada día, pacientemente, la escultura sosegada de Fray Luis de León, la más antigua de cuantas pueblan Salamanca, inaugurada el 25 de abril de 1869, obra del madrileño Nicasio Sevilla. Con el fraile agustino intercambiaba las novedades del día de una Universidad pobre en recursos humanos y económicos, con mil dificultades, que estuvo a punto de desaparecer años antes de ganar Unamuno una de sus cátedras. A Fray Luis le dedica don Miguel una de sus poesías más sentidas, enumerando con maestría y lirismo las obras más significativas del fraile profesor:
– En silencio Fray Luis quedase solo, contemplando de Job los infortunios o paladeando en oración los dulces nombres de Cristo.
Enfrente de la obra de Nicasio Sevilla está la conocida fachada plateresca de la Universidad, a la que a diario, también en los años del rectorado de Unamuno, acuden los turistas para contemplar la famosa rana. Este hecho enfurecía a don Miguel que consideraba que la inmensa mayoría se acercaba hasta allí solo para este menester, contemplar el batracio, sin percatarse de que estaban en presencia de la obra más sublime del plateresco español, hecha en piedra por el hombre.
Desde el pequeño patio universitario, nos adentramos en el edificio del siglo XV que alberga el estudio salmantino. Allí todo huele a don Miguel. Pero detengámonos al menos en tres de sus espacios. El aula de Fray Luis de León, que conserva en gran parte la forma que tenían las clases de la Universidad en los orígenes del edificio. Allí, sentado en los bancos que sostenían las posaderas de los alumnos de los siglos XV y XVI, acudía don Miguel para refugiarse cuando tenía alguna preocupación. En silencio, meditando, dejaba pasar las horas, solo interrumpido por las campanadas del vecino reloj de las catedrales. Ese sonido profundo que emite cada sesenta minutos la campana María de la O, la que los salmantinos conocemos por aquello de:
– María de la O me llamo, cien quintales peso, si no te lo quieres creer, tómame a peso.
Es la misma que desde el campanario de la iglesia de los Villares de la Reina comunicaba las horas a los armuñeses que se encontraban laborando el fructífero campo de pan llevar. La que anunciaba el Ángelus, la hora del almuerzo y el tiempo de dejar la faena. La campana que hizo surgir el canto anónimo cuando las fuertes poleas la encaramaban en la torre de la Catedral Nueva:
– La campana gorda de la catedral, la suben y bajan con solemnidad.
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