[dropcap type=»1″]F[/dropcap]uera de lo que se considera el casco histórico de Salamanca he escogido tres lugares para el recuerdo de don Miguel de Unamuno. El primero de ellos es la estación de ferrocarril. La que hoy contemplamos no tiene nada que ver con la que Salamanca tenía hace tan solo unas décadas. Destartalada, más bien parecía una estación de un pueblo grande o un apeadero de ciudad mediana. Muchos se preguntarán por qué he escogido este lugar para recordar a don Miguel. Pues muy sencillo. La llegada a Salamanca desde el exilio de Unamuno fue apoteósica. Me lo contaron de su propia boca algunos personajes, ferroviarios algunos de ellos, hoy desgraciadamente desaparecidos. Unamuno fue recibido en Salamanca el 13 de febrero de 1930 por una multitud enfervorizada que prorrumpió en aplausos y vivas al rector nada más ver aparecer el coche que lo traía desde Valladolid, una máquina arrojando carbonilla, que arrastraba los vagones donde viajaba el héroe esperado.
Allí fueron a recibirle un numeroso grupo de salmantinos que le acompañaron por carretera, en el coche de Población, hasta Salamanca donde el gentío se agolpaba en las calles para recibirlo como se merecía.
En Salamanca somos poco dados a expresar adhesiones y agradecimientos públicos, recuerdo que siendo un niño, a los alumnos del colegio Ateneo Salmantino nos dejaron salir de clase para asistir y ver pasar el entierro de don Filiberto Villalobos, otro incondicional de don Miguel, sepelio al que asistió toda la ciudad y no pocos de la provincia.
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