Es inevitable rendirse al color de los inmensos cuadros y a la rareza de las formas que no se parecen a nada. O tal vez sí. “El arca de Noé” de Miquel Barceló es, como mínimo, sorprendente.
Paseo por las calles de Salamanca, recorriendo esta embarcación que acoge cerámicas, pinturas y otros seres extraños. Así, en la Plaza Mayor me topo con un elefante equilibrista que juega a mantenerse sobre la trompa; en Anaya encuentro una oreja gigante que parece crecer en una maceta y que, en silencio, escucha; y, en el Patio de Escuelas, descubro una manada de cerillas. Insólito, ¿verdad?
El resto del arca se encuentra alojada en Fonseca: una “Familia” de vasijas atravesadas por una lanza, una rosa solitaria, una vaca que besa a un toro o “Caballos verdes” son algunas de las obras que se exhiben. Pero quizá las que más llaman la atención sean los lienzos dedicados a tomates y pimientos. Sí, sí. Tomates y pimientos: enormes, chillones e hipnóticos.
Y entre toda estas criaturas, se esconde el propio Miquel Barceló. Presente en “Autorretrato”, el creador cuida de su obra como Noé de se arca.
Por último, nos hemos adentrado en esta extravagante embarcación los más de 52.000 visitantes que hasta ahora hemos disfrutado de la exposición, una exposición que te invita a volver.
Ya de vuelta a casa, empapada bajo una tormenta de verano, me pregunto si el caprichoso arca del artista mallorquín triunfaría sobre un diluvio como lo hizo el de Noé. Es probable que no. Barceló, artista efímero, preferiría que sus obras se diluyeran en el agua. Pero por si comienza a llover, los despistados que no hayan visto la exposición, todavía están a tiempo de dejarse seducir por las bestias de Barceló.
La exposición más completa del artista balear, cuyas obras se encuentran recreando mundos imaginarios en la Plaza Mayor, el Palacio de Anaya, el Patio de Escuelas, Hospedería Fonseca y Palacio Fonseca se pueden disfrutar hasta el 1 de octubre.
Elena Vecillas Valdueza