[dropcap]V[/dropcap]amos a entrar en un asunto que desde 1859 es una cuestión de continua controversia: el evolucionismo.
Es verdad que, a diferencia de marxismo, del psicoanálisis y de otras grandes concepciones, la teoría de la evolución es la única que ha mantenido un halo de ciencia hasta el presente, a pesar de que en el evolucionismo, al igual que en otros grandes asuntos, también se mezclan ciencia e ideología. En ese sentido, y de modo tan injustificado como acientífico, hay quienes han utilizado, e incluso manipulado la teoría como instrumento ideológico del ateísmo y el materialismo.
Tal fue, inicialmente, el caso del biólogo alemán Ernst Haeckel, quien en torno a 1870 falsificó fotografías de embriones, al objeto de demostrar que ciertos fetos, a lo largo de su gestación, partían de las formas más primitivas para evolucionar luego hasta las más avanzadas (lo que se conocía como recapitulación), poniendo así de manifiesto, a nivel embriónico, todo el proceso evolutivo de las especies.
Una vieja suposición
En cualquier caso, la teoría de la evolución de Darwin, como es bien sabido, no surgió del vacío. Empezando porque el filósofo griego Empédocles (490-430 a. de C.) aludió a la cuestión por primera vez, y en el siglo XVIII Félix de Azara intuyó el tema. Luego, el francés Jean B. Lamarck (1744-1829) y otros pensadores contemporáneos de Darwin se aproximaron al tema antes que él y Wallace. De modo que, en el momento en que éste publicó El origen de las especies (1859), la idea de la evolución ya estaba “en el aire”.
Darwin no es, por tanto, el único padre de la evolución, pero sí hizo de ella la descripción y exégesis más inteligible, según el mecanismo de la selección natural, guiada por presiones medioambientales. En asociación a lo que él denominó “variaciones espontáneas”, posteriormente conceptualizadas como mutaciones genéticas al azar. La teoría quedaría resumida, para consumo popular, en fórmulas muy conocidas como “la supervivencia del más dotado”.
El antecedente de Félix de Azara
Un antecedente de la teoría de la evolución lo tenemos en el español Félix de Azara, nacido en Barbuñales (Huesca) el 18 de mayo de 1746, y que se encontraba en San Sebastián (Guipúzcoa, España) en calidad de teniente coronel de Ingenieros, cuando recibió la orden de marchar a Lisboa y presentarse ante el embajador de España. Para desde allí marchar a la América meridional, donde en Buenos Aires le comunicarían su misión: levantar la carta exacta del Norte del naciente Virreinato del Rio de la Plata, a fin de establecer sus límites con el Brasil de los portugueses.
Y así lo hizo Don Félix, en medio de la inmensidad de tales espacios (y sobre todo el actual Paraguay), lo que le llevó al conocimiento de animales y plantas, según él mismo manifestó significativamente: «No he ceñido mis trabajos a la geografía. Encontrándome en un país enorme, que me parecía desconocido, e ignorando casi siempre lo que pasaba en Europa, desprovisto de libros y de conversaciones agradables e instructivas, no podía apenas ocuparme más que de los objetos que me presentaba la Naturaleza. Me encontré, pues, casi forzado a observarla, y veía a cada paso seres que fijaban mi atención».
[pull_quote_left]Darwin y Wallace empezaron a contestar, pues, al menos en parte, una de las inquietudes del tríptico del gran pintor Paul Gauguin: ¿qué somos?: una especie derivada de un proceso evolutivo. Y para sustentar la gran nueva, ambos se sirvieron de la idea fuerza tomada de Malthus, la lucha por la vida. A lo cual seguiría con la biología molecular, la idea del azar y la necesidad.[/pull_quote_left]Inicialmente, Azara se dirigió a Asunción, capital del actual Paraguay, a fin de realizar los preparativos necesarios y esperar al comisario portugués y recorrer con él las fronteras. Pero dada la tardanza de éste en llegar, decidió emprender por su cuenta el mapa de la región, y fue a lo largo de tales viajes cuando se interesó por los animales de las zonas que visitó. Así, a pesar de saberse ignorante sobre el tema, decidió apuntar sus observaciones sobre los mamíferos y las aves que fue encontrando.
En ese contexto, Azara describió 448 especies, de las cuales la mitad eran nuevas, y a lo largo de esos estudios, se planteó la posibilidad de la evolución de las especies, preguntándose por las similitudes entre las del mismo linaje, casi cien años antes que Darwin y Wallace.
El propio Darwin reconoció la labor de Azara, citándole en El Origen de la Especies, como subraya Enrique Álvarez López, Catedrático del Instituto Cervantes y Vocal del Consejo Nacional de Cultura, en su libro Félix de Azara. E incluso cuando no lo cita, el lector perspicaz intuye el entorno Azara en Darwin, desde que el naturalista británico pisó tierra americana durante su viaje en el Beagle.
El descubrimiento de Wallace y Darwin
El 18 de junio de 1858, Darwin tenía ya terminado un manuscrito de más o menos un cuarto de millón de palabras, el equivalente a unos 400 tupidos folios en un ordenador de hoy. Y fue precisamente ese día cuando recibió una carta del también inglés Alfred Russel Wallace; coleccionista de piezas zoológicas y botánicas, que por entonces viajaba por Sumatra, en las Indias Orientales Neerlandesas, ahora Indonesia. A su carta, Wallace acompañaba un esquema con una exposición muy similar a lo que estaba escribiendo el propio Darwin.
Aquello debió ser como si hubiera caído un rayo en el jardín de la casa de Darwin, y en medio de toda clase de dudas, y temiendo perder la prioridad de ser el gran enunciador del evolucionismo, consultó con su amigo el geólogo -y precursor también de ideas evolucionistas- Charles Lyell, quien ajustó una razonable solución: en la Sociedad Linneana de Londres, en su sesión del 1 de julio de 1858, se dio lectura de la síntesis de las posiciones de Wallace y Darwin, en lo que fue la primerísima expresión del tema, con lo cual, ambos quedaron como padres de la teoría. Sin mayor resonancia por el momento.
Darwin se apresuró a publicar el año siguiente -el 22 de noviembre de 1859- la principal de sus obras: Sobre el origen de las especies por selección natural; o la preservación de las razas más favorecidas en la lucha por la vida. El libro que le daría un casi total y no poco injusto protagonismo exclusivo, por algo que Wallace y él habían descubierto por separado en el mismo momento histórico. Pues tal como mucho tiempo después expondría Fred Hoyle en sus Matemáticas de la Evolución-un tanto despreciativamente-: Darwin lo que hizo fue exponer en 450 páginas lo que Wallace ya había explicado claramente en 12 holandesas. Incluso algunos biólogos llegaron a sostener que Darwin fue un plagiario de Wallace.
La primera edición del Origen de las Especies, de 1.500 ejemplares, se vendió entera en el día de su aparición, cuando Darwin estaba en un balneario en Yorkshire, tratando de reponerse de un terrible ataque de nauseas, y pensando que la publicación del libro abriría la peor parte de su vida. Llegando a plantearse, incluso, que sus detractores llegarían a crucificarle vivo. “Fue como vivir en el infierno”, escribió después, recordando aquellos primeros tiempos de difusión de lo que por décadas había mantenido en un arcano que sólo Wallace acabó por romper.
Darwin y Wallace empezaron a contestar, pues, al menos en parte, una de las inquietudes del tríptico del gran pintor Paul Gauguin: ¿qué somos?: una especie derivada de un proceso evolutivo. Y para sustentar la gran nueva, ambos se sirvieron de la idea fuerza tomada de Malthus, la lucha por la vida. A lo cual seguiría con la biología molecular, la idea del azar y la necesidad.
Fin de la primera parte del artículo sobre Evolucionismo. Seguiremos la próxima semana.
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