[dropcap type=»1″]E[/dropcap]l rey Juan Carlos, como hemos dicho, saludó a los salmantinos desde el balcón del Ayuntamiento. Los ordenanzas tenían todo preparado, no querían que les pasase lo mismo que en la primera salida al balcón de Franco. Al ser tan bajo, las fotografías desde la Plaza seccionaban la figura del Caudillo y salía con la cabeza cortada por la barandilla del balcón. Percatadas las casas Civil y Militar del incidente, mandaron al Ayuntamiento que en lo sucesivo se dispusiera de una pequeña tarima para que en ella se subiera el jefe del Estado. Dicho y hecho, los ordenanzas cogieron el cajón de la basura, lo forraron con la tela de una vieja alfombra que encontraron en las dependencias municipales y lo colocaron en el centro del balcón. Franco salió a la Plaza y no lo dudó, se subió al cajón de la basura y desde el centro de la Plaza parecía más alto que el resto de los acompañantes. El rey saludó desde el balcón sin que fuera necesario ponerle tarima alguna, su estatura le hacía sobresalir sobre los que estábamos a su lado, y eso que yo no es que sea bajo.
El uno de mayo de 1982 inauguré en la plaza del Liceo, junto a los secretarios generales de UGT y Comisiones Obreras, la escultura de Pablo Serrano titulada Pan y cultura. Tratábamos de hacer un homenaje a los trabajadores salmantinos manuales, agrícolas e intelectuales. A los pocos días de su colocación se expuso en el museo del Hermitage de Leningrado y tuvo tanto éxito que apareció en los grandes periódicos soviéticos como el Izvestia. Esta magnífica escultura quedó postergada a un rincón cercano a su primitiva ubicación durante el mandato de la siguiente Corporación municipal.
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