[dropcap]I[/dropcap]niciamos hoy un artículo, con varias entregas, sobre el tema del epígrafe, esperando que sea de interés para los lectores de La Crónica.
Sobre la referencia, hay consenso de que la llamada Gran Recesión 2007/2008, concluyó en EE.UU. en 2011, y posteriormente en Europa, hacia el 2013; prácticamente todos los países afectados habían superado ya la fase de crecimiento negativo de su PIB, tras años de pérdida de renta y de más o menos fuerte desempleo.
También hay acuerdo en que la crisis no ha terminado, y que durante el periodo que va del año 8 al 13, no ha habido una reforma suficiente del marco de la economía global, para evitar situaciones adversas como las que surgieron en de 2007/2008. Por la sencilla razón de que no hay un sistema internacional verdaderamente eficaz y eficiente: la globalización económica está muy avanzada, pero la cruda realidad es que las instituciones hoy por hoy existentes, no tienen verdadera capacidad para orientar, y menos aun resolver, los problemas que afectan al crecimiento y a la estabilidad financiera.
En el sentido apuntado, el G-20 no constituye hoy el embrión de gobierno económico mundial que se pensó empezaba a funcionar en 2008. Cuando por primera vez se reunió en Washington D.C., al objeto de fijar toda una política anti-crisis, comprobándose lo mismo, una vez más, en la reunión del G-20 en Pekín, en septiembre de 2016.
En el segundo trimestre de 2016, el FMI anunció la caída de la expansión global del año en curso del 3,8 al 3,4 por 100. Y, por su parte, la OMC revisó la expansión relativa a la expansión del comercio mundial en 2016 al 1,7 por 100, en vez del inicial 2,8; el peor dato desde 2008.
Prolongación de las dificultades
La solución de la crisis ha venido siendo lenta, por toda una serie de problemas: caída del precio del crudo, transición económica china, desaceleración de los países emergentes, compleja situación bancaria con bajos tipos de interés por el fuerte protagonismo de los bancos centrales, guerra de divisas, bolsas de valores en general estancadas o bajistas, tratados de libre comercio al margen de la globalización general de la Organización Mundial de Comercio (OMC), etc.
Así las cosas, en la situación en la que nos encontramos, cabe decir que “en el boom de principios del siglo XXI, dirigir empresas suponía impulsar el crecimiento. Pero con la crisis, el reto pasó a centrarse en la gestión del ajuste, con todo un cúmulo de perplejidades; y liderar instituciones consiste, más que antaño, en afrontar las incertidumbres propias de un territorio nunca antes explorado. La crisis de Lehman Brothers (septiembre de 2008) cambió muchas cosas”.
El precio del crudo: a la baja… y ¿al alza de nuevo?
La drástica caída del precio de crudo (recordemos, un barril son 159 litros) tanto en las cotizaciones del Brent como la WTI (West Texas International), se ha debido al excedente de oferta sobre demanda, por la desaceleración de la actividad económica mundial; ocasionándose así un verdadero problema de insuficiencia de ingresos públicos en los países más petroleros. Lo que en EE.UU. se deja sentir en el petróleo y gas de esquisto (shale); que se extrae por fraccionamiento hidráulico (fracking), y que en menos de una década hizo posible el autoabastecimiento de la Unión norteamericana.
[pull_quote_left]Lo que parece claro es que los precios bajos del petróleo están contribuyendo, con su larga duración, al freno del crecimiento[/pull_quote_left]En ese sentido, parece que la oferta global en exceso de petróleo, persistirá en 2017, ya que el crecimiento de la demanda se desaceleró más de lo esperado, con un debilitamiento del consumo petrolero en China e India muy fuerte. Además, los países de la OPEP mantuvieron los grifos abiertos. Y en ese contexto, Rusia y los miembros de la OPEP (sobre todo Arabia Saudí), se encuentran obligados a hacer ajustes económicos por su fuerte dependencia del precio del crudo; que de los 120 dólares de 2014 se precipitó a 45/50 en mayo de 2016. Por eso, una serie de países -el primero fue Azerbaiyán- tuvieron que pedir ayuda al FMI. En tanto que las prospecciones, y preparación de extracciones en muchos nuevos yacimientos se paralizaron, cayendo las expectativas de inversión en un billón de dólares durante 2015/2016; especialmente en el caso de los yacimientos de aguas profundas y en el océano Glacial Ártico.
A esa situación depresiva para el sector de hidrocarburos, contribuye también el hecho de que tras la Conferencia del Clima en la capital de Francia (noviembre/diciembre 2015), el Acuerdo de París de 22 de abril de 2016, significa, a medio y largo plazo, el progresivo abandono de los combustibles fósiles; por considerar que son la causa principal del calentamiento global, habiendo ya incluso ONGs (por ejemplo, 350.org) que presionan para que no se invierta en acciones de empresas carboneras, de petróleo, o de gas. Al igual que sucede con algunos fondos soberanos de inversión, como el noruego Statoil.
El Acuerdo de París entró en vigor el 4 de noviembre de 2016, al alcanzarse más de 55 países ya ratificantes y por encima del 55 por 100 conjunto de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI); después de haber ratificado EE.UU. y China, en la reunión del G-20 de Pekín de septiembre de 2016. Así las cosas, en la COP-22 del 7 al 18 de noviembre de 2016, en Marrakech, ya hubo más de un centenar de ratificaciones (en total serán 196), con el 80 por 100 de emisiones de GEI.
En cualquier caso, lo que parece claro es que los precios bajos del petróleo están contribuyendo, con su larga duración, al freno del crecimiento, desde Brasil a Rusia, y desde Canadá a la propia China; teniendo esta última grandes expectativas en los combustibles shale.
Pero las tendencias y realidades destacadas hasta aquí, podrían estar cambiando, pues el 28 de septiembre de 2016 comenzó una especie de cuenta atrás, cerrándose un poco el grifo: en Argel tuvo lugar, el 10.X.16, una reunión del Foro Internacional de la Energía, en el que se llegó a un preacuerdo de principio, para disminuir la oferta de la OPEP en por lo menos un millón de barriles/día, en connivencia con Rusia y otros países miembros del referido cártel. Las consecuencias de ese arreglo conjunto, impulsado desde la Venezuela de Maduro, sería una elevación de precios, a aprobar oficialmente por la OPEP: en su reunión de Viena, el 30 de noviembre de 2016, con un precio meta de 80 dólares/barril.
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, apoyó esa posibilidad: “Creemos que congelar o incluso reducir la producción petrolera es la única forma de mantener la sostenibilidad de todo el sector energético. Eso va acelerar el reequilibrio del mercado”, dijo el controvertido mandatario ruso.
Sin embargo, no todo está tan claro de cara al futuro, pues siempre existe la posibilidad de un aumento formidable de la producción en EE.UU., de petróleo y gas de esquisto; que aumentaría mucho la oferta. Aparte de que, dentro de la OPEP y fuera de ella, habría quienes forzarían producciones mayores de las acordadas, con la típica indisciplina de los socios del cártel.
Los mercados de crudo entre 2013 y 2016 presentan un creciente exceso de oferta, que desde el segundo trimestre de 2016 tiende a corregirse por las mencionadas acciones restrictivas de la OPEP y Rusia.
Seguiremos la semana próxima con el tema, y en el interim los lectores de La Crónica pueden conectarse con el autor a través del correo electrónico castecien@bitmailer.net
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