[dropcap]L[/dropcap]a Agencia Europea del Medicamento (EMA) se va a Ámsterdam. Barcelona, Cataluña y España han perdido una excelente oportunidad para atraer una agencia que se tiene que ir de Londres por el Brexit, y no son solo los puestos de trabajo directos e indirectos que genera dicha agencia, que son muchos, sino la concentración de capital intelectual en el campo de las ciencias de la salud que lleva consigo.
La Agencia Europea de Medicamentos tiene como objetivo la evaluación inicial y el seguimiento posterior de los medicamentos en la Unión Europea y el Espacio Económico Europeo, es decir: la autorización inicial y el seguimiento posterior del uso de los medicamentos una vez comercializados. El objetivo final es garantizar la seguridad de los pacientes consumidores de dichos medicamentos.
Pero, la EMA es mucho más que eso; en ella trabajan permanentemente en torno a 1.000 personas con alta cualificación científica y técnica, y en torno a ella giran numerosas comisiones integradas por representantes de cada país miembro y un número muy amplio de grupos de trabajo compuestos por miles de científicos europeos que intercambian conocimiento a través de la EMA.
Su apoyo es fundamental para la investigación clínica en general y el desarrollo de programas de investigación de nuevos fármacos en particular, y en torno a ella confluyen los intereses de la industria farmacéutica, investigadores, profesionales sanitarios, ámbito académico, autoridades sanitarias y pacientes.
Creada en 1995 e instalada en Londres ha supuesto la atracción en torno a sí no solo de los profesionales que trabajan directa o indirectamente en o para ella, sino el asentamiento en Londres de una parte muy importante del capital científico y financiero ligado a la investigación y comercialización de medicamentos de tal forma que, podemos asegurar que una parte muy importante de nuestra salud depende de las actividades de esta agencia.
Por ello, no haber sabido aprovechar la oportunidad de su salida de Londres para traer esta agencia a España es una pérdida importante para la sanidad española: investigadores, clínicos y pacientes. Ahora comenzará el reparto de papeles en el baile de culpabilidades, pero los que hemos perdido somos todos.