Opinión

Revolución en Rusia, 1917 (I)

Lenin se da un baño de masas en un mitin en Moscú.

[dropcap]E[/dropcap]n los meses de octubre/noviembre se está conmemorando en todo el mundo el centenario de la revolución bolchevique, en un proceso que comenzó en febrero de 1917, con una orientación claramente liberal-burguesa (con Kerenski como protagonista), que fue seguida de una verdadera revolución social, impulsada (con la dirección de Lenin) por los soviets y los bolcheviques.

Rusia en 1917

Lejos de la idea de Marx, la revolución al socialismo no se produjo en los países desarrollados como Alemania o Austria, sino en el Imperio Ruso, que en 1917 era el mayor de todos los países del mundo. Y que por su población ocupaba el tercer puesto mundial, después de China e India; siendo la quinta potencia económica, detrás de EE.UU., Reino Unido, Alemania y Francia.

En desarrollo económico y tecnológico comparativos, la Rusia zarista se situaba por detrás de los grandes imperios europeos, el británico y los centrales. Cierto que con rasgos de un fuerte dualismo económico y social: vestigios del antiguo régimen de servidumbre en el campo, junto a una fuerte concentración capitalista industrial en Petrogrado y Moscú; y un régimen políticamente autocrático y despótico, e incluso con influencias teocráticas identificadas en el momento en el omnímodo Rasputín, el pope próximo a la zarina. También en una circunstancia en que estaba en curso en Rusia un crecimiento industrial importante, con grandes masas obreras en Petrogrado y Moscú.

La Primera Guerra Mundial (PGM), que empezó en agosto de 1914, creó en Rusia una serie de circunstancias que hicieron posible los grandes movimientos revolucionarios indicados. Con la particularidad de que la segunda de las dos revoluciones estuvo personificada en Lenin, que dos décadas antes había sufrido el ahorcamiento de su hermano Shasha por haber conspirado contra la autocracia del zar Alejandro III.

Lenin analiza y prevé

Lenin fue el nombre político que adoptó Vladimir Ilich Ulianov, sin duda por las evocaciones del río Lena en Siberia, donde estuvo desterrado por el gobierno del zar a causa de sus actividades revolucionarias. Y fue al final de esa situación cuando emigró a Suiza, a Zúrich, donde contactó con Plejanov, fundador del Partido Socialdemócrata Ruso.

En el II Congreso de ese Partido (1903), Lenin –que ya había escrito su libro ¿Qué hacer?—, se situó al frente de las ideas de un grupo radical, llamado bolchevique por la palabra rusa bolshoi, indicativo de ser mayoritarios. Con la idea de un modelo de partido fuertemente disciplinado, como vanguardia de una revolución que él estaba seguro de que llegaría a corto plazo.

Y así fue, porque en 1905, al inicio en Rusia de una gran revuelta popular, Lenin volvió a San Petersburgo para participar en aquel episodio, que era consecuencia de la derrota rusa en la Guerra con Japón de 1905. Y aunque el régimen zarista superó la crisis, Lenin consideró que había constituido un «ensayo general de la futura revolución socialista»; subrayando la forma organizativa espontánea de los revolucionarios rusos, como sóviets o consejos populares.

El fracaso de 1905 obligó a Lenin a exiliarse de nuevo en 1907, y en 1912 quedaría confirmada definitivamente la ruptura de su grupo bolchevique respecto a la minoría, mencheviques, de Plejánov y Martov, más inspirada por un modelo de partido de masas que prepararía las condiciones para el triunfo de la revolución obrera a más largo plazo, pasando antes por una etapa de democracia burguesa.

El estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-18) dio a Lenin la oportunidad de poner en práctica sus ideas: definió la contienda como fruto de las contradicciones del capitalismo y del imperialismo (El imperialismo, fase superior del capitalismo, 1916) y, en nombre del internacionalismo proletario, llamó sin éxito al movimiento socialista mundial a transformar la contienda en una guerra civil generalizada. Más tarde, el deterioro del régimen zarista por efecto de la propia guerra, le permitió pensar en lanzar la revolución socialista en su país como primer paso, pensaba, para una era de revolución mundial.

La revolución: 25.X.17 (juliano), 5.XI.17 (gregoriano)

En cualquier caso, la estructura oligárquica, y la organización deficiente de tan inmenso Estado zarista —«el gigante de pies de barro»—, se pusieron de relieve en la contienda iniciada en 1914 tras algunos éxitos iniciales: los reveses militares ante Alemania, el desmoronamiento de la producción y el caos social resultante, se tradujeron en una primera onda revolucionaria en febrero de 1917, que destronó a los zares, para iniciar la formación de una república burguesa.

En esas circunstancias, el Mariscal Ludendorf –enaltecedor de Hitler en la postguerra—, se hizo cargo de que si Lenin pasaba de Suiza a Rusia, podría organizar allí una revolución que permitiera al ejército alemán una rápida victoria, como después sucedería. Y para ello, en un tren sellado desde Suiza a Rusia, pasando por Alemania y Dinamarca, Lenin llegó a la Estación Finlandia, en Petrogrado, y pocos días después planteó sus “Tesis de Abril” (1917), preconizando la revolución inmediata por los bolcheviques.

Esa aspiración inmediata revolucionaria se debía a que la revolución burguesa no marchaba. Alexander Kerenski, no materializó a los soldados, obreros y campesinos las tres cosas que más anhelaban: la paz con Alemania, pan contra el hambre, y entrega de la tierra a los mujiks, los campesinos más pobres.

Tal situación debilitó cada vez más a Kerenski, si bien es cierto que la ofensiva por él preconizada del ejército ruso contra los alemanes, en agosto de 1917, fue un desastre, que le llevó al desprestigio casi total. Pues pensando que el General Kornilov, tras esa derrota, preparaba un golpe de estado militar, le destituyó de su cargo de Jefe del Ejército, lo que suscitó una intentona de alzamiento por parte de Kornilov, que fue al fracaso en septiembre de 1917, con la propia ayuda a Kerenski del soviet de Petrogrado y de los bolcheviques.

Fue entonces cuando se reafirmaron las tres reivindicaciones leninistas, y el partido bolchevique –integrado por Lenin, Trotski, y otros dirigentes, como Kamenev, Zinoviev, Stalin, Kalinin, Molotov, Voroshilov, Bujarin, etc.—, decidió dar el golpe definitivo.

En su propuesta de activismo de revolucionarios profesionales, Lenin mezcló la herencia de Marx con la tradición insurreccionalista de Louis Auguste Blanqui, y vio en Rusia uno de los «eslabones débiles» de la cadena capitalista. De modo que un pequeño grupo de revolucionarios decididos y bien organizados podría arrastrar a las masas obreras y campesinas a una revolución, de la que saldría un Estado socialista. Un Estado como una fase transitoria y necesaria de dictadura del proletariado, que habría de preparar el camino para el futuro comunista. Aunque la realidad fue que el Estado prevaleció, y el comunismo de Marx nunca llegó.

En definitiva, Lenin tenía idea de que la revolución sería posible, siempre que se organizara un partido revolucionario, con grandes capacidades de acción para dar un golpe de estado en su momento, tomando los centros neurálgicos de la actividad económica y social: correos y telégrafos, estaciones ferroviarias, bancos, fábricas esenciales, etc. Luego vendría la Dictadura del Proletariado, y después… el Terror Rojo, con Félix Dzerzhinski.

En la madrugada del 25 de octubre de 1917, recordemos otra vez que en el calendario juliano ruso (7 de noviembre en el gregoriano), se dio el definitivo asalto al poder en Petrogrado, constituyéndose lo que, teóricamente, iba a ser el primer Estado socialista de la historia con su Consejo de Comisarios del Pueblo, sustituyendo al Gobierno Provisional.

Desde el punto de vista económico, la nueva situación se complicó con la inevitable guerra civil que estalló de inmediato a lo largo y ancho del gran ex Imperio Ruso, en 1918, por el ataque al nuevo gobierno bolchevique de los partidarios de seguir con el zarismo o con Kerenski (los blancos), y los apoyados por la intervención armada de tropas europeas occidentales  británicas, de EE.UU., e incluso de Italia. Y para estar en un escenario más seguro que Petrogrado, en marzo de 1918 el nuevo Gobierno de los Comisarios del Pueblo (Sovnarkom) pasó de Petrogrado a Moscú, coincidiendo con el inicio del Terror Rojo de la mano de Félix Dzerzhinski. El Terror Rojo sustituyó a la dictadura del proletariado por las checas donde se aplicaban métodos inhumanos para acabar con los enemigos de la causa.

El comunismo de guerra

Se abrió así un periodo que en lo económico y social pasó a conocerse como el comunismo de guerra, que se prolongó hasta marzo de 1921; con la proclamación del trabajo obligatorio, la entrega de la tierra a los campesinos, y confiscación por el nuevo Estado de los bienes de la oligarquía y la burguesía, con la estatificación de la industria. Todo ello, con gran energía por parte de los bolcheviques, para no perder sus conquistas revolucionarias, pero también con grandes penurias, desorganización de la economía anterior, etc.

Cierto que durante el comunismo de guerra, ya hubo algunos primeros intentos de planificación, a través de la Vershenka o «Consejo Supremo de la Economía Nacional»; creado el 25 de octubre de 1917. Pero sus efectos se vieron diluidos en los agitados acontecimientos de esos años de lucha revolucionaria, con convulsiones de todo tipo y de general devastación, con la extensión más patética del hambre, las ciudades menos pobladas que en 1914, la contracción del número de obreros, y de una masa campesina sin apenas medios de producción.

En semejantes circunstancias, los sacrificios que soportaron los propios soldados, obreros y campesinos (la tripleta del partido bolchevique, transformado en 1922 en Partido Comunista de la Unión Soviética, PCUS), provocaron el descontento antirrevolucionario; no sólo en las zonas rurales, sino también en las ciudades, e incluso en la Marina de Guerra que antes se había sublevado contra la oficialidad zarista. Así, en la base naval de Kronstadt, la marinería se revolvió contra la revolución, con la represión por Trotski, el creador del propio Ejército Rojo.

La Nueva Política Económica (NEP) en Rusia… y después en China

En tales circunstancias, Lenin pensó que la revolución se le iba de las manos, y resolvió adoptar medidas urgentes, que se formularon con una Nueva Política Económica, la NEP. De ella, Vladimir Illich fue el líder indiscutido, sin hacer caso de quienes querían continuar con la experiencia de comunismo de guerra, que seguramente habría llevado al desastre. Así, contra viento y marea, se produjo el gran cambio: las incautaciones de tierras se sustituyeron por un impuesto en especie a los grandes propietarios, se favoreció el renacimiento de la pequeña industria, se abrió el país a las inversiones extranjeras, etc. Se restableció, en parte, el capitalismo, y la inflación se detuvo mediante la emisión de la nueva moneda soviética.

En este pasaje, será interesante constatar el indudable entusiasmo de Lenin por los métodos del taylorismo (tiempo y movimiento, luego completado con el fordismo y la cadena de montaje), para aumentar el rendimiento de los obreros. Y conectó con empresarios capitalistas, como Armand Hammer (Presidente que llegó a ser de la Occidental Oil), hasta el punto de que en algún momento Lenin se refirió a la Revolución Rusa, en lo económico, como “la electrificación más el espíritu de empresa norteamericano”. Si no hubiera muerto a principios de 1924, se supone que Lenin podría haber prolongado la NEP.

Esa NEP, que toleraba un cierto retorno de la burguesía, recibió sus primeras críticas inmediatamente después de la muerte de Lenin (21.I.1924). Trotski y Preobrazhensky pusieron de relieve que estaba beneficiándose demasiado a los comerciantes y a los kulaks (los agricultores más ricos), corriéndose así el riesgo de generar, con los nuevos industriales, una nueva burguesía, la de «los hombres de la NEP». Al propio tiempo, las críticas se cebaron en el lento esfuerzo de industrialización, necesario para mantener el nuevo régimen frente a amenazas exteriores; y para apoyar la previsible revolución mundial, que como idea iba desvaneciéndose, tras los efímeros experimentos de agitación obrera en Alemania, Austria y Hungría, para sustituirse por el lema del “socialismo en un solo país”.

Por su aspiración inmediata de romper con la NEP, Trotski y Preobrazhensky, antiestalinistas destacados, fueron expulsados del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) en noviembre de 1927. Y a partir de su artículo en La Pravda, “¡Al diablo con la NEP!”, Stalin acumuló todos los poderes, en un ambiente en que la auspiciada dictadura del proletariado estaba materializándose en la dictadura personal del secretario general del partido.

De la NEP se transitó, pues, sin más vacilación a los planes quinquenales, a cargo del Gosplan (Plan del Gobierno). El primero de ellos, aprobado en mayo de 1929, cuando ya se había alcanzado el nivel de producción de preguerra, de 1913. Y en diciembre del mismo 1929 fue decidida la liquidación de los kulaks no sólo como clase, sino incluso físicamente, con la colectivización agraria a base de koljoses (granjas colectivas) y sovjoses (del Estado).

Con el abandono de la NEP para entrar en la estatificación y la colectivización, el giro de la revolución fue, otra vez, completo. Se suprimió toda clase de iniciativa privada, y tras los primeros planes quinquenales llegó el castigo para la sufrida población: la burocratización, la falta de un mercado con precios de referencia, y toda clase de corrupciones, ligadas al propio partido, llevaron a la pobreza y el hambre.

Otra cosa muy distinta –podemos subrayarlo en este pasaje a modo de paréntesis— fue lo que Den Xiaoping haría en China a partir de 1978, con sus cuatro modernizaciones (tomadas de las cinco que Chu En-lai había anunciado poco antes de morir en 1976): privatización de la agricultura, empresarios en la industria, máximo énfasis en la tecnología, y transformación de un ejército de guarniciones en una entidad altamente sofisticada que con el tiempo tendría misiles y explotación espacial (la quinta modernización de Chu –la democracia—, quedó en el tintero).

Inicialmente, las cuatro modernizaciones se concibieron como una especie de NEP tal vez provisional, pero viendo los resultados (el pueblo ya podía comer o tenía trabajo), llevó a Deng a considerar definitiva su propia NEP: “¿qué importan que el gato sea blanco o negro? Lo importante es que cace ratones”.

En otras palabras, se produjo la deriva de China a una economía mixta de mercado, con un crecimiento y una prosperidad que los rusos nunca pudieron soñar en los tiempos estalinistas.

En la próxima entrega de este artículo volveremos a Rusia, para la fase ulterior –planificación central y colectivización— y el desenlace de todo el proceso revolucionario.

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