Opinión

‘Incendios’: testimonio de vida en medio del horror

La escena final de a obra.

[dropcap]P[/dropcap]ocas veces la temporada escénica de la Universidad de Salamanca se habrá iniciado con un espectáculo de tan alto nivel teatral como ‘Incendios’, ofrecido este jueves en el Juan del Enzina con el aforo al completo y excesivo calor en la sala. Esta fue la única pega de una inolvidable función.

 

El montaje de Mario Gas venía precedido de excelentes críticas y una no menos buena acogida por parte del público. En cuanto el notario Hermile Lebel da paso a la presentación de lo que será la lectura del testamento de una madre recién fallecida a dos de sus hijos, el espectador percibe que estamos ante un texto teatral de una poética y vigorosa consistencia –bien trabajada por el traductor Eladio de Pablo-, al que se le debe prestar la máxima atención. Que molesten las toses en una representación teatral es un indicio del interés que despierta desde el inicio, en cuanto conocemos que la madre Nawal encarga a dos de sus hijos la búsqueda de su padre, al que creían fallecido, y también la de un hermano de cuya existencia nada sabían. A uno y otro han de entregarle un sobre cuyo contenido no sabremos hasta que discurra buena parte de la obra.

En escena se van superponiendo varias historias, arrancando con la de la propia Nawal, una madre adolescente a la que separan de su hijo, y que aconsejada por su abuela abandona un país de miseria, odios e ignorancia para regresar después con letras y cultura –tal como prometió- para escribir el epitafio sobre la tumba de la anciana y encontrar a su primer amor y al hijo de ambos en medio de una nación  en guerra civil, que aunque no se nombra se supone es Líbano, país natal del autor.

Junto a esta historia, está la del viaje que más tarde harán los dos hijos de Nawal a esa misma tierra para entregar esos dos sobres como última voluntad de la fallecida, con una elucidación argumental propia de tragedia griega, recreada  y resuelta con extraordinaria inteligencia y elocuencia teatral por Wajdi Mouaawad, con un final auténticamente conmovedor: todos los personajes se refugian bajo una lona traslúcida, a resguardo de una aguacero purificador, como si así dieran vida y esperanza a la última frase que salió de los labios de Nawel -la mujer que canta a lo largo de su travesía de dolor-, en sus últimos cinco años de silencio: «Ahora que estamos juntos, todo va mejor».

Todos los actores y actrices realizan un magnífico trabajo (José Luis Alcobendas, Carlos Martos, Candela Serrat, Alberto Iglesias, Laia Marull, Nuria Espert, Lucía Barrado y Germán Torres), bajo la inteligente y dinámica dirección escénica de Mario Gas. Sobrecogedores por su tensión y sobriedad los monólogos de Espert (Nawal). Destacable también el espacio sonoro de Orestes Gas, la iluminación de Felipe Ramos y la videoescena de Álvaro Luna. La secuencia del autobús ocupado por refugiados palestinos y que fue incendiado por las milicias cristianas (presenciada por el autor en su niñez) es especialmente impresionante en la interpretación de Laia Marull (Nawal joven).

El público aplaudió con entusiasmo al final de una función de más de tres horas, que en ningún momento tuvo caídas de interés,  y se dejaron oír no pocos ¡bravos!, en correspondencia con uno de los espectáculos teatrales que personalmente más me han impactado en estos últimos años. Autores así quisiéramos para el teatro español.

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