[dropcap]C[/dropcap]ualquier lugar del mundo esconde un mundo de mundos. Es imposible conocerlos todos porque son muchos muy grandes muchas veces. Por pequeños y carentes otras. En cualquier caso, la técnica de recuento, por exigente o inabarcable que pueda parecer, no dejará de mostrarse al alcance del más iletrado párvulo. Basta con contar puertas, su relación con el número de mundos es 1:1.
Sé de un mundo tan grande que necesita 100 vueltas de reloj para convencer de que cabe en un minuto de asiento. Hay que no ceder, puedes encontrar sus puertas cerradas en la primera visita, el primer intento. Una vez abierta puede suceder lo que los de las batas y los experimentos justifican, perder la noción del tiempo, como una suerte de trance. Quien rechace el regusto a ayahuasca que se haga con el neoanglilogismo (ouyeah!) FLOW, que es más cool y viene con gafas de pasta de regalo. Convertirse en la actividad. No bailas. Eres el baile.
Sé de una puerta afortunada a la que se le pide guardar un mundo pequeño. Lejos de la vista de la calle. Bueno, en realidad sí puede verse a través de grietas y rendijas, pero de otra manera, un mismo argumento con distinto hilo narrativo. Esta esconde en su interior una necesariamente oscura estética cisterciense radical que solo ofrece los adornos indispensables. Ninguno. Nada común donde o cuando lo que menos importa es el sabor ya que no sale en la foto.
Una vez dentro ves… cómo dibujarlo con palabras… ¿Esa frutería? No, esa no. Un vetusto almacén con paredes monocolor que solo guarda cajas y cajas de fruta, a tu disposición. Nada de packs ahorro plasticlorados, solo montones de fruta a granel. Al fin y al cabo no te comes los carteles ni los luminosos ni los embalajes ni mucho menos el escaparate, qué disparate. Masticas la fruta. Probablemente en tu casa. El continente engaña a la mente.
Casi siempre es lo de menos. ¿Para qué tantas bolsas?
Allí dentro escuchas… cómo decírselo a tus ojos… ¿Ese centro comercial? No, ese no. El neo-retro-rastro donde comprar pantallas por ventanas y dietarios por diarios. Donde se venden espejos para maquillar vergüenzas y marcos para inmortalizar hazañas, tronos donde sentarse lo real, porque yo lo valgo, armarios vestidores para guardar las armas de los traidores…
En todo lugar hay una nota discordante, cierto es. En este caso una lavadora. Curioso caso ya que se aprecia su estética pero se desprecia su utilidad. Si necesitas tener mucha ropa limpia, que lo primero sean las perchas.
Basta volver a cruzar la puerta y entrar de nuevo en la calle para atar los cabos entre las fruterías, los neo-retro-rastros y las lavadoras de ambos lados del umbral. Como la vida misma.
Nota. Texto NO inspirado en El Potlatch, de Coral Igualador. Aquí no se hace publicidad, ¿o alguna vez te he hablado del sentido y sinsentido de hinchar un balón con embudo y abanico?
Pues eso.
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