[dropcap type=»1″]M[/dropcap]uchos de los que lean estas líneas recordarán que hasta los primeros años de la democracia existía en el cementerio de San Carlos un lugar acotado por un alto muro que los salmantinos denominábamos cementerio civil o de los protestantes. Allí iban a parar los restos mortales de los ateos confesos, los que se suicidaban o los que profesaban otras religiones. En una gran fosa común se enterraron los fusilados en juicios sumarísimos o sin juicio previo en la Guerra Civil y los asesinados por grupos de falangistas que se tomaron la justicia por su mano. Fue el obispo Mauro el que mandó derribar la tapia para unir los dos cementerios, eliminando la marginación de un puñado de salmantinos, separación que les acompañaba hasta el final de sus días. Como era de suponer, a la muerte de Pedro Dorado Montero el obispado se negó a que el difunto fuera enterrado en terreno considerado sagrado. Don Miguel, enfadado, se encargó de decir en el cementerio, ante su tumba una oración fúnebre donde criticó públicamente la decisión del prelado salmantino:
– “Enterramos en tierra sagrada y bendita, tierra bendita y sagrada por los que aquí reposan, bajo el mismo cielo que a todos cobija, bajo su luz, que a todos ilumina por igual”.
Se comprende el enojo de Unamuno con la marginación en la muerte de su amigo. Un obispo, el padre Cámara, que no tuvo escrúpulos en dejar enterrar en sagrado a Manuel Villar y Macías, historiador ilustre de Salamanca, a pesar de que se había suicidado tirándose al Tormes, pero en este caso se trataba de un amigo y, en aquellos años se podía hacer una excepción con los que compartían ideología o forma de pensar.
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1 comentario en «La muerte de Dorado Montero»
Con la Iglesia hemos topado amigo Sancho…pero no todos los Obispos han sido «iguales»…frente al «Padre Cámara» se podría poner al «Obispo Mauro» que hizo «zurcido invisible» para evitar que siguieran supurando los desastres de la Guerra Incivil. Esas supuraciones que aún aparecen por tantas heridas abiertas.
Este Obispo Mauro cedió su famoso Palacio para la Ciudad en una permuta histórica con el Ayuntamiento pero su sucesor de encargó de eliminar dicho convenio, el mismo que en su día «vendió» el cielo del cementerio que aún sigue pagándose por todos los salmantinos, los católicos y no católicos a través del precio de la vivienda…y de sus hipotecas. «Vender el Cielo» nos ha devuelto a los siglos oscuros de nuestra historia por eso no nos extraña que las iglesias se vacíen al mismo ritmo que Salamanca pierde habitantes. «Ver para creer»…haciendo la competencia al mismísimo Lázaro de Tormes, otro pícaro que ha subido hasta lo más alto en sus ansias de poder.