Opinión

Sueños de mármol

Pepe Viyuela en la obra Mármol.
[dropcap]M[/dropcap]arinna Carr (1964) es una dramaturga irlandesa muy conocida en su país y autora de la obra (“Mármol”) que tuvimos oportunidad de presenciar este sábado en el Liceo a cargo de dos actores y dos actrices excelentes y de contrastada trayectoria en el teatro español. Gracias a José Luis Alcobendas, Ascen López y, sobre todo, Susana Hernández y Pepe Viyuela, un libreto de no demasiado alcance logra dignidad escénica.

 
Dos amigos de siempre, Art y Ben, dialogan nada más iniciarse la obra entre copas de brandy y bocanadas de puro. El primero le cuenta al segundo que ha tenido un sueño erótico con su mujer en una habitación revestida de mármol. A continuación nos enteramos de que lo mismo le ha ocurrido a la esposa de Ben con Art en igual escenario. Ya es prodigiosa la coincidencia, pero por si una primera noche fuera poca coincidencia, la historia se repite en día sucesivos hasta ocasionar una serie de conflictos que van derivando en una trascendencia poco argumentada. Art y Catherine repiten número onírico repetidamente ante la desesperación de Ben y el escepticismo de Anne, esposa de Art.
 
Del desarrollo de la obra se deduce -sin que se abunde mucho más en sus vidas- que los dos maridos son padres de familia acomodados, así como profesionales de un cierto nivel, con poco asunto más a debatir que no sean los sueños eróticos de Art con Catherine y de esta con el primero, hasta el límite de llegar a situaciones dramáticas que cuesta un tanto creer por la carencia de más soportes existenciales que ese precario referente. Sobre todo si, como se lee en el programa de mano, se recurre nada menos que a Shakespeare para darle a la función una cita con fundamento filosófico: “Estamos hechos de la misma materia que los sueños”.
 
A Catherine y Art acaba por impulsarlos la materia de sus gozos oníricos, pero aunque avanzada la función se trate de dar más contenido existencial a la prodigiosa reiteración de sus sueños coincidentes -frente a los cuales Ann y Ben acaban por desistir y plegarse a la realidad gris que los acomoda-, el texto se hace largo y un tanto reiterativo. Si se sobrelleva es por el dinamismo que imprime el director (Antonio C. Guijosa) al movimiento escénico y por la relevancia del trabajo actoral, incuestionable.
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