[dropcap]I[/dropcap]niciamos esta serie de artículos con el preaviso a todos los lectores de que una cosa es haber terminado la Gran Recesión, en el sentido de la fase más dura de crecimiento negativo de la renta, y otra es que haya concluido la crisis en su globalidad. Que no lo habrá hecho hasta que se haya recuperado el nivel de renta de 2007 y, asimismo, la cota de empleo.
Previsiblemente en 2017 habremos cubierto los 8,5 puntos de PIB que perdimos a lo largo de los años 2008/2013. En cambio, para alcanzar de nuevo el nivel de empleo de algo más de 20 millones de personas (ahora estamos en 17,6), aún tendremos que crear ocupación durante por lo menos tres o cuatro años.
Terminamos hoy el artículo con algunos elementos que están alargando la crisis como son el peso de la deuda soberana, y las tendencias de desglobalización en los intercambios internacionales, incluyendo algunas palabras sobre incertidumbres y cisnes negros.
Deuda soberana
A sus 72 años, Bill Gross, conocido como “el rey de los bonos”, tras alertar en junio de 2016 que “el mercado de renta fija explotará como una supernova”, por la pronunciada subida del precio en las emisiones, posteriormente (octubre) comparó los mercados con un casino de Las Vegas, Macao o Monte Carlo. Debido a la política ya examinada de los bancos centrales, que asumieron una ilimitada inyección de liquidez, en la idea de restaurar la economía global y revitalizar el crecimiento económico”. Hoy por hoy la deuda global mundial está a niveles récord y crece con rapidez; hasta el punto de estar en equivalencia del 225 por 100 del PIB global.
Desglobalización: OMC, proteccionismo, populismo
La contracción del comercio internacional como consecuencia de la Gran Recesión, no tuvo el carácter devastador que alcanzó en los tiempos de la Gran Depresión (1929-39). Entre 2008 y 2013 hubo una ralentización del intercambio mundial, pero, mal que bien, funcionaron unas mallas de seguridad a tales efectos; sobre todo, la Organización Mundial de Comercio, OMC (heredera del GATT, General Agreement on Tariffs and Trade), ya con una red de barreras muy reducidas por la globalización.
[pull_quote_left]Una de las secuelas de la gran crisis que empezó en 2008, y de la que aún no hemos salido del todo, ha sido la idea de que para protegerse de sus efectos, hay que cerrar las fronteras más o menos en plena globalización[/pull_quote_left]Pero también es verdad que, actualmente, los tratados de libre comercio bilaterales (entre ellos el TPP del Pacífico, Trans Pacific Partnership, y el TTIP, Transatlantic Trade and Investment Partnership), no favorecen la tendencia hacia una más amplia globalización, mucho más promisoria que los tratados en cuestión. Hoy está en peligro: la Ronda Doha de la OMC, iniciada en la reunión ministerial de la Organización en Qatar en 2001, para facilitar más el comercio mundial. Se ve aletargada, sin que tras quince años de intentos haya visos de terminarla un día, todo ello por posicionamientos proteccionistas, que por lo menos al principio, se vieron reforzados con el Brexit y sobre todo por el triunfo de Trump.
El creciente proteccionismo que está en marcha ha suscitado toda una amplia polémica. Demostrándose que perjudica a los consumidores y es aún peor para las clases trabajadoras: un estudio de 40 países demostró que con mayor protección el consumo de los más ricos perdería el 28 por 100 de su poder adquisitivo, y que los de la décima parte (decil) más baja de la escala, los más pobres perderían el 63 por 100.
Así, por ejemplo, el coste anual para los consumidores estadounidenses de cambiar a neumáticos no chinos, después de que Barack Obama subiera su precio con los aranceles antidumping en 2009, fue de alrededor 1.100 millones de dólares, según el Instituto Peterson de Economía Internacional; lo que equivalió a costar 900.000 dólares preservar cada uno de los 1.200 puestos de trabajo que pretendidamente se salvaron: un precio excesivo y un castigo a los consumidores.
Una de las secuelas de la gran crisis que empezó en 2008, y de la que aún no hemos salido del todo, ha sido la idea de que para protegerse de sus efectos, hay que cerrar las fronteras más o menos, lo que no es nada nuevo, pero que esta vez surge en plena globalización, que ofrece una serie de beneficios importantes: los migrantes no mejoran sólo sus propias vidas, sino también contribuyen a mejorar la economía de los países receptores; habiendo unanimidad en que los inmigrantes ciudadanos europeos que llegaron en Gran Bretaña desde el año 2000 han sido contribuyentes netos al fisco. Y los que se instalaron en España entre 2000 y 2008, llevaron el Fondo de Garantía de las Pensiones a los 62.000 millones de euros (en diciembre de 2016 sólo 24.000).
También contra el proteccionismo está el diagnóstico del FMI en su asamblea anual de septiembre de 2016: “Las perspectivas económicas globales están cada vez más amenazadas por las políticas aislacionistas, como el proteccionismo, y el estancamiento de las reformas.” No es casualidad que el Fondo apenas previó un crecimiento del PIB del 3,1 por 100 en 2016, y un 3,4 por 100 para 2017, y que, al mismo tiempo, el comercio global se frenará al 1.7 por 100; el mínimo desde 2008.
[pull_quote_left]Las cuestiones económicas siempre guardan relación con situaciones políticas que pueden ser muy serias, y que podrían surgir imprevisiblemente en cualquier momento[/pull_quote_left]Finalmente, está la amenaza del populismo; que se ha convertido en un grave riesgo para el crecimiento global, según los Ministros de Economía del G-20, que se reunieron en Washington el 7.X.2016. Sesión en la que Lou Jiwei, el ministro de Economía de China, que ocupaba la presidencia rotatoria, consideró preocupante “la actual tendencia de profundo populismo antiglobalización”. En ese sentido, el mercado chino se ha convertido en el centro de los ataques de Trump, que aboga por revisar las relaciones de EE.UU. con el exterior. Claro es que una vez presidente Donald Trump, desde el 8.XI.16, las acciones contundentes tienen que ceder a una mayor reflexión.
Incertidumbres y cisnes negros
Para 2017, el FMI espera un crecimiento mundial, del 3,4 por 100, algo mayor que el de 2016, aunque con un ritmo de expansión del comercio mundial que se reduce al 2,3, debido a las examinadas políticas proteccionistas y al enfriamiento de las economías más desarrolladas. Si bien es cierto que China mantiene su crecimiento (6,7 anualizado en octubre de 2016), por la política de Pekín de ampliar el crédito al sector servicios. Al tiempo que India sigue mejorando año tras año su economía.
Todo lo examinado viene a significar que la crisis se prolonga, y fundamentalmente, que no hay instituciones globales capaces de suponer un cierto gobierno económico a escala mundial. Y en esa dirección, el ya citado director general del FMI, José Viñals, caracterizó la situación como de crecimiento mediocre, lo que crea toda clase de penurias y dificultades. Si bien pronosticó que no habrá nuevas burbujas financiera e inmobiliaria como las que en 2008 precipitaron la Gran Recesión.
Por lo demás, en cualquier análisis de un sistema concreto, no cabe excluir los cisnes negros, que dijo en 2008 Nicholas Taleb: la posibilidad de episodios adversos inesperados, que ahora pueden estar en proceso de latencia pero que se presenten de manera súbita, inesperada.
¿Qué podría suceder si se complicara la situación por la cuestión de las armas nucleares a causa de Corea del Norte? ¿O si en el Mar de la China Meridional hubiera un día un roce importante EE.UU./China? ¿O si fueran a más los episodios que pueden surgir en lo que ya se denomina Tercera Guerra Mundial, que es el terrorismo? Y si mencionamos los indicados temas, es por aquello que decía John Stuart Mill, de que las cuestiones económicas siempre guardan relación con situaciones políticas que pueden ser muy serias, y que podrían surgir imprevisiblemente en cualquier momento.
Terminamos así nuestro artículo de tres entregas sobre la prolongación de la crisis, y seguiremos la semana próxima con una nueva cuestión que pueda resultar lo más interesante para los lectores.
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