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Un mundo perdido

Reconstrucción de Sebecus.

 

Ilustración antigua de "El mundo perdido".
Ilustración antigua de «El mundo perdido».

¿Le gusta la literatura fantástica?

 

– Si se refiere usted a la que está de moda hoy, con esos mundos increíbles, llenos de efectos especiales, le diré que no mucho.


– No. No. Me refiero… -digamos…- a la clásica. Por ejemplo, a «El mundo perdido» de Conan Doyle.

– ¡Ah, bueno! ¡Eso es otra cosa! Se escribió en un tiempo en que se producían descubrimientos fascinantes…

– ¡Hombre! Yo creo que en toda época, incluso ahora, se producen acontecimientos que impresionan por su excepcionalidad. Pero… ¿a qué se refiere respecto a esa novela?

Cráneo de Sebecus icaeorhinus, Simpson 1937 (AMNH 3160).
Cráneo de Sebecus icaeorhinus, Simpson 1937 (AMNH 3160).

– Pues… yo me imagino que sir Arthur debió quedar entusiasmado por una noticia sorprendente entonces, aunque no se divulgó con la amplitud de hoy día: ¡en América del Sur  hubo dinosaurios que sobrevivieron al fin de la Era Secundaria! ¡Qué fascinante debió resultarle!

«Y si sobrepasaron aquel remoto límite del tiempo ¿por qué no persistieron hasta nuestros días en algún remoto, desconocido e inaccesible lugar? Piense usted que estamos hablando de un escritor que vivió en una época en que había mucho mundo por descubrir aún. Y situó su ficción en una de esas regiones, en el Matto Grosso brasileño. Y lo mismo sucedió con otros autores, imaginando ciudades perdidas, como la Opar de Burroughs, tan visitada por Tarzán, o las fabulosas Minas del Rey Salomón, de Ridder Haggard, o la enigmática Shangri-La de James Hilton,  o el repetido mito de la Atlántida, de Pierre Benoit

«Todas aquellas novelas, que acompañaron y nutrieron mi imaginación adolescente de lector empedernido, fueron llevadas con profusión al séptimo arte, casi siempre con notables éxitos taquilleros.

– Pero… en algunos casos las ciudades perdidas fueron reales. Recuerde el descubrimiento de Machu Picchu o el de Petra, o muchas más…

– Bueno… Sí. Pero en muchas ocasiones, casi siempre, se trata de leyendas que han sido buscadas, investigadas y… rebatidas. Pero nunca falta alguien, pertinaz, que sigue con el cuento, muchas veces con fines crematísticos o para explotar la ingenuidad del público masivo…

– Y volviendo al autor de Sherlock Holmes… ¿qué fue lo que le inspiró su mundo perdido en el Matto Grosso?

Florentino Ameguino (1854- 1911).
Florentino Ameguino (1854- 1911).

-Pues verá usted. En la frontera entre los siglos XIX y XX hubo un gran desarrollo de la paleontología en nuestra querida República Argentina. Un eminente científico, Florentino Ameghino, describió unos dientes del Eoceno de la Patagonia, lateralmente comprimidos, con unas pequeñas sierrecillas. Esta morfología era la típica de algunos dinosaurios, como el famoso Tiranosaurio, lo que fue motivo para que aquel gran sabio dedujese, entonces con razón, que algunos de aquellos reptiles habían sobrepasado la hecatombe que puso fin a los tiempos cretácicos…

– ¿Y eso es cierto?

– Entonces, en 1906, lo era. Mire… La Paleontología no es una ciencia exacta, y la de Vertebrados, menos aún. Todo se basa en los conocimientos que se tienen en tal momento. Después, algún nuevo descubrimiento aporta datos que pueden rebatir o aumentar lo anterior. Pero no se puede y no se debe decir que el primer paleontólogo estuviese equivocado o no tuviese ni idea de la verdad. Simplemente hay que añadir que el segundo, años o décadas después, tuvo más datos, que mejoraron las anteriores conclusiones… Y a este segundo paleontólogo, más tarde, le puede ocurrir lo que al primero. Así es como avanza esta Ciencia, ¡a saltos! Y todos forman parte de la verdad, que nunca será completa. Ameghino fue un gran hombre y no hay que quitarle ningún mérito por decir lo máximo que se sabía en su tiempo.

Sobek.
Sobek.

– ¿Y en el caso de los dientes patagónicos de dinosaurios eocénicos, que pasó?

– Pues que por los años 30 y 40 se hicieron nuevos hallazgos en la Patagonia y George Gaylord Simpson, el más grande paleovertebrista, pudo disponer de un cráneo completo, que definió como un extraño cocodrilo, llamado Sebecus, nombre que deriva del dios egipcio Sobek. ¡Los dinosaurios sí se extinguieron con el Cretácico! Salvo sus descendientes, las Aves, por supuesto…

– Pero me ha dicho usted que esos dientes finamente aserrados, de cocodrilos, ¿noo?, son del Eoceno. ¿No son también así, y también del Eoceno, unos que se han encontrado en Salamanca y Zamora?

– Efectivamente. Y en Lisboa, en Soria y en más sitios de la Península Ibérica, e incluso al sur de Francia. Dientes de Iberosuchus. Y huesos; hasta se ha podido reconstruir un cráneo…

«Por cierto, el sufijo «suchus«, con el que suelen terminar los nombres de muchos cocodrilos actuales y fósiles, también deriva del de Sobek, pero con raíz latina. Pero… se está haciendo tarde. ¿Quiere que le hable mañana de los cocodrilos españoles…?

– De acuerdo. ¡Estoy impaciente por saberlo!

4 comentarios en «Un mundo perdido»

  1. Querido Emiliano,

    Gracias por esta breve reseña de los cocodrilos fósiles de la Patagonia, una tierra de la que espero que vuelvas a contarnos más cosas en otra ocasión. Y aquí quedo pendiente para seguir el hilo de tu historia enlazando con los cocodrilos castellanos. ¿Quién los hubiera visto?

    Un abrazo y hasta pronto

    Responder
    • Espero que éste sea el año del Iberosuchus. Ya sabes: el último cocodrilo terrestre de la historia del planeta. Lo que me parece mentira es que ningún mandarín vea el enorme potencial turístico de ello. ¡Con la gran cantidad de estatuas y monumentos a los dinosaurios que se han hecho por toda España y aquí, con un extraño y extraordinario animal, único, no se hace nada! ¡Qué cosas!

      Responder

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