[dropcap]L[/dropcap]as dos últimas entregas de esta sección fueron sobre la revolución rusa de 1917. Y como una secuela de ella, hoy entramos aquí en una especie de resonancia en el Ruedo Ibérico. Y lo hacemos con el trío que forman Francisco Largo Caballero, Manuel Azaña e Indalecio Prieto.
La cuestión que nos ocupa empezó con Francisco Largo Caballero. Con un largo historial de sindicalista y político en UGT y el PSOE, que participó en la revolución de Asturias de 1934, con la cual, dicho sobre la marcha, la izquierda política vino a arruinar el futuro de la Segunda Republica Española. Fue por entonces, cuando se convirtió, para sus seguidores, en un hipotético “Lenin español”, a efectos de intentar la revolución, para acabar con el capitalismo en España. En ese contexto, Manuel Azaña figuraba en el escenario político en el papel de “Kerenski”.
En 1894 Largo Caballero ingresó en el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), y desde 1904 fue uno de los seis vocales integrantes de la Junta Directiva del Instituto de Reformas Sociales. Al año siguiente ocupó su primer cargo público, al salir elegido concejal del Ayuntamiento de Madrid por el PSOE. Durante la dictadura del general Primo de Rivera (1923-1929), Caballero apoyó (frente a la postura contraria de otros dirigentes socialistas como Indalecio Prieto o Fernando de los Ríos) formar parte, a partir de 1924, del Consejo de Estado en un ambiente de gran progreso de la UGT frente a su rival, la CNT, por las preferencias del dictador.
Ya con la Republica, Largo Caballero entró en el gobierno provisional, presidido por Niceto Alcalá Zamora, en el que se hizo cargo de la cartera de Trabajo, y tras aprobarse la Constitución de 1931, se mantuvo al frente del mismo ministerio, en el gabinete presidido por Manuel Azaña (1931-1933). Pero la victoria conservadora en las elecciones de noviembre de 1933 hizo que los dirigentes del PSOE tuvieran que abandonar el gobierno y pasar a la oposición.
Largo Caballero, que había ido evolucionando hacia posiciones cada vez más extremas, próximas a las soviéticas, intervino entonces, de forma decisiva, en los preparativos de la Revolución de Octubre de 1934, que se originó como respuesta a la entrada de ministros pertenecientes a la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) en el gobierno de Alejandro Lerroux (1934-1935). Sofocada con dureza la revuelta –en Asturias por el General Franco—, fue juzgado y condenado por su implicación en tales sucesos revolucionarios. Fue por entonces cuando se le dio en llamar el Lenin español en la hipótesis de que Azaña sería el Kerenski local.
Tras el estallido de la Guerra Civil (1936-1939), que él podría haber evitado, facilitando un gobierno Azaña-Prieto, y mientras las tropas nacionales avanzaban sobre Madrid tras caer el gobierno del republicano de Giral, Largo Caballero fue designado para presidir un Ejecutivo de coalición (1936-1937), compuesto por ministros de las diferentes fuerzas políticas que conformaban el Frente Popular y en el que además ocupó la cartera de Guerra. Sin embargo, por su incapacidad para resolver la crisis barcelonesa de 1937 (“Sucesos de Mayo” de enfrentamientos callejeros entre la Generalidad de Cataluña y los comunistas con los anarquistas y los militantes del Partido Obrero de Unificación Marxista, POUM), se vio obligado a dimitir de la presidencia del gobierno y, carente incluso del apoyo de los tres ministros socialistas, a abandonar sus cargos en el PSOE y en la UGT. La carrera del Lenin español se vio definitivamente truncada.
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Azaña, el Kerenski español, comenzó su vida política en 1913 al ingresar en el Partido Reformista de Melquiades Álvarez y participó con Ortega y Gasset en la fundación de la Liga de Educación Política. En 1918, fundó la Unión Democrática Española; pero fracasó en sucesivos intentos de ser elegido diputado en las Cortes de la Restauración (1918 y 1923). Se apartó temporalmente de la política para dedicarse al periodismo, primero como corresponsal en París (1919-20), luego al frente de La Pluma (1920-23) y finalmente como director de la revista España.
Bajo la dictadura de Miguel Primo de Rivera abandonó el Partido Reformista y se declaró partidario de la República, fundando Acción Republicana (1925); al mismo tiempo crecía su prestigio intelectual, con la publicación de obras como El jardín de los frailes, o Ensayos sobre Valera. En 1930 accedió a la presidencia del Ateneo y, ya como figura de alcance nacional, participó en el Pacto de San Sebastián (1930), formado para acabar con la monarquía, para luego presidir el gobierno de la República (finales de 1931 hasta mediados de 1933).
En 1934, tras la revolución de Asturias, Azaña pasó a simbolizar el papel de un Kerenski español, frente al Lenin, local, que se dijo de Largo Caballero, como ya hemos visto.
El triunfo de la izquierda (Frente Popular, FP) en las elecciones de febrero de 1936 devolvió a Manuel Azaña a la jefatura del gobierno y le promovió después a la Presidencia de la República (mayo). Quiso formar Ejecutivo con Indalecio Prieto y los socialistas moderados, a lo cual se opuso Largo Caballero, aplazando la decisión hasta que el partido celebrara su congreso en septiembre de 1936… El alzamiento militar empezó el 18.VII.36.
Durante la contienda Azaña no se expresó nunca ni a favor ni en contra del capitalismo, pero luego, como presidente de la Republica, fue espectador del proceso revolucionario, de la estatificación y la colectivización de la actividad económica durante la guerra civil 1936/1939. Con la consecuencia de grandes ineficiencias y mal empleo de recursos en todo el sistema productivo, lo que contribuyó a la derrota de la Segunda Republica.
Azaña (su larga agonía política se reflejó en sus Memorias de Guerra) no frenó el desarrollo anticonstitucional y revolucionario de la estatificación y la colectivización, que llevó a la economía de la República a la más grave ineficiencia. Al tiempo, fue quedándose progresivamente aislado, sin capacidad para mantener la unidad y el orden en el bando republicano, ante el radicalismo y los conflictos internos de las diversas organizaciones políticas. Como Kerenski, fracasó en su proyecto, aunque su exilio fue muy corto. Murió en Francia en 1940.
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El tercer personaje del trío de la dialéctica bolchevique en la España de 1931/1939 fue Indalecio Prieto. Socialista, uno de los más incisivos observadores de la guerra civil española, que él pretendió evitar, con la formación de Gobierno con Azaña en mayo de 1936, algo que no permitió la dirección del PSOE, con Largo Caballero a la cabeza.
Después, y desde el principio de la Guerra Civil, dejo claro que no la ganaría la República, por la orgía anticapitalista de los anarquistas, y los métodos ineficientes de la política económica estratificadora durante de los gobiernos del Giral, Largo Caballero y Negrín.
La oposición de los largocaballeristas –ya lo vimos antes— le impidió, nuevamente, formar gobierno con Azaña, cuando este pasó a la presidencia de la República en mayo de 1936. En 1936, ya en guerra, se vio obligado a aceptar responsabilidades de gobierno, bajo la presidencia de Largo Caballero, ocupándose de un efímero Ministerio de Marina y Aire (1936-37), desde el cual contribuyó a hacer caer al gobierno de Largo. Luego, aceptó ser ministro de Defensa en el siguiente gobierno, presidido por el también socialista Negrín (1937-38). Pero su pesimismo ante la marcha de la guerra le enfrentó al PCE y a Negrín, que acabó destituyéndole. Prieto se apartó activamente del gobierno de Negrín y marchó a las Américas, como embajador extraordinario en varios países iberoamericanos. Y por allí le sorprendió el fin de la guerra.
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