[dropcap]S[/dropcap]iempre que escucho hablar de la suerte que tiene fulanito o de la fortuna de menganito, en mi cabeza surge un grñfff!!! de cómic, mi ojo izquierdo adquiere vida propia como cuando mastico una brava guindilla en vinagre y procuro contenerme si tengo algo en la boca para no manchar a nadie por aspersión…
Me valdré de un ejemplo muy cotidiano y perfectamente reconocible para defender mi posición al respecto de la suerte de los unos y la mala de los otros. Avanzo que dejaré fuera toda cuestión mística o cósmica. Más sencillo.
En aventuras pasadas dirigiendo a un grupo de personas con una relación basada en que todos ganábamos un poquito de dinero para que otros pudieran ganar más (efectivamente, se llama trabajo), se me ocurrió la redundante idea de que lo mejor que nos podía suceder era que aquellos que pudieran comprarnos cosas, decidieran comprar lo que a nosotros nos venía bien vender. Esa es la suerte, eureka.
Me pareció tan evidente que se convirtió en una especie de mantra, mastiqué orejas con él. Confieso haber recibido más de una mirada compasiva que escondía un claro mensaje, lástima de muchacho, otra obviedad. No sé cómo de profundo taladró la broca, yo, hoy, sigo plenamente convencido.
Aquella pasada aventura tuvo lugar en un hotel, seguro que has estado en alguno aunque quizá no te hayas percatado de que se parece mucho a un cuerpo humano, o al menos, comparte miembros y funciones.
Cuando conocemos a alguien, con lo primero que jugamos es con lo primero que recibimos, la idea que nos genera su imagen, si nos gusta, quizá comenzaremos a charlar, si esa charla te seduce, probablemente te apetezca tomar un café, una copa, cenar y por qué no, acostarte con ese/a recién conocido/a. Como en un hotel, fachada, recepción, bar, restaurante y suite con bañera de burbujas. Importante. Que el desayuno esté a la altura, es lo último que se hace antes de pagar la factura y decir adiós.
Que nos quieran comprar lo que a nosotros nos va bien vender, decía. Dos jugadores, quien compra y quien vende. Nosotros somos Quienvende, por tanto los responsables de preparar el escaparate de manera adecuada, atractivo y que no pretenda engañar con ofertas o servicios que no podemos cumplir, que no nos obligue a decir, de esto ya no me queda caballero, o peor, esto nunca lo tuvimos pero queda fantástico en la carta señora.
Que nos quieran comprar lo que a nosotros nos va bien vender, decía. No se obliga, se seduce. Con el aspecto, con la charla, con el café, con la copa, con la cena o con el algodón egipcio. Quien aprecia lo que ve, lo que escucha, lo que bebe y come y lo que siente su piel, volverá.
Que nos quieran comprar lo que a nosotros nos va bien vender, decía. Y a quien requiera algo diferente o de lo que carecemos, se le acompaña a la salida con amabilidad.
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