Opinión

Una conversación en 1964

Alberto Ullastres.

[dropcap]N[/dropcap]unca es mal momento para hablar de las personas que merecen recuerdo. Y en ese sentido, en uno de mis últimos artículos me referí a Alberto Ullastres, que en 1964, en Ginebra, en las Naciones Unidas, me presentó a Ernesto Che Guevara. ¿Se acuerdan?

Pues hoy, librados en parte del tema de Cataluña –no para siempre, desde luego, porque habrá secuencias sine die-, me vino a la cabeza la evocación del Ché y de su amistad con Alberto Ullastres, que fue ministro de Comercio y luego Embajador de España en Bruselas ante las Comunidades Europeas.

El episodio a que voy a referirme sucedió en 1964, y yo era candidato a una Cátedra de Estructura Económica en la Universidad. Pero mis oposiciones no se convocaban por el efecto perverso de alguna mano invisible. Traté de averiguar qué estaba sucediendo, y al final alguien me dijo que Lora Tamayo, catedrático de Química, y ministro de Educación y Ciencia por entonces, había decidido que yo era de lo más subversivo; por lo cual no convocaría mi Cátedra durante todo el tiempo que él fuera ministro, función en la que hacía muy poco se había estrenado en 1962 (le echaron en 1968).

En la idea de romper ese maleficio de una persona que tan correctamente me había explicado Química para médicos en mi breve paso por la Facultad de Medicina años atrás, me decidí a recurrir a Ullastres por si él pudiera influir en su colega de gobierno. Así las cosas, telefoneé al gabinete del ministro para pedir la correspondiente audiencia; tomaron nota de mi extensión, y me anunciaron que seguramente el ministro me llamaría. A las dos horas, y con voz muy solemne, el jefe de gabinete me comunicó:

  • Le habla el gabinete de Su Excelencia. Le vamos a conectar con el Sr. Ministro, inmediatamente.

Me quedé gratamente sorprendido, y en pocos segundos, percibí la voz de Ullastres:

  • ¿Qué tal Tamames, cómo está Vd.? Ya me dirá en qué puedo servirle…

Era extraordinario que un ministro del régimen de Franco se expresara de manera tan directa con uno de sus funcionarios… Yo reaccioné lo mejor posible:

  • Muchas gracias por la llamada, Sr. Ministro. Me gustaría hablar con Vd. unos minutos para exponerle un problema que tengo y en el que tal vez Vd. pudiera influir para resolverlo…

La respuesta no se hizo esperar:

  • Muy bien, Ramón… Veamos: ¿tiene Vd. libre el almuerzo pasado mañana?
  • Desde luego que sí —conteste rápidamente, como no iba a tenerlo para mi superjefe… ¡Vaya pregunta!
  • Pues entonces, si le parece bien, a las dos y media nos vemos en el restaurante Mayte Commodore, ya sabe, en la plaza de la República Argentina, para almorzar.
  • Allí estaré, Sr. Ministro. Muchas gracias.

A los dos días me presenté, pasados tres minutos de las 14.30 en el lugar convenido, y Ullastres ya estaba allí hablando tranquilamente con la propietaria del restaurante, la siempre animosa Mayte, a quien tanto gustaba dar conversación a sus clientes. Ullastres me recibió con su peculiar sonrisa de ojos sólo muy levemente entreabiertos, nos sentamos a la mesa, y tras el inevitable preámbulo sobre los sucesos del momento, yo le planteé mi problema:

  • Se trata, Sr. Ministro, de que tengo pendientes unas oposiciones a cátedra de Estructura Económica, y según mis noticias, el Ministro de Educación y Ciencia, el Sr. Lora Tamayo, no tiene el propósito de convocarlas. Además, según he sabido, piensa llegar al final de su mandato sin hacerlo, por algunas denuncias que parece he tenido, en función de determinadas ideologías que se me atribuyen.
  • No hace falta que me explique, Tamames, porque esas presuntas denuncias también me han llegado a mí… y como si tal cosa.—la verdad es que lo explicito de la aclaración del Ministro, me dio ánimos para seguir:
  • Muchas gracias. La cosa es que si Vd. pudiera hablar, si lo estima conveniente claro está, con el Prof. Lora, tal vez yo pudiera visitarle y en la entrevista hasta quizá pudiéramos conseguir que me retirara el veto…

Ullastres, que estaba tomando en ese momento unas lentejas estofadas, dejó la cuchara en el plato, pareció pensar qué iba a decir, y finalmente estas fueron sus palabras:

  • Así lo haré, Tamames, porque Vd. me lo pide… En el próximo Consejo de Ministros, pero no le garantizo nada. Conozco a Lora, y no es hombre que cambie fácilmente de parecer.

Hecha esta aclaración, pasamos a hablar tranquilamente de cosas más generales, y el ministro me hizo la observación que yo esperaba:

  • Bueno, Tamames, en el ministerio y fuera de él se oyen muchas cosas de Vd., porque Vd. es muy conocido por su libro de Estructura Económica de España, sus conferencias y artículos: que si Tamames dice esto o lo otro… Y realmente, lo que a mí me gustaría saber, es qué piensa Vd. sobre este bendito país…
  • Muy sencillo, Sr. Ministro, que necesitamos la democracia más que el comer, y eso es lo que queremos…
  • ¡Toma, y qué se cree Vd. que queremos los demás! También la democracia, es lo normal en estos tiempos… Pero sucede que todavía no estamos preparados, tenemos que llegar a por lo menos los mil dólares de renta per cápita.
  • Y cuando lleguemos a los mil dólares -reflexioné yo con un deje irónico en la voz- ¿no dirán Vds. entonces que no basta, que son necesarios dos mil?
  • ¿Usted cree? -preguntó Ullastres, sonriendo entre impávido y malicioso.
  • Recuerdo muy bien cuando hace ya bastantes años, en 1953, se firmaron los acuerdos sobre las bases militares con EE. UU. Entonces faltó muy poco para decir que se nos iba a traer la democracia, junto con las hamburguesas y los hot dogs que se generalizaron de forma tan rápida. Berlanga y Bardem lucieron muy bien ese espíritu en su gran Bienvenido Mr. Marshall. Pero, luego, en realidad, y como era de esperar, la cosa no pasó de las meras promesas, de modo que el régimen se reforzó con la asistencia económica recibida a cambio de las bases…

Me interrumpí a mí mismo como para ser más reflexivo, y proseguí:

  • Otro tanto sucedió más tarde, cuando ingresamos en la ONU en 1955: a muchos les pareció que estábamos a un paso de que por aquí se consagraran los derechos humanos y las libertades políticas; pero una vez más, tan infundada ilusión se vio quebrada por la mayor consagración internacional del régimen que le dio nuevas fuerzas para no cambiar prácticamente nada en lo político.

El ministro, como siempre, fumaba y se miraba las manos bien manicuradas de uñas más largas de lo normal. Se veía que la conversación le interesaba, pero que en cierto modo empezaba a fastidiarle discutir algo de lo que en su fuero interno no estaba convencido de tener la razón. Alberto Ullastres se acomodó en su sillón, volvió a inspirar el cigarrillo, y con voz pausada manifestó:

  • Amigo mío: recuerde usted nuestra conversación de hace pocos meses cuando empezamos a ocuparnos del tema de la CEE: yo también quiero la democracia para España. En eso no nos distinguimos de ustedes. La cuestión radica en que nuestro propósito es lograr un desarrollo político gradual, sin sobresaltos, sin cambios bruscos, sin tener que partir de cero otra vez… esa es la mejor preparación para que un día sea posible la democracia…

Dejamos aquí la conversación Ramón Tamames/Alberto Ullastres 1964, para una próxima segunda parte del artículo. Verán Vds., creo, que merece la pena.

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