Opinión

Cataluña siempre, mejor el pacto que el colapso

[dropcap]E[/dropcap]l tema de Cataluña vuelve a estar en fase mediáticamente álgida, que podría decirse, con Soraya y Rajoy actuando a media luz con Puigdemont y Junqueras. Por eso, creo que será bueno recordar algunas historias sobre la pretendida sedición de una de las más hermosas regiones españolas, respecto del conjunto patrio.

 

La resolución soberanista catalana de enero de 2013 no fue la primera de esa naturaleza, pues el Parlament había aprobado ya siete resoluciones muy parecidas en los últimos 25 años:

  1. 12/12/1989. “El Parlamento de Cataluña declara solemnemente que Cataluña forma parte de una realidad nacional diferenciada en el conjunto del Estado”.
  1. 27/9/1991. “El Parlamento de Cataluña declara solemnemente que Cataluña… se felicita por el hecho de que en el este y el centro de Europa las naciones hasta ahora oprimidas estén recuperando su libertad”.
  1. 1/10/1998. “El Parlamento de Cataluña ratifica una vez más el derecho del pueblo catalán a determinar libremente su futuro como pueblo, en paz, democracia y solidaridad […]”.
  1. 3/3/2010. “El Parlamento de Cataluña ratifica la vigencia de la resolución [de 1989] sobre el derecho a la autodeterminación de la nación catalana y de la resolución [de 1998] de ratificación de la anterior…”.
  1. 10/3/2011. “El Parlamento de Cataluña considera el derecho a la autodeterminación de los pueblos como un derecho irrenunciable del pueblo de Cataluña…”.
  1. 24/3/2011. “El Parlamento de Cataluña insta al Gobierno [catalán] a mantener una actitud activa en defensa del derecho del pueblo de Cataluña a la autodeterminación…”.
  1. 27/9/2012. “Cataluña ha de iniciar una nueva etapa basada en el derecho a decidir…”.

Pero con ser expresivas las anteriores declaraciones, nunca se había llegado al nivel de la de enero de 2013; claramente preparatoria de un proceso independentista, con toda una larga instrumentación.

Un informe del Consejo Asesor para la Transición Nacional (CATN) creado por la Generalidad de Cataluña, propuso crear un Consejo Ibérico de cuatro miembros: España, Portugal, Andorra y Cataluña; “a partir –se dice— de intereses comunes en todos los terrenos, en buscar de una cooperación que permita reforzar la capacidad de influencia dentro de la Unión Europea». Y eso se propone cuando está claro que una Cataluña independiente quedaría fuera de la UE, y cuando Andorra no es Estado miembro de la misma.

La inspiración del CATN para semejante idea es el Consejo Nórdico que forman Islandia, Dinamarca, Noruega, Suecia y Finlandia, a fin de trabajar de forma coordinada en problemas que comparten por su posición geográfica. El documento también detalla que ese Consejo Ibérico, según datos de 2012, «reuniría una población de más de 57 millones de habitantes y acumularía un PIB superior a los 1.196.000 millones de euros».

El dislate no puede ser mayor. Porque la realidad es muy otra de la que se pretende por los inventores del tal Consejo Ibérico:

–    Primero, Andorra, tiene dos copríncipes, aunque su status ha cambiado últimamente. Pero de todas formas, habría de contarse con Francia.

–    Segundo: Portugal y España ya tienen suficientes órganos comunes e interrelación a través de la UE, además de sus numerosos acuerdos bilaterales, y los encuentros periódicos a nivel ministerial.

–    Los tamaños de los cuatro Estados hace que toda la propuesta tenga el más mínimo sentido: España, en términos de PIB es cinco veces Portugal, el resto de España es cuatro veces Cataluña y 666,66 (periódica pura) veces Andorra.

–    ¿Y por qué no se menciona Gibraltar?

Los asesores incluso se han dignado a diseñar la posible estructura y funcionamiento de tal entelequia, con un Consejo de Parlamentarios, formado por representantes de las asambleas legislativas de los cuatro países, cuyos acuerdos serían recomendaciones que «para tener efecto deberían ser asumidos posteriormente» por cada Estado.

También piensa el CATN en un Consejo de Ministros, formado por presidentes o primeros ministros de los cuatro ibéricos; aunque «en las sesiones ordinarias participaría el ministro para la cooperación ibérica de cada territorio».

[pull_quote_left]¿Pero hasta dónde puede llevar la necedad de algunos ingenieros del independentismo? ¿Cómo puede pagárseles por semejantes paridas?, preguntó un asistente[/pull_quote_left]El tema que nos ocupa aún se hizo más disparatado cuando el presidente del CATN, Carles Viver Pi-Sunyer, propuso un consejo entre España y Cataluña, similar al Benelux, que permita la cooperación entre los dos Estados. Viver explicó que el proceso de transición nacional hacia la independencia provocaría unas relaciones más cercanas y constructivas que las actuales, ya que no debería ser «ni una ruptura ni un aislamiento de Cataluña respecto a España».

«¿Pero hasta dónde puede llevar la necedad de algunos ingenieros del independentismo? ¿Cómo puede pagárseles por semejantes paridas?», preguntó un asistente en un encuentro en el que participó el autor de este artículo.

En ese contexto, los secesionistas son víctimas de su propia intoxicación: el Valle de Arán, a la vista de los acontecimientos ya está en la tesitura de autoconsiderarse nación, aspirando a una posible independencia de Cataluña. Otra muestra de surrealismo digna de Buñuel con su Ángel exterminador, y de Dalí en alguna de sus expresiones oníricas.

Dentro del mismo proceso de transición a la independencia, la batalla exterior que están librando los secesionistas, no ha podido ser menos productiva: nadie entre los países de la Unión Europea dio muestras de interés por el proyecto. Y sólo el Presidente de la Comisión Europea, siempre tan educado él, contestó con una carta que seguramente el propio Mas preferiría no haber recibido. Sin olvidar al Papa Francisco, que no dudó en desmentir al triunfalista proindependentista Abad de Montserrat que ya veía también una Iglesia catalana fuera de la actual Conferencia Episcopal de España. Sic transit gloria mundi.

¿Veremos el desenlace de la cuestión en próximos tiempos? Nunca se sabe cuando se trata de un tema como el catalán, especialmente con sus ribetes soberanitas, pero también con su pactismo tradicional.

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