[dropcap type=»1″]E[/dropcap]l papa Juan Pablo II vino a Salamanca para visitar la basílica de Santa Teresa en Alba de Tormes y la Universidad Pontificia de Salamanca. Se preparó el viaje con meses de antelación. Mantuvimos reuniones en el Ayuntamiento para organizar el recorrido por la ciudad. Creíamos que lo mejor para que los salmantinos vieran al papa era que pasara por la Plaza Mayor, por el Ayuntamiento, donde sería recibido oficialmente por el Pleno de la Corporación.
Don Mauro, nuestro gratamente recordado obispo, vio con cariño la propuesta que le hacíamos, pero los organizadores nacionales se negaron en redondo a que el papa pasara por el Ayuntamiento, seguramente porque gobernaban los socialistas. Solamente cedieron a que le diéramos las llaves de la ciudad en la entrada a la misma, en la avenida de los Reyes de España, antes conocida como avenida de la Paz en recuerdo de la campaña franquista “Veinticinco años de Paz”.
Estuve con María José en el acto del papa en la explanada de Alba de Tormes, y antes de que acabara la ceremonia nos trasladamos a Salamanca para recibirlo. Salamanca entera estaba en la calle llenando el recorrido, no cabía un alfiler. Los colegios habían concentrado en la avenida de la Paz a sus alumnos con banderas del Vaticano. Le recibieron con un griterío ensordecedor, haciendo ondear sus banderas. El papa firmó en el Libro de Oro de Salamanca y nos regaló un rosario.
Le hice entrega de las llaves de la ciudad, realizadas en plata con el escudo de Salamanca para la ocasión, obra del artesano José Manuel Cordón. Él, a su vez donó al Ayuntamiento una medalla de su pontificado y firmó en el Libro de Honor. Parecía tener prisa y no prestaba atención a los niños que seguían gritando vivas al pontífice. Tuvo que ser el obispo, don Mauro, el que reclamó la atención de Juan Pablo II, que de una manera teatral se volvió hacia la multitud otorgándoles una bendición rápida antes de meterse nuevamente en el papamóvil.
Sin saberse el motivo, el papa surcó la ciudad a tal velocidad que dejó a los salmantinos como los americanos a los del pueblo de Bienvenido mister Marshall. El papamóvil aceleró en la Plaza Mayor. Su comportamiento en la Pontificia fue más relajado. Se notaba que estaba en su ambiente. Se dirigió a los teólogos con un discurso muy bien preparado y elaborado.
Era la primera vez que un papa visitaba Salamanca y los ciudadanos esperaban más de su estancia. La ciudad estaba llena de personas venidas de otros lugares de España y del mundo. Le seguían en sus desplazamientos. La mayoría eran miembros del Opus Dei y de otros movimientos conservadores de la Iglesia, jóvenes que gritaban a su paso el lema “Totus Tuus”. Mi impresión personal de Juan Pablo II es que representaba su papel como si de una obra de teatro se tratara. Se movía con poses estudiadas, dominaba con precisión las técnicas de los movimientos de masas.
[pull_quote_left]Cuando llega el papa a Salamanca dirigía la diócesis don Mauro Rubio Repullés, un hombre progresista que creía en el laicado y en la apuesta por la Iglesia de los pobres. Sus sucesores dieron un giro de 180 grados y se apoyaron en los movimientos neocatecumenales y en el Opus Dei[/pull_quote_left]Su recorrido por Salamanca pasó sin pena ni gloria para los salmantinos, pero no para España. Localmente fue una visita netamente clerical, universitaria. Se consolidaba en nuestro país una Iglesia que evolucionaba a pasos agigantados hacia posiciones muy conservadoras. Se empezaba a dejar sentir la caída en desgracia de los prelados nombrados bajo la égida del cardenal Tarancón y el nombramiento masivo de obispos conservadores que apostaron por políticas descaradamente cercanas al Partido Popular. Sus medios de comunicación fueron virando en connivencia con el partido de la oposición, opción que ha continuado hasta nuestros días.
La Iglesia española fue un ejemplo de comportamiento en la Transición. Se mantuvo al margen de la contienda política, con Juan Pablo II pasó en muy poco tiempo a ser protagonista de un apoyo sin fisura a los postulados previos al Vaticano II.
Cuando llega el papa a Salamanca dirigía la diócesis don Mauro Rubio Repullés, un hombre progresista que creía en el laicado y en la apuesta por la Iglesia de los pobres. Sus sucesores dieron un giro de 180 grados y se apoyaron en los movimientos neocatecumenales y en el Opus Dei. Los curas de la diócesis fueron envejeciendo y el seminario vaciándose. En la actualidad, un cura atiende siete u ocho pueblos y la Iglesia se ha recluido en los templos y sacristías, apartándose de la apuesta por el mundo. Los seglares progresistas han abandonado la práctica religiosa y los jóvenes se apartan cada vez más pronto de la fe. Las mujeres, marginadas como si estuviéramos en el Medievo, se alejan de una Iglesia que las considera inferiores al hombre.
Lejos han quedado los años en los que el cardenal Tarancón dirigía la Conferencia Episcopal Española. El obispo de Madrid hizo posible la transición política española sin mayores sobresaltos. Conocí a Tarancón en Toledo, cuando era primado de España, en 1971. Fuimos a la Ciudad Imperial a la ordenación de un amigo, Pedro Payo, cura de vocaciones tardías que vivió en Pizarrales. Después coincidí con el cardenal cuando vino a Salamanca a inaugurar la plaza de Santa Teresa y el monumento a la santa andariega. Guardo un recuerdo muy vivo de aquel momento. Me dijo que le recordaba sus primeros años como obispo en Solsona, cuando le nombraron prelado siendo todavía muy joven, el obispo con menos años de España. Ejercía su ministerio con acercamiento a los cristianos de base, a los no creyentes y, sobre todo, a los pobres y necesitados. También he mantenido una larga amistad con su mano derecha, el jesuita José María Martín Patino.
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