[dropcap type=»1″]G[/dropcap]iulio Andreotti visitó Salamanca para recibir el doctorado honoris causa de la Universidad. El Gobierno socialista había pedido a las autoridades académicas salmantinas esta distinción para agradecer al primer ministro demócrata cristiano italiano sus desvelos para que España entrara en el entonces llamado Mercado Común Europeo.
Andreotti fue acogido con cariño por los antiguos miembros de la democracia- cristiana salmantina que, una vez desaparecida tras el fracaso electoral de Ruiz- Jiménez, pasaron en su mayoría a engrosar las filas de la UCD. En Salamanca la representaban el viejo Gil-Robles, Juan Bermúdez de Castro y su mujer, Pilar Fernández Labrador.
Hablaba con gran desparpajo un castellano con acento italiano, pero se le entendía perfectamente. Se notaba que era un gran orador y un perfecto conocedor de la política, no solo de la de su país sino también de la europea y americana. Asistió a una cena que se dio en su honor en el castillo del Buen Amor, propiedad de Fernando Fernández de Trocóniz. La familia Trocóniz, de vez en cuando, dejaba sus salones y dependencias para cenas de postín. Compartir mantel con un personaje que lo había sido todo en Italia fue harto interesante. Hablaba de sus excelentes relaciones con Bettino Craxi, el líder socialista italiano, sin que entonces se sospechara el triste final de los dos políticos, perseguidos por corrupción. Esta lacra dio al traste con sus partidos y facilitó la complicada política italiana y la llegada al poder de Silvio Berlusconi.
[pull_quote_left]Nos contó que a quien debíamos agradecer el final de la negociación para nuestra entrada en la UE era al ministro de Agricultura y Pesca, el zamorano Carlos Romero[/pull_quote_left]Le agradecí públicamente sus deferencias para con España y en su contestación nos contó que a quien debíamos agradecer el final de la negociación para nuestra entrada en el MC era al ministro de Agricultura y Pesca, el zamorano Carlos Romero. Carlos aportó a la última negociación, la de pesca, una lista de pescados que Giulio Andreotti mandó traducir de inmediato al italiano, pero eran tan raros que tampoco conocía su nombre en su lengua natal:
-¡Pesci, molti pesci!
La táctica de nuestro ministro, que se desplazaba a Bruselas por carretera por su miedo ancestral a montar en avión, fue la de cansar a sus colegas sin levantarse de la mesa ni para ir al servicio. Pasaban las horas discutiendo sobre peces que la mayoría de ellos desconocían y, ya de madrugada, cuando los ministros se morían de sueño, les hacía firmar lo que quería para dejarles ir a la cama. Recuerdo muy bien a la mujer de Andreotti, una pintora de renombre. Pintaba bodegones con flores de muy buen gusto. Todavía conservo un catálogo de sus obras.
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