Opinión

Welcome to the hotel Babilonia

[dropcap]T[/dropcap]ake it easy, tenemos solución. Para todo. He tenido la inmensa fortuna de verlo con mis propios ojos mientras me dirigía a un extraordinario lupanar donde ejerzo ocasionalmente ataviado con mi fina piel negra de esperador.

La diaria batalla entre M80, lo confirmadísimo, y Radio 3, la propuesta modernilla, cuando introduzco la llave en el contacto, cayó del lado de la primera esta vez. Será costumbre no ser justos con la siguiente canción, con la que está por venir.

El centígrado 26 que en la sombra proponía el termómetro, se mostró desde el principio como una seria amenaza para mi satisfactoria y recientemente terminada relación con jabones y demás productos higiénicos y cosméticos que, gracias a su exitoso desempeño tan solo uno minutos atrás, me habían dejado en perfecto estado de revista. Este pasaje no es especialmente relevante, pero siempre está bien recordar que la higiene es agradecida por quien la porta y por todos los demás.   

Carretera nacional de doble sentido, dirección este. El último de cuatro vehículos circulando a unos rigurosos 100 kilómetros por hora, precedido por una moto de gran cilindrada que llevaba dos personas a horcajadas. Ambas de estricto negro. Pantalones negros, cazadoras negras, cascos negros. La coleta que dejaba ver quien iba detrás me hizo suponer que se trataba de una pareja. Él delante y ella detrás, como Dios manda. Por el modelo, me atrevería a asegurar que estaban casados entre ellos, aunque no puedo descartar que como paquete, viajara Rosendo Mercado. Maneras de vivir…

Nos cruzamos con un grupo de motos que se manejaba, también con tranquilidad, hacia el oeste. También cubiertos de los pies a la cabeza, básicamente de negro excepto alguna licencia cromática en cascos y botas. Entonces fui testigo. Ah, es relevante, las motos no tienen matrícula delante.

Todos, los que iban y los que venían, extendieron su brazo izquierdo casi en paralelo con horizonte y asfalto y se mostraron los dedos índice y corazón. Una V. Se dijeron Victoria. Dialecto motero elucubré. Apostaría, sin posibilidad de demostrarlo, que ya había visto antes ese gesto, aunque ciertamente, no lo había visto hasta entonces.

Me pareció improbable que se pudieran haber reconocido entre ellos, lo que me llevó hasta la suerte del saludo. Cualquiera pudo haber resultado, en realidad, ser francés, amante de los Toros, amante de los toros, nacionalista, musulmán, pelirrojo con pecas, mujer, negro o maricón. O todo al tiempo. Victoria. Encontrado el punto en común por defecto, sin aliños. Tú y yo somos iguales. Victoria. Para ellos. Victoria para el asfalto, el viento y el sol.

Día óptimo aquel, que en sus últimos coletazos, ya sin disfraz, enseñando brazos y piernas, tuvo a bien prestarnos un ratito para proponer que con unas ruedas puedes ir prácticamente a cualquier parte, pero a lomos de una casa, es harto difícil. Ésta, además de no disponer de volante ni pedales, tiene enterrados sus zapatos de hormigón.  

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