[dropcap]I[/dropcap]mposible sacar jugo de una fruta ignorada. ¿Obvio verdad? Quizá sea debido al miedo que hemos cogido a las manzanas. A la del Paraíso, a la de Blancanieves… Serpientes y brujas, como para fiarse de esos seres malignos…
El monopolio del zumo de naranja. Que está muy rico, que tiene mucha C, que lo tienes que consumir recién hecho porque en el momento en el que separas la cáscara del exprimidor comienza a perder sus vitaminas… Bueno, esto último… Cuentan quienes saben, que el estrecho margen de consumo óptimo se reduce a solo 12 horas. Date prisa o beberás agua con color y grumo. Y así con un montón de toneladas de cosas que creemos ciertas. Fíjate, donde vives sigue llamándose planeta a pesar de ser una bola.
Mira que renegar del resto de frutas porque una nos gusta, porque de una controlamos. No comas melón por la noche, es malo, otro gin&tónic sí, claro, nadie ha hecho crítica acerca de su consumo con nocturnidad y alevosía… Pero ¿melón? ¿Por la noche? De locos…
Que esta absurda defensa nutricionista, sirva como ariete para abrir de par en par la puerta de esa fortaleza inexpugnable (todas necesitan un acceso) en la que en muchas más ocasiones de las que somos conscientes nos encerramos. Bien protegiditos con lo nuestro. Que sí, que debemos respetarlo, protegerlo y celebrarlo como si no hubiera mañana, pero mejor sin la rigidez que impide que nada nuevo entre. Ah, oye, ¿te parece bien llamarlo plano mental?
Es cierto que, como todo, el encierro se descubre más fácilmente extramuros, en el tú que en un yo, pero esto casi siempre significa que reconocemos de qué va, que algo sabemos de ello. Porque nos resulta familiar. Sería como afirmar que nadie puede convencernos de nada de lo que no tengamos cierto convencimiento previo aún sin saberlo. No nos convencen, nos descubren nuestros convencimientos. Nos cabe dentro.
Achtung baby! Fíate lo justo. Esos planos nuestrísimos son perfectamente capaces de encadenarnos a un pequeño lugar en el que únicamente cabe una persona llamada tú (o yo, según lo leas). Dejan de ser castillos con foso (y también puerta) para convertirse en isoladas islas. Sin barcos ni comercio.
Te propongo dos pistas en forma de ejemplos, para que reconozcas cuando cabalgas en dirección a una de esas fortalezas bien pertrechadas o navegas hacia una de esas islas. Tenlas presentes en tu próxima mezcla con homínidos:
La primera. Alguien, un cualquiera, propondrá un tema de conversación. Otro alguien, otro cualquiera, será incapaz de conversar en abstracto. No discutirá, no debatirá, impondrá el protagonismo de su opinión, no preguntará, lo personalizará absolutamente todo y si no consigue conquistar las mercaderías que se exponen pondrá otro candado a la puerta del castillo o sembrará de trampas sus insulares costas. Para que nada entre.
La segunda (la buena): Ocúpate si eres capaz de descubrir a estos individuos, quizá signifique que dominas el tema…
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