[dropcap]A[/dropcap]prendí de gente que sabe mucho más que yo de muchas cosas, de esos que escriben libros gordos, de esos que acogen probados conocimientos científicos, no como como el de un servidor, que nuestra configuración personal se graba entre los cero y los ocho años aproximadamente. Dale un margen de cortesía de meses arriba, meses abajo. Cada uno con sus ritmos y sus cosas, ya sabes.
Es en ese período donde se instauran los cimientos de nuestra, digamos, personalidad. Principios, creencias, valores… A todos estos aspectos se les supone como aprendidos, no genéticos. Serían los extras con los que definimos el coche que queremos en el concesionario. Que si elevalunas (que estupidez, la luna no se eleva, solo gira), que si asientos de cuero, que si radiocasette auto-reverse porque es el último grito, etc.
Digo (dicen) aprendidos porque los vamos incorporando según nos los van presentando nuestros adultos aun sin querer. Padres, profesores, vecinos, bolas de cristal (ay madre, si programaran algo así ahora que ya estamos en el futuro, todos a la cárcel o ajusticiados al amanecer por provocadores). Si a papá le gusta el fútbol… El tema es más complejo, para profundizar en él, mejor leer a esos individuos de los que te hablaba al principio.
Décadas después, de manera inconsciente, fijamos con firmeza los pies en aquellos cimientos. Los defendemos como si nuestra vida dependiera de ello. A los que no compartan esos principios, creencias y valores les decimos RAROS y tan arbusto ondeando nuestra bandera. Como si fuera algo peyorativo, cuando las dos primeras acepciones que propone gúguel son “que es poco común o frecuente” y “que es escaso en su clase o su especie”. Como somos muy de ahorrar podemos afirmar que en realidad solo podemos agarrar dos tipos de bandera, la nuestra y las otras.
Banderas… Esos tejidos y colores que desde las alturas definen o representan una idea, que nos incluye de tal forma que, si procede, nos permite llegar a las manos (previamente vestíamos muñones supongo). La Rojigualda, la Ikurriña, la Senyera, la de las doce estrellas fundidas al azul, la Olímpica, la del Orgullo, la de Ferrari, la de No te metas en el agua que te ahogas, la de los vecinos del Barrio de la Piña en el fondo del mar… Todas merecen un respeto máximo porque todas son entendidas como un símbolo identitario para alguien (las excluyentes, en mi opinión no, ninguno), pero…
… Pero imagina que en un bonito día primaveral en el que paseas por un idílico paraje te ataca, súbito, un apretón y todo lo que llevas encima es esa bandera que tan bien te representa. Así, ahora que solo estamos tú y yo nadie nos oye…
A veces, la mejor opción es la flexibilidad. A veces, lo más sano es el humo del puro de Groucho. A veces, “estos son mis principios pero en un momento dado, me hago con otros”.
Nota: Este diario me marcó unos límites muy claros antes de comenzar a jugar juntos, no faltar a nadie, por eso, este texto en modo alguno habla de banderas.
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