Unamuno le dio el nombre de ‘Ciudad dorada’ gracias a estos versos:
Alto soto de torres que al ponerse tras las encinas que el celaje esmaltan
dora a los rayos de su lumbre el padre Sol de Castilla;
bosque de piedras que arrancó la historia a las entrañas de la tierra madre,
remanso de quietud, yo te bendigo ¡mi Salamanca!
Salamanca está para ‘comérsela‘. De hecho, el gastrónomo David Monaguillo, miembro de la Academia de Gastronomía de Castilla y León, señaló en el portal Traveler que Salamanca cuenta en su conjunto con «la mejor generación de cocineros de su historia». Una estrella Michelín y seis Soles Repsol, lo atestiguan. Para Monaguillo, «Salamanca vive un gran momento gastronómico”.
Salamanca tiene leyendas esas que se atesoran cuando se tienen murallas pre romanas, romanas y medievales, que dan fe de que la ciudad del Tormes encierra en sus calles y plazas miles de años de vida y con ellas, historias como la Cueva de Salamanca, en la que se dice que el demonio celebró allí, durante siete años, clases para siete alumnos que se reunían con él, y al término de sus estudios, en pago a sus servicios, uno de ellos, al azar, pagaba con su libertad por todos los demás.
Del demonio a un Santo. San Juan de Sahagún, patrón de la ciudad que obró un milagro en la calle Tentenecio. Contaban las crónicas del siglo XVII, que paseaba San Juan de Sahagún por esta calle próxima a la Catedral que desemboca en el Puente Romano, que se encontró frente a un toro que se había escapado del mercado de ganados de la ciudad. El animal había embestido ya a todo lo que encontraba, cuando, llegado a la altura del santo se disponía a embestir a una mujer con su hijo en brazos, éste le puso la mano en la cabeza y le dijo: :«Tente, necio» y el toro, milagrosamente, se detuvo.
La Peña Celestina, donde iban los desesperados a arrojarse. Celestina, un nombre ligado a Salamanca por obra y gracia de Fernando de Rojas, autor de la tragicomedia de Calixto y Melibea. Un placer pasear su huerto. Quizá los amantes desdichados susurren tras los árboles.
La alcahueta más noble seguro que entre sus ungüentos tenía ranas y calaveras. Las dos, la rana sobre la calavera, también se pueden ver en la Fachada Histórica de la Universidad, en la calle Libreros, donde todavía se puede ver un auténtico crucero de calles de la época romana. Las estrechas calles que acompañan a Libreros son testigos de que por allí se encontraba el barrio Judío.
Salamanca, enhechiza a escritores. Las grandes plumas del Siglo de Oro de las letras españolas han dedicado versos, cuentos o novelas a Salamanca, desde Cervantes, Lope de Vega, Tirso de Molina, Góngora o Calderón. Sin olvidarnos del ‘Anónimo’ escritor del Lazarillo de Tormes o el antes mencionado Fernando de Rojas y su Celestina. Más recientemente, Unamuno, con el que comenzábamos el reportaje, o Torrente Ballester han transitado por sus calles y lo han dejado plasmado en sus escrito. Como también, Luis García Jambrina y sus Manuscritos de Piedra, Nieve o la Sombra del otro.
Salamanca es una ciudad para ‘comérsela’, recorrerla, leerla, disfrutarla y perderse en ella, aunque no tenga pérdida, porque vayas por donde vayas, todos los caminos conducen a la Plaza Mayor, epicentro de vida y costumbres de una ciudad que es tan bella, que hasta el sol se quiere quedar en ella. No son palabras nuestras, son de Unamuno.
0 comentarios en «La rana y mucho más»
Muy bien, querida periodista. Muy bien. ¿Se enterarán algún día los de esta ciudad de todo lo que tienen? ¡Es tanto, que me parece imposible!
Es bueno que de vez en cuando nos perda.mos por las calles del barrio antigüo, incluído el barrio de La Palma, y entrar gratuítamente (para los salmantinos) en el claustro y capillas de la Catedral Vieja. Allí hay muchas sorpresas que te encantarán